Turquía asegura que ocupa partes del norte de Siria para reforzar sus fronteras y establecer una «zona segura» en la que se puedan reinstalar los refugiados sirios. Pero grupos de derechos humanos y la población kurda afirman que el área está lejos de ser segura para algunos.
Los kurdos dicen que Turquía quiere frustrar cualquier forma de dominio de ellos en el área, reemplazar a su población del noreste con refugiados sirios procedentes de otras partes del país y cambiar así profundamente la composición étnica de la zona.
La BBC habló con personas que aún viven en esta «zona segura», en la ciudad de Afrin, y con algunos que la dejaron para refugiarse en la cercana Tal Rifaat.
Los entrevistados hablaron sobre cómo se vive en ese área, donde varias facciones armadas antigubernamentales ejercen el control bajo supervisión turca.
Reclamaciones contradictorias
Desde marzo de 2018, las fuerzas turcas de la operación «Rama de olivo» controlan la ciudad de Afrin, de mayoría kurda, y sus alrededores.
En 2016, otra operación militar llamada «Escudo del Éufrates» expulsó a militantes del autodenominado Estado Islámico (EI) y, con la ayuda de facciones proturcas, se hizo con un área al noreste de la ciudad de Alepo que incluye Yarábulus, Al Bab y Al Rai.
Según Ankara, gracias a estas dos operaciones se estableció un exitoso «corredor de paz» que ahora pretende replicar a lo largo de toda su frontera con Siria a través de su operación militar más reciente, «Primavera de paz». Algo que viene ocurriendo desde que las tropas estadounidenses se retiraron de algunas áreas en el noreste de Siria.
Sin embargo, grupos de derechos humanos afirman que en ese área algunos civiles sufren abusos.
«Ejecuciones, saqueos y el bloqueo del regreso de personas desplazadas a sus hogares son evidencia condenatoria de por qué las ‘zonas seguras’ propuestas por Turquía no serán seguras», dijo Sarah Leah Whitson, directora para Medio Oriente de la ONG Human Rights Watch.
«Contrariamente a la narrativa de Turquía de que su operación establecerá una zona segura, los grupos utilizados para administrar el territorio están cometiendo abusos contra civiles y discriminando por motivos étnicos».
Esperanzas rotas
«Primero nos fuimos de nuestro pueblo natal, Qastal Jendo, a Azaz y, después de que esta fuera invadida por facciones, fuimos a Afrin», recuerda Amina Hameed, cuyo hijo, Aras, salió a echarle un ojo a un terreno cercano y ya no volvió.
Más tarde, se descubrió que Aras, de 30 años, había sido «brutalmente torturado por la facción en control de la zona» antes de que lo dejaran al lado de la carretera en Azaz, una ciudad a 30 minutos por tierra al norte de Alepo.
«Había perdido la audición, su oreja izquierda estaba cortada en tres lugares diferentes y tenía heridas graves por todo el recto y el área anal», asegura.
Amina había perdido las esperanzas de encontrar a su hijo con vida después de que en 2016 pasara más de un año desaparecido.
Los secuestros, asesinatos y torturas son muy comunes, así que pensó que la «conclusión inevitable» era que este había muerto a manos de las facciones que controlan su pueblo.
De lo único de lo que se arrepiente es de no haber podido despedirse, de besarlo una última vez y rezar sobre su cadáver.
Antes de encontrarlo, Amina había arriesgado su propia vida para regresar a su pueblo a preguntarle a las facciones sobre el paradero de Aras.
«Me insultaron y me expulsaron, amenazando con hacerme a mí también lo que le habían hecho a mi hijo», dice.
Más tarde encontró su zapato en su terreno y estuvo segura de que lo habían matado.
Pero cuando una vecina le dijo que había visto una publicación en Facebook de la foto de su hijo en la que se pedía que fueran a buscarlo a un hospital de Alepo, se desmayó.
Buscando a Aras
Uno de los tíos de Aras en Alepo hizo los preparativos para recogerlo del hospital. Se lo llevó a Amina y mucha gente llegó a verlo.
Amina recuerda la sorpresa cuando su hijo fue traído «acunado como un bebé». Había perdido mucho peso y estaba casi irreconocible.
La mujer cuenta cómo se desmayó cuando lo vio y que luego se echó a llorar por cómo estaba. «No podía escuchar y no parecía entender lo que estaba pasando», aparte de varias discapacidades que afectan a su sistema digestivo.
«Empalado»
El hospital le contó a la familia lo que le había pasado a Aras, cómo lo encontraron en la carretera Azaz-Aleppo y que tuvo que permanecer en un hospital estatal durante meses recibiendo tratamiento por varias heridas y quemaduras causadas por la tortura.
Tanto la Media Luna Roja kurda como la siria emitieron un parte médico que detallaba su condición.
«Su rostro era casi irreconocible debido a la tortura. Me lo trajeron como un trozo de carne. Lo sodomizaron con un objeto afilado, causándole grandes cortes en el ano y más», le dijo Amina a la BBC.
Varios meses después de recibir tratamiento, Aras solo puede sentarse si cruza las piernas. No puede caminar sin ayuda, en su mayoría yace boca arriba y apenas se mueve o pide comida o bebida. «Si no lo alimentara o le diera agua, estaría días y días sin nada».
Amina necesita cambiarle de pañal «tres o cuatro veces al día», ya que Aras ya no puede controlar su evacuación intestinal.
«Pierde el control si no toma pastillas para estar tranquilo. Intenta golpearme y empujarme. No sabe que soy su madre. Esa es la parte más difícil», grita Amina.
«Está casi muerto. Necesitas verlo para creerlo. No es la misma persona. Tiene varias discapacidades. Su oreja izquierda está cosida en tres lugares diferentes».
Actualmente Amina vive con su hijo y esposo, también discapacitado, en un campo de refugiados en Tal Rifaat. Espera volver a su pueblo algún día.
Secuestros, muerte y extorsión
Jamila, que en la actualidad está en Londres, dice que facciones armadas recientemente secuestraron a su hermano en Afrin.
«Se lo llevaron y nos llamaron desde su teléfono para exigir un rescate. Tuvimos que enviar £10.000 (unos US$11.800) para liberarlo».
«Mi hermano sabía que volverían a hacerlo para obtener más dinero. Huyó de Afrin a los campos de refugiados en Tal Rifaat. Ha estado allí durante meses», agrega.
Un informe de la ONU en septiembre declaró que «las víctimas de secuestros por parte de grupos armados y bandas criminales son a civiles de origen kurdo considerados ricos, como médicos, empresarios o comerciantes. Las víctimas a menudo desaparecen en los puestos de control o son sacadas de sus hogares por la noche».
«Turquía está haciendo la vista gorda ante el comportamiento reprobable que muestran las facciones que arma», dijo Whitson. «Mientras Turquía tenga el control de estas áreas, tiene la responsabilidad de investigar y poner fin a estas violaciones».
Amira, quien actualmente vive en Manchester, le dijo a la BBC que su padre de 70 años ha estado en prisión en Ankara durante más de un año porque «colaboró con las antiguas autoridades kurdas en Afrin».
Muchos lugareños dicen que los grupos armados recurrieron a secuestros y extorsiones como medios para compensar las pérdidas después de que Ankara redujo el apoyo financiero.
Mientras tanto, los funcionarios turcos dicen que no tienen problemas con los kurdos sino con el PYD (Partido de Unión Democrática) e YPG (Unidades de Protección Popular), ambos considerados por Ankara como extensiones del proscrito Partido de los Trabajadores de Kurdistán o PKK.
En la actualidad, Afrin está administrada por Hatay y Kilis, dos provincias turcas. Los presos políticos y los que se considera que han «colaborado» con la antigua administración kurda están encarcelados en Ankara.
Provocaciones
Para Shadi Mustafa y su esposa Nisrin, cuando Shadi volvió a ser retenido por las facciones en Afrin ya fueron «demasiados incidentes».
«Fui torturado y quemado con un hierro», dice.
Tuvo que pagar grandes sumas de dinero para liberarse cada una de las veces que fue retenido. Finalmente, en junio, huyó con su esposa al campo de refugiados de Tal Rifaat, habiendo sufrido «palizas, insultos y extorsiones» a manos de diferentes facciones.
«Nos habían dicho que Afrin ya era segura. Les creímos y regresamos, mi esposa y yo, solo para ser arrestados como colaboradores de la antigua administración kurda », agrega.
Me vendaron los ojos, me esposaron y me llevaron a la cárcel. Me patearon e insultaron. Luego comenzaron a torturarme y a quemarme durante varios días seguidos. Todavía tengo las marcas en mi cuerpo», recuerda Shadi.
Mientras estaba en prisión, Shadi dice que escuchó a mujeres gritar y llorar. «Me di cuenta de que debían ser kurdas. Esa prisión es solo para presos políticos», dijo.
Finalmente, Shadi y su esposa llegaron a los campos de refugiados de Tal Rifaat, al norte de Alepo. Espera poder volver algún día a Afrin, «una vez que el ejército turco y sus aliados de la milicia se hayan ido».
El portavoz presidencial de Turquía, Ibrahim Kalin, dijo en una entrevista reciente que había una serie de investigaciones en curso sobre presuntas violaciones de derechos humanos cometidas por milicias respaldadas por Turquía. No dio más detalles.
Se han cambiado varios nombres en este texto para proteger la identidad de los protagonistas.
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