Al tratar de encontrar la forma de cómo escribir sobre la lista de personajes más influyentes del mundo de 2019 escogidos por los editores del Grupo de Diarios América, tuve dificultades para encontrar una conexión. ¿Qué podrían tener en común Greta Thunberg, Donald Trump, los activistas de Hong Kong y el fútbol femenino? Incluso en el ranking regional había pocos hilos comunes: ¿los activistas puertorriqueños, la caravana de migrantes centroamericanos, Jair Bolsonaro y Michelle Bachelet?
Entonces me di cuenta de que ese era el punto: no los tienen. Y su presencia en las listas refleja la naturaleza fragmentada no solo de la región, sino del mundo.
Imagine quién habría estado en la lista hace 30 años, en 1989, el año en que cayó el Muro de Berlín. Esa lista –si hubiera existido entonces– habría incluido el líder soviético Mijaíl Gorbachov, probablemente los líderes chilenos del “No” contra el general Augusto Pinochet, tal vez a Carlos Menem, el presidente peronista que había sido elegido a comienzos de ese año (y que terminó con la hiperinflación cuatro años después con la dolarización de la economía argentina), tal vez a Lech Walesa, el líder sindical de Solidaridad que se había enfrentado al comunismo en Polonia y el mundo, y posiblemente el ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, quien entendió la debilidad y crueldad de comunismo, posiblemente provocando los asombrosos acontecimientos de 1989.
Ahora esa una lista con una coherencia obvia. Y ese es exactamente el punto. En 1989 –de hecho, incluso tan recientemente como hace 10 años– había una lógica sobre quién fue líder, quién estaba desafiando el statu quo e incluso –al menos en el corto plazo– la probable dirección del hemisferio occidental y el mundo. Ya no más.
Las listas de este año tienen a una adolescente desafiando a negacionistas del cambio climático y a gobiernos a reducir las emisiones de carbono, a un presidente de Estados Unidos que niega el cambio climático y que a menudo es un defensor vulgar de las fronteras nacionales y de la desconexión de los compromisos globales (los mismos que ayudaron a poner fin a la Guerra Fría en 1989), un grupo de manifestantes que derrocaron al gobernador de Puerto Rico y a la ex presidente de Chile y actual alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Usted podría agregar fácilmente a esa lista los movimientos heterogéneos de protesta social en Chile y Colombia, y los que han llenado las calles de Honduras y Bolivia para defender la democracia.
Ya no todo es tan ordenado y limpio. Los líderes de la Guerra Fría, los asesinos de las autocracias de izquierda o derecha, los reformadores neoliberales y la sensación de que el final de la historia había llegado son irrelevantes. De hecho, hoy parecen cómodamente pintorescos. En cambio, nos enfrentamos a problemas difíciles y complicados del cambio climático, el orden liberal internacional, la responsabilidad democrática, la migración, la justicia socioeconómica, ninguno de los cuales se presta a una fácil categorización binaria de demócratas versus autócratas u optimismo transparente sobre el futuro.
Este es nuestro futuro. Las preguntas que enfrentamos hoy no son fáciles ni predecibles. A pesar de los argumentos simples de que la ola de protestas sociales que azotan la región son comparables y comprensibles, el hecho es que difieren ampliamente en su génesis, sus motivos y su probable resolución.
Los manifestantes demócratas en Honduras, Nicaragua, Bolivia y Venezuela están exigiendo una restauración del respeto a las normas democráticas de transparencia, rendición de cuentas y objetividad –en resumen– democracia. Los manifestantes en Chile, Colombia y Haití quieren más justicia social y un ajuste del modelo económico, ya que el crecimiento económico y la reducción de la pobreza no han logrado mejorar la movilidad social y las elecciones parecen haber encerrado en el poder a una clase política aparentemente autoperpetuante. Estas son demandas más difíciles de abordar porque involucran la ciencia imperfecta no probada de la reforma institucional y la inclusión social, todo, en medio del descontento popular y la agitación.
El año pasado, el GDA me pidió que proporcionara un conjunto de predicciones para 2019. En ese momento, entre otras cosas, escribí “abordar los desafíos de la democracia solo se puede lograr a través de la alternancia pacífica, que a la vez garantiza la supervivencia de la propia democracia”. Poco sabía yo que un año más tarde sería tan complicado. Y probablemente se pondrá más complicado en 2020.
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