Como ya he hablado hasta la saciedad desde hace más de un año, la transición es el proceso lógico para dar la mejor y la más rápida salida a la difícil situación que en todos los terrenos vive Venezuela. Como también he comentado más de una vez, esta idea surge de la transición democrática española que fue el proceso de pasar de un sistema autocrático dictatorial a una democracia que hoy se reconoce como una de las más avanzadas del mundo, lo que significa que no se trata de quitar a unos para poner a otros, de cambiar a un presidente por otro, sino que es algo mucho más complejo y beneficioso para el país, pues se trata pasar de un sistema caduco y deficiente a otro moderno, eficiente y democrático.
Para realizar este proceso sería inadecuado e impensable hacer unas elecciones en estos momentos y pasar el testigo sin más al siguiente presidente sin preparar antes a la sociedad de la manera adecuada para que este cambio se realice de una manera impecable.
Entre las virtudes de la transición española hay que destacar que fue pacífica y que consiguió la reconciliación de todos los españoles, enfrentados durante décadas en dos bandos. El modelo de transición español se repitió en un sinfín de países pasando por gran parte de la órbita de los países comunistas y de otras dictaduras de derechas como fue la de Pinochet en Chile.
En el caso de Venezuela, actualmente hay que reiterar el esfuerzo de unidad que ha realizado toda la oposición, a pesar de las críticas que a veces le han hecho, de tomar una alternativa unitaria. Ya en 2012 y 2013 toda la oposición fue unida con un candidato a la Presidencia que fue el caso de Henrique Capriles, esa unidad fue corroborada en las elecciones a la Asamblea Nacional de diciembre de 2015 consiguiendo el rotundo éxito de la oposición, se volvió a repetir en la toma de decisión unitaria para la elección del presidente de la Asamblea Nacional en la persona de Juan Guaidó y en su nombramiento como presidente encargado.
A partir de esta situación, ¿qué tenemos que decir? Que una cosa es ser presidente encargado, otra ser presidente de la transición y otra muy distinta ser presidente electo de Venezuela. Para que este proceso sea pacífico sería importante que las fuerzas representantes del chavismo, y en concreto el actual presidente Nicolás Maduro, entreguen el poder a un gobierno de la transición.
La transición debe cumplir una serie de requisitos desarrollados ampliamente en los documentos que he realizado en los últimos tiempos y que se definieron a finales del pasado año a partir de una serie de conversaciones con amplios sectores (están disponibles en http://carlosmalodemolina.com/).
El primer propósito de la transición es esforzarse de forma unitaria en la reconstrucción económica, política y social del país, pero eso solo se conseguirá si a la Asamblea Nacional, que actualmente es la única institución elegida democráticamente, se le permite cumplir con las funciones que le corresponden según la Constitución, sin duda, debe cerrarse de manera inmediata la asamblea nacional constituyente, la cual nunca ha sido utilizada para lo que se encomendó. El gobierno de la transición tendrá como uno de sus fines prioritarios convocar elecciones en un plazo mínimo de 9 meses y máximo de 12, elecciones que deben ser conjuntamente presidenciales, municipales y de gobernadores.
Como habría que realizar algunas modificaciones constitucionales de adaptación a la realidad y para hacer valer todos los cambios oportunos y las medidas que se tomen en este intervalo de transición, se deberá hacer también un referéndum para que la población valide estos cambios y la Constitución tenga su plena validez.
Para que el gobierno de transición se centre en su trabajo de beneficio al país y a la ciudadanía, y en ningún caso se vea un interés personalista ni partidista, ninguno de sus miembros, ni el presidente ni sus ministros, deberían presentarse a las elecciones previstas ni a ninguna otra dentro de los cinco años posteriores a estas primeras elecciones.
Con este mismo criterio se deberían realizar las elecciones presidenciales con un sistema de segunda vuelta o balotaje para que todos los partidos y movimientos sociales puedan presentarse de manera más abierta para que los ciudadanos voten por su partido político y candidato preferido.
También hay que estudiar el nuevo papel del Ejército venezolano que, por distintas conversaciones, me consta que están dispuestos a asumir un papel de defensa de la Constitución y no la defensa de intereses partidistas, personales o de determinadas ideologías. En todo caso, el gobierno de transición debería tener una mayoría de la oposición y de representantes sociales, también representantes del actual movimiento chavista.
Todos estos elementos, que hemos venido trabajando en los últimos años, son los que pueden definir una verdadera transición. Saltarse este conjunto de normas puede ser dar un salto al vacío por un lado y, por el otro, no llegar nunca a la ansiada prosperidad y democracia que Venezuela necesita o simplemente cambiar unos estereotipos fracasados por otros incapaces de ofrecer una alternativa positiva para el país.
Es decir, la transición, no es una palabra hueca, es una palabra con un potente contenido y en mi opinión, es la esperanza del pueblo venezolano.
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