Charles Fourier nació en Besançon, Francia, el 7 de abril de 1772 en una familia burguesa dedicada al comercio. Desde su infancia repudió el comercio y a pesar de que quiso huir de esto como joven de 17 años, desde que murió su padre cuando él tenia 9 años y que en el testamento le condiciona su herencia a su profesión, la de ser comerciante, no tuvo más opciones que este oficio, viviendo como agente, mercante, cajero y otros posibles sinónimos, pero escribiendo y pensando sus teorías a pesar de ello.
Hasta la edad de 21 años Charles erró, huyendo de Besançon y viajando por Francia y Europa como agente viajero, para reclamar así su parte, regresando a la casa de su madre. Se fue para Lyon en donde planeaba invertirla, pero la rebelión de Lyon en plena revolución le quitó todo obligándolo a combatir en el ejército de la convención, además de luego ser amenazado y casi condenado a la guillotina, volvió luego a Besançon, donde fue enlistado en el ejército revolucionario y solo hasta 1796 se le concede una licencia. Estos hechos le generaron horror hacia la revolución y hacia la violencia, considerándose desde entonces pacifista.
Luego de la Revolución francesa, la economía cambió drásticamente y el ambiente social estuvo embravecido condenado a la guillotina a muchos nobles y comerciantes (Charles también estuvo amenazado), pero cabe destacar que en el caos social y económico producido; las crisis, las estafas y las usuras tomaron fuerza, siendo un entorno favorable para comerciantes y prestamistas, quienes van a adquirir poder lucrándose de la especulación. Los más desfavorecidos eran entonces los ya muy pobres campesinos y los obreros industriales (proletariado), siendo continuamente asediados por la supuesta escasez y precios absurdos. Como viajero en su juventud y agente comercial durante gran parte de su vida, Charles vivió directamente los saqueos e injusticias emanantes de estas condiciones que favorecían neciamente a solo algunos propietarios y acaudalados.
Terminó de concebir el falansterio en 1820, como sistema social y en el que se reflejaban sus 35 años de dedicación, y se dedicaría desde entonces a encontrar un candidato de la fundación que lo hiciera posible. Vivía en estos años (y los siguientes hasta su muerte) “en un modesto apartamento en la calle Saint-Pierre-Montmartre (hoy día calle Paul-Lelonog)”, en donde tenía el hábito de estar siempre en su casa a las 12:00 en punto, luego de mandar copias del ensayo El Falansterio, en el que en sus cartas los citaba a llegar allí si estaban interesados en el proyecto.
Es así como entre los inventores de sociedades perfectas del siglo XIX o utopías sociales –una rama ideológica y política de la ficción no menos fecunda que la literaria– no hay nadie comparable a Charles Fourier en su desmesurada ambición de transformar de raíz la sociedad y el individuo, de crear un sistema que por su flexibilidad y sutileza fuera capaz de integrar de manera armoniosa la casi infinita diversidad humana y de diseñar un mundo en el que no solo cesara la explotación, desapareciera la pobreza y reinara la justicia, sino, sobre todo, en el que hombres y mujeres fueran felices y pudieran gozar de la vida.
Un intuitivo lúcido que vio, antes que ningún otro utopista de su tiempo, que el problema de la infelicidad humana era más importante y más vasto que la injusticia social y la falta de libertad (aunque aquel no se resolvía sin que se resolvieran también estos) y que su solución pasaba por la liberación del amor, el sexo y las pasiones de las camisas de fuerza que les habían impuesto las religiones, la moral y la hipocresía de los gobiernos.
Ediciones Godot publica El Falansterio, lo más selecto del pensamiento de Charles Fourier y su sociedad utópica, un ensayo que todo pensador debe leer.
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