Apóyanos

Seis poemas de Raquel Abend van Dalen

Caracas, 1989. Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Monteávila, con maestría en Escritura Creativa en Español de NYU. Autora de los poemarios “Lengua mundana” (2012) y “Sobre las fábricas” (2014), y las novelas “Andor” (2013) y “Cuarto azul” (2017). Presentamos textos de “Una trinitaria encendida” (2018), que reúne tres poemarios inéditos

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De: Hotel de Santos

de la Santísima Trinidad

se baña mirando el mármol

de las paredes

hay caras, hay órganos,

hay animales abiertos y feroces que

la miran

de la Santísima Trinidad

permanece con la boca cerrada

al momento de la comunión

fila de sapos altos

lanzan su lengua hacia adelante

y su extremo pegajoso

atrapa a la presa

de la Santísima Trinidad

siempre temió la oscuridad de

los confesionarios

otra voz sin cuerpo

de la Santísima Trinidad

habla con Dios como hablan

los que visitan a los presos en las cárceles

el cuerpo del Padre

al otro lado

**

De: Sardinas eléctricas

Llego al orgasmo y veo esa luz azulada

como de cuarto con persianas o cortinas de madera

que encierran al sol en el jardín.

Es la hora de la siesta en casa de papá

todos dormimos a las cuatro de la tarde,

antes de que pase el heladero por el portón blanco,

hay ruidos polvorientos de una construcción lejana

taladros y tractores destruyendo el vacío de un terreno,

la radio ya se apagó, había estado sonando alguna

composición de Satie, entre los ronquidos del aire acondicionado,

todos sonidos de cuna y siesta y leche paterna.

Llego al orgasmo viendo esta luz de media tarde

en Los Dos Caminos, calle El Carmen, quinta blanca

y escondida detrás de un garaje de camionetas usadas,

pronto comenzará la hora pico y tendré que

devolverme a casa,

papá ya despertó y se levantó del sofá de la sala

otra vez está en su taller, descalzo, con los pies

cubiertos de toda clase de cenizas,

el espacio solo se ve más grande y oscuro

y la puerta al jardín ya abierta, hacia los troncos

intactos de madera caoba.

**

Las dos nos despertamos de una pesadilla

–seguro de la misma–

a eso de las siete de la mañana de un sábado

cuando en general se quiere seguir durmiendo

porque es sábado y los sábados se supone

que son para descansar

el frío era de principios de invierno

también la luz, bien maniática

quería escuchar a los monjes

ver a las vírgenes de los años mil quinientos

con sus narices de roca cuarteada

ojos de piedra negra, ya demasiado ajustados

al ritmo de la resignación

permíteme secuestrarte por el día,

llevarte a los claustros

donde nadie nos conoce

(enclaustrarte para mí)

compartimos el ponqué más caro de la vida

humedecido en el café más caro de la vida

–los museos venden la comida como venden

la noción de arte–

me susurró al oído que tenía ganas de follarme

que lo medieval la tenía caliente

¿no serán todas estas vírgenes?

**

Un gato negro de patas blancas

igual a tu bañera

me siguió desde el kiosco de los

cigarros baratos hasta mi apartamento

iba maullando y yo llorando

ambos pidiéndonos comida

mutuamente

no tengo nada para ti, gatito

me siguió mientras tomaba agua

en cada charco de nieve derretida

y yo lamiendo los copos que caían en mi boca

no somos muy distintos, tú y yo, gatito

quedé frente al edificio, fumando

lo observaba en la oscuridad del callejón

reflejos de carteles de neón en el pavimento

y una conversación en la gasolinera de enfrente

me preguntaron si era mi gato

no, a mi gato no lo puedo ver,

lo adopté junto a dos hombres que ya no me hablan.

**

Lo importante

es la historia detrás

del horror

contener el deseo

tal y como me enseñaron las monjas

no me queda más

que esperar, festejar que la derrota

está llena de vida.

**

No me gusta eso

de que la gente esté pensando en mí

reconociendo mi nombre entre todas las mujeres

sin un vientre bendito que dirija al mundo

–el éxito aplasta, hija–

la atención está diluida en la fugacidad

del momento, el instante en que reconozco

ser reconocida y de nuevo olvidada,

así amanezco y voy con náuseas en el tren

incapacitada para dar clases, para comer,

seguir la vida del anónimo,

las manos me sudan y se las muestro a la directora

del Departamento de Lenguas Modernas

para que me mande a la enfermería

y la enfermera me toque, tome mi pulso,

reconozca mi cuerpo,

pronuncie mi nombre en voz alta.

___________________________________________________________________________

Una trinitaria encendida

Raquel Abend van Dalen

Sudaquia Editores

Nueva York, 2018

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