El título de este artículo me causa angustia y tristeza. En mi juventud, en particular mi generación, veía a nuestra patria, al inicio de la década de los cincuenta, como un país que, con certeza, tendría un destino similar al logrado, después de la Segunda Guerra Mundial, por sociedades con economías en crecimiento y trascendentes avances sociales. El ejemplo de Noruega, un país petrolero de altos ingresos y poca población, surgía en nuestras discusiones al admirar su estable economía y su indiscutible avance social. Sin embargo, los resultados han sido todo lo contrario. Los historiadores deberán determinar los errores cometidos y las responsabilidades de los distintos actores políticos, económicos y sociales. La aparición del petróleo, en la década de los veinte, condujo a un excesivo fortalecimiento del Estado que comprometió totalmente la capacidad e iniciativa de la sociedad civil. El estatismo, el populismo y la corrupción, consecuencias directas de ese inmenso ingreso, nos condujo a la pobreza. A partir de 1998, los mismos vicios, desarrollados al infinito, sacrificaron definitivamente el destino de Venezuela. Tratemos de encontrar explicaciones y posibles alternativas de solución.
Analicemos, someramente, los hechos ocurridos a partir del acceso al poder de Hugo Chávez. El objetivo central de su gobierno fue destruir la estructura institucional y económica del anterior régimen democrático, caracterizado por una permanente alternancia republicana, un debido equilibrio entre los poderes, una sociedad de mercado, así como una prudente e independiente posición internacional. De manera sorprendente y sin mayor resistencia lo logró. Su indiscutible popularidad le permitió convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, aprobar una nueva Constitución e imponer su poder. Naturalmente, hubo una fuerte reacción: los hechos del 11 de abril de 2002 y la huelga petrolera. La desconcertante actuación de la oposición política y del mando militar le permitió retornar al gobierno y dominar la huelga general. Esos dos fracasos, acompañados por el incremento del ingreso nacional, le permitieron controlar la Fuerza Armada Nacional y Petróleos de Venezuela. A partir de ese momento buscó intervenir, sin medir las consecuencias, en los asuntos internacionales de las grandes potencias sobreestimando la limitada capacidad económica y militar de Venezuela.
A la muerte de Hugo Chávez accedió al poder Nicolás Maduro, quien no fue capaz de entender que era imprescindible modificar las líneas centrales del proyecto político chavista. Al contrario, mostró un mayor compromiso ideológico. Su gobierno se inició con una marcada debilidad al no lograr superar su total falta de legitimidad de origen y de ejercicio, ante su permanente irrespeto de la Constitución y el mal manejo de la crisis económica surgida por la forma corrupta y despilfarradora de su gestión. Además, su intento de mantenerse inconstitucionalmente, por segunda vez, en el ejercicio de la Presidencia de la República abrió la crisis política que capitalizó el diputado Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, con el respaldo y reconocimiento de 58 gobiernos democráticos y la imposición de sanciones económicas impuestas por Estados Unidos, Europa y el Grupo de Lima. Es importante recordar estos hechos para entender y aceptar que un gobierno que enfrenta circunstancias internacionales y nacionales tan complejas puede mantenerse en el poder mediante la fuerza, pero no es capaz de gobernar y mucho menos resolver los ingentes problemas de su pueblo.
La oposición democrática solo podría alcanzar el poder si es capaz de resolver, de antemano, un conjunto de complejas contradicciones políticas que amenazan con comprometer el respaldo popular de Juan Guaidó. Esas contradicciones son: falta de unidad interna, incapacidad para rectificar su actual estrategia, imposibilidad de crear un mensaje que impacte en los cuadros militares y clarificar los hechos de corrupción. Justamente, este último punto se ha transformado en el principal reto de Juan Guaidó. ¿Por qué razones no se investigó a profundidad el escándalo ocurrido en Cúcuta, después del concierto de febrero de 2019, con los fondos para la ayuda humanitaria? La inexplicable destitución del embajador Humberto Calderón Berti, figura política de reconocido prestigio y honorabilidad, dificulta aún más entender lo ocurrido. Sus declaraciones han dejado en claro que hubo numerosos hechos de corrupción sin que se hayan determinado los responsables e impuesto las correspondientes sanciones. Observo con satisfacción que el escándalo de los diputados opositores, vinculados al caso de las bolsas CLAP, parece que se está enfrentando de manera diferente. Espero que se logren establecer las responsabilidades correspondientes.
La carencia de unidad interna en la oposición democrática y la incapacidad de rectificar su actual estrategia son dos aspectos estrechamente vinculados entre sí que exigen una amplia negociación entre todos sus integrantes, grandes, medianos y pequeños, que mantengan alguna presencia en la opinión pública. Referente al mensaje a los cuadros militares exigirá también una amplia discusión entre los dirigentes de la oposición y algunos expertos en el tema. Eso sí, mientras se define la política y el mensaje, no es posible mantener silencio ante ciertas opiniones mantenidas por Nicolás Maduro que comprometen el profesionalismo militar y el apoliticismo de la Fuerza Armada. Un buen ejemplo es la siguiente frase: “General Padrino, reparta 12.000 fusiles a las milicias y a los sindicatos del estado Bolívar para defender la revolución”. Definitivamente, el gobierno de Nicolás Maduro no es capaz de permanecer en la Presidencia de la República sin comprometer el destino de Venezuela. Por el contrario, la oposición democrática podría, con absoluta certeza, enrumbar a nuestra patria por un seguro camino de progreso y bienestar, pero antes es imprescindible alcanzar el poder. Solo es posible hacerlo si se preserva una férrea unidad, que deje a un lado cualquier interés particular, y se orienten sus acciones por una sola y exclusiva estrategia.
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