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Divagaciones sobre La cultura política del fracaso

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Ese par de magníficos seres humanos Eugenio Guerrero y Luis Alfonso Herrera acaban de publicar un trabajo que refleja lo que son, su compromiso con ideas, creencias y, por supuesto, con su país. Cierran La cultura política del fracaso con una frase admonitoria: “El tren del socialismo pasó dejando la huella de la muerte y la miseria, su hora pasó…. ¡Es hora de la libertad!”.

Este anuncio es el inicio del develamiento de un gran misterio, que en este caso sería: ¿qué nos ha impedido ser libres, disfrutar esa ansiada libertad?, pregunta que nos coloca ante un umbral, que por primera vez en nuestra historia podríamos intentar traspasar, barreras que nos han impedido llegar a ese ansiado objetivo presentido o vislumbrado que está ahí, al cual por primera vez en nuestra corta vida nos encimamos. La pregunta podría formularse de la siguiente manera: ¿para tocar  la libertad habrá alguna frontera que superar, adquirir algún valor, objeto o mecanismo que funcione como pasaporte hacia esa ansiada condición? y ¿cuál será la inversión subjetiva que tenemos que realizar para aspirar a la libertad?

Los autores van desbrozando un camino, el primero, derribar el petroestado símbolo de un orden existente contrario a la libertad. Recuerdan, como decía Mises, que el Estado es fundamentalmente compulsión y coerción; por tanto, siempre sus intervenciones serán favorables a unos y perjudiciales a otros. Una simple mirada a nuestra historia nos comprueba esta terrible verdad.

Desde el inicio del período democrático, en 1958, el centro del esfuerzo venezolano ha sido construir un Estado poderoso, propietario, protector y a la vez castigador. El acicate para crear esta mole institucional ha sido el temor a unas supuestas fuerzas (oligarquía, imperialismo, la derecha, el liberalismo) supuestamente capaces de monopolizar las riquezas y empobrecer al resto, seres que automáticamente pasarían a la categoría de vasallos, serviles, manejados con dádivas, regalos, accesos a algunos bienes.

El resultado ha sido el de hoy, un Estado concentrado, bajo la tiranía del jefe del Ejecutivo, con un poder sin límites para distribuir y apoderarse de los recursos que extrae de la sociedad. Y, en estos estertores, querer imponernos una manera de pensar, amenazando a los cuatro vientos que no cederán el poder ni por las buenas ni por las malas. Una declaración de la convicción del poder total que arrastra a las fuerzas armadas como cómplices de una vergonzosa dominación y beneficiarios inescrupulosos del robo continuado. Sin rubor ante el destape mundial de su práctica de la tortura de inocentes para asegurar la sumisión. El petroestado ha sido la barrera frontal que nos ha impedido ser libres, capitaneados por personajes totalmente apartados de cualquier principio ético de respeto a la vida y libertad de los seres humanos obligados a permanecer bajo su dominio.

Consecuencia de lo enunciado, los autores aluden al carácter de las instituciones, entendidas al final como reglas de juego. Argumentan que el derecho de contratar, la propiedad privada y el libre mercado son garantías esenciales para aspirar a la condición de ciudadanos libres. Hoy sabemos que estas reglas de juego en Venezuela han sido avasalladas; desnudan la imposición del Estado sobre la sociedad. El individuo está fuertemente impedido para emprender, contratar, el derecho de propiedad ha sido engullido por las políticas socialistas y el libre mercado ni siquiera es una sombra o apariencia.

Los autores apuntan un hecho muy obvio, el fracaso o imposibilidad del socialismo destructor de la propiedad privada, la inviabilidad de la visión marxista sobre la violencia y lucha de clases como motor de la historia, consignas fracasadas en todo el universo y cuyo desenlace ha sido siempre el totalitarismo, odio y aplastamiento de casi todos por unos pocos.

Al final dicen que para recuperar el país, y por ende vencer la cultura política del fracaso, hay que consagrar la libertad económica, abolir el marxismo, militarismo. Se trata de construir un Estado mínimo, instituciones incluyentes, símbolos de una sociedad civil fuerte. Estas serían las precondiciones.

Me atrevo a incorporar a su invocación final: “El tren del socialismo pasó dejando la huella de la muerte y la miseria, su hora pasó”, una aspiración: ¡es hora de la responsabilidad individual! No se trata solo de luchar por derechos, estos sobrevienen del ejercicio de nuestra responsabilidad; por tanto, el camino negado a los venezolanos y latinoamericanos es haber oscurecido el papel del individuo responsable, que genera a partir de sus esfuerzos y compromisos privilegios, libertades y obligaciones. Creo que podemos detenernos a pensar que la primera institución inclusiva es el individuo responsable y soberano, único capaz de garantizar nuestras vidas, nuestros bienes y nuestra libertad.

 

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