Se cumplen 20 años de la tragedia de Vargas. Las fuertes lluvias con las que inició diciembre de 1999 eran el indicio de uno de los desastres naturales más grandes que sacudió no solo a un estado, sino a un país que no había vivido en la historia reciente una catástrofe de esta magnitud.
Hasta los momentos no se conoce con precisión la cantidad de muertos. Las estimaciones ofrecidas por las autoridades para esa fecha alcanzan los 30.000 fallecidos y tantos miles más de desaparecidos, entre los que se encuentran 119 niños de los cuales no se tuvo ningún registro.
La cantidad de agua que cayó sobre el cerro El Ávila hizo que se produjera el deslizamiento de piedras, que alcanzaban enormes tamaños, y los troncos de los árboles que habían sido arrancados. Chocaban con las casas y los edificios con una fuerza tan vasta que fueron capaces de demolerlos en segundos.
De la tragedia de Vargas quedó un desierto
Muchas personas murieron en sus casas atrapadas porque no pudieron salir a tiempo o porque se resistían a dejar lo que había sido su hogar durante años, quizá lo único que tenían. Las toneladas de lodo tapiaron las calles y solo quedó un lugar desconocido para quienes pudieron ver el después de aquel deslave que arrasó con todo lo que había a su paso.
Muy pocas edificaciones se mantuvieron erguidas y, aunque así hubiese sido, de alguna forma quedaron notablemente dañadas. Carros, autobuses, animales y personas se iban con la corriente. No hubo contemplación de la naturaleza en esa fecha, en la que Venezuela se preparaba para las elecciones con las que el fallecido presidente Hugo Chávez pretendía modificar la Constitución.
El Nacional contactó a algunas personas que pudieron sobrevivir. A 20 años de la tragedia de Vargas, así recuerdan esos días de incertidumbre, devastación y resignación.
Gladys George, 66 años de edad
Para nosotros, tanto para mi hijo como para mí, la tragedia de Vargas fue una situación difícil. Yo estoy viva porque mi hijo, que en aquel entonces tenía 17 años, no quiso quedarse en la casa. Ya yo tenía un gran dolor que fue la pérdida de mi hijo mayor dos años antes de la tragedia, y yo por no dejarlo solo a él, porque era lo que me quedaba, lo seguí. Dejé mi casa, a mi esposo, a mi padre, que estaban tratando de ayudar a otras personas a subirse a la platabanda de mi casa, que era de dos pisos. La verdad es que no es fácil tomar una decisión así y dejar todo atrás.
Huimos a un cerrito que quedaba al frente de mi casa, estábamos en todo el frente, y vimos cuando llegó la ola tan grande que arrasó con todo y nos dejó sin nada. Todo estaba tapiado. En Los Corales hubo tres crecidas de río fuertes, traían mucha sedimentación, piedras, troncos. Son 20 años de la tragedia de Vargas, pero para mí, sinceramente, fue ayer. Todavía me duele muchísimo. Todavía recuerdo a mis vecinos como mis hermanos. Mi esposo era piloto de Viasa. Lamentablemente no vimos la magnitud de lo que podía suceder. Eso era monstruoso, acababa con todas las construcciones, las casas salían como barquitos de papel. Y ahí mi hijo me abrazó, me pidió que no siguiera viendo porque iba a ser más difícil, pero yo vi todo.
Yo vi cómo se cayó mi casa y asumimos en ese mismo instante que mi esposo y mi padre no sobrevivieron. Es que era inminente, no podían sobrevivir a la magnitud de esa ola que arrasó con todo. Pasamos la noche en un lugar cercano y al día siguiente constatamos que ya no quedaba nada. Hace 20 años de esa tragedia, pero cuánto hemos luchado para salir adelante.
No fue fácil levantarse. Nuestra vida ha sido una continua lucha y aún seguimos luchando para sobrevivir a aquella gran tragedia que aún nos arropa día a día. Esto no es fácil. Nosotros nos vinimos a Estados Unidos, tuvimos que hacer camino en este país. Para nadie es fácil, pero aquí estamos. Lo importante es seguir la lucha día a día y apoyarnos para que la carga sea más llevadera. Ojalá que nos demos cuenta del país que teníamos y a dónde hemos ido. Aún seguimos viviendo en tragedia.
Ronald Ramos, 31 años de edad
Vivo en Macuto. En esa época no paraba de llover, parecía un diluvio. Para ese entonces tenía 11 años de edad, no entendía muchas cosas. La gente estaba alerta, por el barrio se cayeron dos casas y ahí los adultos comenzaron a alarmarse. Durante ese tiempo recuerdo que mis tías y mis padres estaban en total alerta, al igual que muchos vecinos. En el momento en el que río se desbordó muchas personas corrieron hacia el lado de la montaña, hacia la zona montañosa, tratando de resguardar sus vidas. Había personas que no creían que el río se fuera a desbordar de esa forma. Mi familia siempre permaneció dentro de la casa hasta que en la parte de atrás se cayó una vivienda que afectó a la nuestra. Por ese motivo nos fuimos rápidamente hacia la casa de una tía que vivía cerca, pero estaba mucho más resguardada.
Desde allí se veía claramente hacia la parte de abajo, donde estaba el río. Pude ver como el río se llevaba las casas una tras otras. Iban cayendo como barajitas, como naipes. Fue algo bastante abrumador. Estaba aterrado, no sabía qué hacer. Mis padres no me dejaban acercar a la puerta, todo era un total desespero. Escuchaba a lo lejos la gente gritando: ”Ayuda, ayúdenme”. Todo estaba oscuro, era de noche y no había luz. Era algo horroroso. Muchas familias lograron salir al día siguiente de la zona donde estábamos por desesperación, por buscar una forma de sobrevivir; con las cosas que tenían encima fueron abandonando el barrio como pudieron. Recuerdo que gran parte de mi familia se quedó en casa de mi tía, que posteriormente se convirtió en una especie de refugio: almacenábamos comida, agua, estábamos, armábamos mecheros de aceite o gasoil.
Dos días después del deslave los hombres comenzaron a ir a las zonas cercanas para conseguir alimentos, para tratar de rescatar a algún sobreviviente; y las mujeres se quedaban a ayudando y atendiendo a los niños y a los adultos mayores. En ningún momento nosotros nos fuimos de donde mi tía porque los adultos decidieron que era preferible quedarse porque por la radio estaban diciendo que a muchos niños los estaban mandando sin sus padres para ahorrar espacio en los helicópteros que habían asignado para la búsqueda y el rescate.
Éramos muchos niños, yo era el mayor. Los demás eran menores, había de siete años, mi hermano tenía uno o dos meses de nacido. Pudimos quedarnos ahí administrando bien los recursos que teníamos. Después de un mes de la tragedia de Vargas, aproximadamente, comenzó a llegar Protección Civil, los rescatistas, porque todo se había convertido en tierra de nadie.
Durante esa época llegó lo que los nativos llamamos la segunda tragedia, que fue el oleaje de saqueos, vandalismo, que realmente agraviaron la situación que estábamos viviendo en ese entonces. Los adultos estuvieron siempre alerta. Se había convertido un pueblo sin ley. En vista de lo sucedido declararon toque de queda, llegó la Guardia Nacional.
Durante el proceso de rescate se presentaron muchas situaciones de personas que quedaron atrapadas en ciertas zonas aledañas, tenían la pierna o el brazo atravesados por una cabilla o por un listón de madera de un árbol. Estaban vivos, pero no podían salir. Hubo un momento en el que mi papá me permitió a acompañarlo en ese proceso para ayudarlo a subir algunos insumos y en una de las zonas estaba el cadáver de un señor. Fue bastante frustrante ver cómo las personas habían muerto.
Cristóbal Colón, 27 años de edad
Yo tenía 8 años de edad. Me levanté y vi en las noticias que el pollo Arturo’s que se encontraba al frente del puerto de La Guaira estaba inundado hasta la mitad. Esas imágenes para un niño eran fuertes. Yo decía: “¿Y es posible esa cantidad de agua?”. En la tarde estaban llamando a mi papá y a los vecinos para que destaparan los desagües. Nosotros vivíamos en un edificio, pero las calles ya estaban inundadas. Yo vivía en Maiquetía, una zona bastante alejada del mar, pero debido a las cloacas y a los ríos que estaban en las montañas hubo bastante desastre. Las zonas más afectadas fueron hacia Macuto, Caraballeda, Tanaguarena y Caribe. Fue difícil.
Para un niño era impactante. Esos fueron tres o cuatro días sin luz y yo sentí eso como un mes. En la actualidad todavía siento que fue un mes. Cuando llegó la luz mi mamá comenzó a llamar a los familiares, pero no tuvo contacto porque no había cómo comunicarse, no había señal. Mi papá salió con un grupo de vecinos para saber qué estaba pasando por las zonas afectadas en ese deslave. Yo no había salido a la calle como en dos semanas; cuando salí de verdad que fue bastante fuerte ver las casas tapizadas, las calles llenas de piedras, no se veía ningún edificio, nada. Resulta que a los años me enteré que en esos días uno estaba caminando por encima de los edificios porque todos estaban tapizados. Yo pensaba que era suelo.
@Luisdejesus_
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