Termina un año, termina una década. Estamos al comienzo de la tercera década de este siglo XXI. Venezuela entra a él anclada en el viejo siglo XX. Aferrada a las ideologías del mal que produjeron la hecatombe de la humanidad en el siglo pasado. Pareciera que estamos predestinados a entrar con retardo a cada siglo de la humanidad. Ya lo dejó sentado, en sus ensayos, nuestro eximio escritor Mariano Picón Salas: “Venezuela entró con treinta años de retraso al siglo XX”.
Al comenzar este nuevo año 2020, esta nueva década del siglo XXI, nos preguntamos: ¿con cuánto retraso entraremos en el siglo XXI?
El siglo XX dejó atrás la amarga experiencia del socialismo real y del nacional socialismo. El siglo que vivió y superó los esquemas de la guerra fría. Que logró consagrar la democracia y el estado de bienestar como paradigma de la vida social y política, construyendo instituciones destinadas a promover la vigencia de los derechos humanos, la integración de los pueblos y la paz mundial.
La humanidad entró al siglo XXI con una creciente conciencia de la importancia de la democracia como sistema de vida y de gobierno y con un presuroso afán por el logro del desarrollo integral de los pueblos.
El desafío de superar la pobreza, creando riqueza con un crecimiento económico responsable, de garantizar la paz, buscar la justicia y la equidad, de preservar el planeta, aprovechar las nuevas tecnologías para una vida más digna, de hacer más eficaz el proceso de globalización, conservando elementos esenciales de lo local, son hoy en día los temas de la agenda global. La gobernanza a nivel mundial y regional son temas de primera importancia en el debate contemporáneo.
Mientras el mundo debate sobre estos paradigmas, en Venezuela aún continuamos aferrados a los dogmas ideológicos del pasado siglo. Somos víctimas de “las ideologías del mal”, como acertadamente las definió el papa San Juan Pablo II, en su último libro Memoria e identidad, publicado en febrero de 2005, pocas semanas antes de su fallecimiento. Un libro escrito, al filo de dos milenios, en el que el santo hace un balance, precisamente, de lo absurdo y del fracaso de aquellas ideas.
Ideas que aplicadas en este siglo XXI han devenido en la simple justificación política de una banda criminal, que ha secuestrado y sometido a toda una nación.
En efecto, mientras el mundo trabaja los mecanismos para perfeccionar la democracia, nosotros la hemos perdido. Mientras el mundo busca el crecimiento económico y la equidad, nosotros vivimos en una nación arruinada, saqueada, destruida. Mientras la humanidad trabaja afanosamente en la conservación del planeta, protegiendo su diversidad biológica, purificando sus cuerpos de agua y su atmósfera; nuestro territorio es víctima de una destrucción de su patrimonio natural de mayor envergadura, como lo es la Amazonía. El socialismo bolivariano resultó el grupo humano más ecocida de nuestra historia.
Mientras todos los países, y muy especialmente nuestros vecinos de América Latina, trabajan afanosamente en mejorar la infraestructura, los servicios y las tecnologías de la comunicación; la construida en nuestra Venezuela, durante todo el siglo XX, se está derrumbando, o ya no funciona.
Mientras los gobiernos de la región se esfuerzan por elevar la calidad de vida, en salud y educación, la camarilla roja ni se inmuta, ante la destrucción acelerada de hospitales, escuelas y universidades.
En todo el mundo moderno una preocupación permanente de sus gobiernos es elevar el salario y los ingresos de sus ciudadanos. Aquí asistimos a la pulverización de los sueldos y pensiones. La estabilidad monetaria es materia que no interesa a la cúpula socialista. Por ello crean cada día más dinero digital inorgánico, con lo cual aceleran la hiperinflación, hasta el punto de destruir nuestra moneda, y por lo tanto nuestros ingresos.
Como podemos apreciar, estamos cada vez más lejos del siglo XXI, y vamos retrocediendo a los primeros años del “olvidado siglo XX”, como lo definiera el historiador inglés Tony Judt, en su libro titulado de esa forma, precisamente para poner de relieve cómo esos males, a pocos años del nuevo siglo XXI, parecen ya un asunto superado.
A propósito de una reflexión sobre el tema escribió: “Apenas hemos dejado atrás el siglo XX, pero sus luchas y sus dogmas, sus ideales y sus temores, ya están deslizándose en la oscuridad de la desmemoria. Evocados constantemente como “lecciones”, en realidad ni se tienen en cuenta ni se enseñan. Esto no es sorprendente. El pasado reciente es el más difícil de conocer y comprender. Además, el mundo ha sufrido una gran transformación desde 1989 y tales transformaciones siempre provocan una sensación de distancia y desplazamiento en aquellos que recuerdan como eran antes las cosas”. (Tony Judt. Sobre el olvidado siglo XX. Editorial Taurus. Cuarta Edición 2013. Madrid. Página 14)
En Venezuela esos dogmas siguen vigentes. Y por el contrario los logros de la civilidad y la modernidad son los que hemos perdido.
De momento puede apoderarse del colectivo venezolano la idea de que el mundo es como lo describe la historiografía y la propaganda de la dictadura en funciones. Y los avances alcanzados en la segunda década del siglo pasado se van perdiendo en la desmemoria.
Ya más de una generación ha vivido sin democracia, sin libertades. Han crecido en medio de nuestro desmoronamiento. Podrán creer, por ejemplo, que el Metro de Caracas siempre ha sido sucio y lúgubre, como lo tiene hoy la revolución. Quizás los pacientes de cualquier hospital del presente sientan que siempre han sido un simple depósito de seres que esperan la muerte. O que la televisión siempre fue tan mediocre y monótona como lo es en estos tiempos.
En este nuevo año, en esta nueva década no podemos dejar que la inercia cultural arrope la conciencia colectiva. Corresponde a los intelectuales, comunicadores sociales, educadores, religiosos, activistas sociales o políticos, el deber de sacudir, con ocasión o sin ella, en cada espacio y oportunidad disponible, el alma de la nación.
Mantener vivo el repudio a este modelo deshumanizado de sociedad, y viva la esperanza de que seremos capaces de dar el salto, para rescatar lo que hemos perdido en la perspectiva positiva del siglo XX, y transitar con alegría y determinación las alamedas de un siglo XXI, más humano, más justo, más equitativo.
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