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El culto al trabajo

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Creemos firmemente que el culto al trabajo es una obligación muy natural y, a la vez, una necesidad primordial. Por ello, hasta las sagradas escrituras sabiamente así lo han preceptuado. Y, para no quedarse atrás, nuestra Constitución lo revistió de legalidad (artículo 87) al establecer: “Toda persona tiene derecho al trabajo y al deber de trabajar…”.

La verdad es que llegamos a este mundo desprovistos de todo, nada traíamos, pero al advenir, encontramos lo que otros ya habían hecho. También contábamos, para esos momentos, con el profundo y delicado amor de nuestros progenitores, quienes con incomparable alegría nos esperaban. ¡Qué sublime riqueza!

Por gratitud al Altísimo tenemos tremenda tarea que cumplir. No basta con un simple acto aislado. Debemos bregar durante toda nuestra existencia, pues, aun cuando ya escaseadas las energías físicas para seguir produciendo materialmente, la tarea no ha terminado, se continuará trabajando  en educación, con buenas enseñanzas, con nuestro comportamiento humano, con el buen ejemplo. La tarea educativa es, indudablemente, la tarea humana más importante —sin haber estudiado pedagogía— que debemos cultivar durante toda la vida al enseñar a trabajar, a respetar, a cumplir las obligaciones hogareñas, profesionales y con la comunidad.

Además, tenemos el gran compromiso con la inmensa, alegre y  bella naturaleza, allí amorosamente tendida a nuestro servicio. Obviamente, la mayoría de las obligaciones por cumplir son muy naturales, no contractuales, pues no hemos firmado documento alguno. Se deben, simplemente, al afortunado gran sentido de gratitud humana que nos caracteriza, puesto que el preciado don de la vida se nos dio sin costo y sin pedimento alguno, gratuitamente.

De manera que con el hecho de venir al mundo adquirimos un compromiso, una obligación. La contraparte en esa deuda está formada por la sociedad, el país, la humanidad y el futuro.

Ciertamente, la vida no nos costó nada, por ello y con ella nació la gran obligación que debemos cumplir durante nuestra existencia. El simple hecho de vivir engendra un compromiso. Procuremos ejercer ese mandato con un constante hacer, con dar siempre buen ejemplo de responsabilidad y un adecuado comportamiento ciudadano. La venerable madre Teresa de Calcuta nos dejó esta célebre y muy delicada expresión: “La vida pasa una sola vez”. La entendemos como un reto, como una elocuente exigencia a trabajar, no a una persona determinada, sino al colectivo humano.

El trabajo no es un castigo, sino como ya lo apuntamos, una necesidad vital, y debemos hacerlo con alegría y acompañado de buen humor y con esperanzas. Solo con el trabajo productivo de los hombres se satisfacen las necesidades económicas y se desarrollan y crecen los pueblos, algo no oído y menos acatado por quienes detentan el actual régimen político venezolano. El trabajo dignifica y santifica a las personas. Son como calladas oraciones elevadas al creador del mundo. No pretendemos jerarquizar los tipos de trabajo, pero sí señalar que el agropecuario y la educación deben ocupar el primer lugar, dado que sin ellos no hay vida.

Ojalá cada persona, cada funcionario, procurara asemejarse a un faro de luz. Ser paradigma, un modelo.

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