Dejando de lado el Escudo de Armas de la República Bolivariana de Venezuela, emblema heráldico que representa al país y constituye, junto con la Bandera y el Himno Nacional, los símbolos patrios, el escudo es una de las armas defensivas más antiguas que se conocen. Los sumerios ya lo conocían. José Emilio Pacheco en su Lectura de la antología griega menciona al escudo: “Algún tracio andará feliz con mi escudo nuevo. Lástima, haber tenido que dejarlo en el bosque. Pero sobreviví: es lo importante. Ya compraré otro escudo”.
A medida que las armas ofensivas fueron modificándose y avanzaron en poder y capacidad de aniquilamiento, el escudo y los materiales que se empleaban al fabricarlos también fueron perfeccionándose, pero cuando se lograron armas de fuego capaces de superar la protección que ofrecían los escudos, estos dejaron de existir. Sin embargo, la Guardia Nacional Bolivariana sigue utilizándolos para proteger la vesanía con la que enfrentan a los civiles enojados y a los jóvenes enardecidos que manifiestan en las calles.
Los escudos que portan los Guardias Nacionales se hacen de policarbonato y ofrecen una alta resistencia a golpes e impactos; están diseñados para proteger a quienes los llevan de golpes directos provocados por elementos contundentes de variadas formas y velocidades. Se conocen escudos con diversos tamaños y su peso varía de 2,5 a 4.5 kilos de acuerdo con el tamaño. Están provistos de un protector de espuma de alta densidad y un soporte en nylon o poliester de 2,5 pulgadas de ancho. Los fabricantes agregan una nota de exquisito tono: “Nos eximimos de cualquier responsabilidad por su uso.”
¡Pero no es solo el escudo! Al enfrentarse al joven estudiante desarmado, cada Guardia Nacional se convierte en una suerte de Robocop amenazador: casco balístico, máscara antigás, chaleco blindado antibalas; coderas, rodilleras, escudo antimotín, armas con capacidad de 30 cartuchos, ráfagas de 750 disparos por minutos y ochocientos metros de alcance efectivo. A esta ráfaga la llaman “la serpiente de fuego”. Pero hay otras armas que disparan balas de goma, perdigones. El casco y el propio escudo sirven para golpear de manera salvaje a muchachas desvalidas. Se ha visto esa agresividad en frecuentes y crispantes ocasiones.
Las Comisiones de Derechos Humanos ven algunas de estas armas con malos ojos por el uso indebido que puede dárseles ya que deberían emplearse solo en caso de guerra.
El escudo aisla a quien lo usa, pero también lo defiende y protege. Establece una suerte de frontera entre la persona que lo lleva y el mundo que lo rodea. Su poseedor se enfrenta siempre a un adversario porque el escudo presupone la circunstancia de un severo conflicto. ¡Un combate! ¡Una ferocidad!
Alguien observó que en su lucha contra Satanás, el Arcángel Miguel sostiene en sus manos un escudo con forma de membrana semejante a las alas del Demonio. ¡El Arcángel es un guerrero! Su escudo simboliza el universo. Y él, en tanto que suprema figura celestial representa la defensa contra las fuerzas del mal y la oscuridad que acechan al ser humano: la ignorancia, la inconsciencia y la esclavitud a los apegos materiales y emocionales.
Con el paso del tiempo, superadas las batallas cuerpo a cuerpo y la aparición de armas creadas por nuevas tecnologías: Hiroshima, lanzallamas, misiles teledirigidos, los escudos quedaron confinados a la heráldica. Los países, la nobleza, crearon o inventaron los suyos. El nuestro tiene una cornucopia y un caballo que sufrió la perfecta ignorancia e idiotez de Hugo Chávez al modificar un galope ajustado a las normas de la heráldica.
El mejor ejemplo de la eficacia del escudo como arma defensiva-ofensiva tiene que ver con la mitología griega. Medusa era una gorgona, un símbolo de la madre terrible, un monstruo femenino con serpientes venenosas en lugar de cabellos. Convertía en piedra a quienes la miraban a los ojos. Perseo logró la hazaña de decapitarla porque pulió su escudo hasta hacer de él un espejo e hizo que Medusa se mirara en él. Al hacerlo, quedó petrificada y Perseo aprovechó para decapitarla. Luego, usó la cabeza como arma, hasta que la ofreció a la diosa Atenea, quien la puso en su escudo. Se dice que desde entonces la cabeza de Medusa aleja el mal que ronda a los seres humanos.
Pero, contrariamente, Medusa vive entre nosotros; nos acecha y atormenta. No es una gorgona. Es algo aún más siniestro y de mayor perversidad. Adopta la imagen del chavismo, invoca y hace suyo a Simón Bolívar pero no puede ocultar una escabrosa adicción fascista de izquierda, sucia y maloliente. Es verdad que en lugar de cabellos tiene serpientes alocadas que nos obligan a abandonar el desolado país venezolano en pavorosa dispersión. ¡Nos petrifica! Buscamos de manera incesante un nuevo Perseo que logre invertir la maldad y convierta en piedra la mente criminal que mueve e impulsa los atolondramientos del régimen militar y nos ofrezca el milagro de transformar la decapitada cabeza de la gorgona bolivariana.
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