Frase del periodista estadounidense Carl Bernstein cuya investigación junto con la de su colega Bob Woodward desde el diario The Washington Post fueron determinantes en el Caso Watergate y culminó en la renuncia del presidente Richard Nixon. La emitió hace pocos días por CNN en una entrevista breve cuando definió los complejos elementos del actual proceso político en su país. El concepto lució sorpresivo y alarmante para sus oyentes locales, pero es rutina, nieve caribeña-tropical desde hace seis décadas por el castrismo cubano y hace dos por su heredero, el castrochavismo regional, llámese lulismo, orteguismo, evismo, kirchnerismo…
Es una batalla en la que el poder dispone de armas bélicas, y bien equipado impone su fuerza brutal promoviendo disturbios de aspecto ideológico que generan la confrontación defensiva, primero de palabras y gestos agresivos por parte del bando desarmado y terminan en violencia oficialista. Así el trono pretende justificar su prontuario militarista directo: asesinatos, torturas, gases letales, arrestos, ejecuciones y etc. Su siguiente paso es el bloqueo franco de toda futura protesta pacífica, lo que incluye control, cierre y censura de todos los medios de comunicación. Este método bicéfalo continuo, sin pausa ni prisa, abre el libre acceso a una lenta contienda destructiva radical desde las propias leyes constitucionales manipuladas para beneficio exclusivo, personal y/o grupal anulando de facto las instituciones básicas que garantizaban de raíz el funcionar del sistema democrático legítimo.
Lo importante de la palabra “fría” tan oportuna en el análisis del preciso Carl Bernstein, radica en su definición exacta de este moderno, extendido proceso transnacional maquillado con altisonantes frases populistas que se equivalen pues son pronunciadas por igual en sistemas de izquierdas, derechas y centristas, entre muchas otras: revolución del siglo XXI, auténtico cambio republicano civilista, gobierno desde, por y para el pueblo, social-capitalismo y así por el estilo. En todas, el vocablo “democracia” casi brilla por su ausencia como si fuera tabú, vergüenza, despreciable vulgaridad en desuso.
Seguirle la pista a este proceso calculado desde las frías premeditación y alevosía conduce al llegadero terrorífico actual de la ciberpolítica totalitaria. Su analista pionera y más profunda, Hanna Arendt (1906-75), resumió la esencia del totalitarismo en la incomprendida y manida frase “banalidad del mal”. Nada que ver con superficialidad, al contrario.
Así, en Venezuela, una burocracia de agentes militarizados vigila y dirige a la sociedad subordinada por mandato de mafias criminales con y sin uniforme castrense, masa entrenada para incrustar la obediencia aprendida, conducta pasiva banalizada por la costumbre diaria que convierte cuerpo y mente en hielo tieso. A veces, ya sin disparar un solo tiro, solo desde maniobras dilatorias como presuntos diálogos, acuerdos, declaraciones, convenios y, en especial, un mentiroso pacifismo, que contagia lo mismo a sus víctimas declaradas que a las potenciales con el miedo cómplice automático capaz de liquidar o detener cualquier síntoma de activa rebelión libertaria. Quienes lo practican saben que los fallecidos y heridos en veinte años de tiranía y del diario infierno suman mucho más que una intervención humanitaria de fuerza militar experta en la quirurgia del narcohamponato.
En fin, es la victoriosa guerra civil congelada. Los organismos internacionales creados para evitarla no actuaron a tiempo ni admiten su fracaso prolongando la catástrofe en amorales y retóricos tiempos diplomáticos. ¿Resultado? Los Hugo, Daniel, Cristina, Nicolás, sus derivados y cortejos, quieren y pueden permanecer delinquiendo y hasta re-postularse presidenciables, con cachaza, sin rubor.
¿Y el vecindario hemisférico y la liga de naciones democráticas qué? Bien gracias, consternados… declarando… negociando… tal cual hizo Chamberlain con Hitler y, si no basta, el pacto de Stalin con el mismo Führer… Tantas veces la historia solo sirve para borrón y cuenta nueva.
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