En mi artículo anterior apostaba por una victoria, al menos parcial, de la operación humanitaria del gobierno de Guaidó, no solo por las reiteradas y enfáticas declaraciones de sus dirigentes sino por la naturaleza misma de la operación que suponía algunas certezas para tener sentido. Estas eran básicamente la complicidad de las fuerzas armadas, tanto tiempo proclamada y que encontraría en la ocasión, por su naturaleza misma, la oportunidad para manifestarse; así como la presencia multitudinaria del pueblo en todas las calles del país.
Como se sabe, no tuvo lugar la entrega, fracasó. Si acaso se pueden capitalizar de ese día torvo, nacional e internacionalmente, los efectos de la irracional violencia y su soez y sádica puesta en escena de Nicolás Maduro para impedir la acción humanitaria. La reunión del Grupo de Lima, su condena y las prometidas sanciones son una prueba y por supuesto, se suma a su siniestro expediente.
Sin duda esta batalla fallida no debe influir en la briosa actitud reciente del país opositor, ni en la confianza en el valiente, sagaz y popular líder que ha resultado en pocas semanas Juan Guaidó, ni en la convicción difícilmente más objetiva de que el gobierno de facto que habita Miraflores se pudre cada día más y su fase terminal no durará mucho, así se aferren al poder los que manejan las bayonetas, las salas de torturas y las bandas de malandros del más diverso pelaje. Pero si es necesario reflexionar sobre lo que puede enseñarnos ese episodio.
En primer lugar yo pienso que si algo se había logrado en estos promisorios inicios de año era una credibilidad muy grande. A lo mejor porque todo lo decidido, y mira que eran cosas extremadamente audaces, había sido rigurosamente cumplido, hasta la juramentación de Guaidó en medio de millones de venezolanos. Ese es un artefacto político de primera necesidad, ya hemos probado recientemente su antítesis. Y es el estimulante mayor de la energía popular y de la confianza internacional. A ese respecto diría que no fue bien promovida esa fecha crucial. Hay demasiada distancia entre lo dicho y lo hecho.
Pero diría más. Para que esa acción fuese viable y esto no se tematizó, si acaso quedaba como un desiderátum difuso, era prácticamente necesaria la caída de Maduro, o en todo caso una situación extremadamente delicada de fragmentación de las fuerzas de seguridad. Se puede simplificar así: si entraba la emergencia, con algún grado de complicidad de las fuerzas del orden, dependiendo de la intensidad de esta Maduro o habría perdido todo sustento de poder o se habría creado una riesgosa situación de enfrentamiento. En cualquier caso esta posibilidad no se trabajó colectivamente. También es cierto que algunas variables intermedias son imaginables como una rendición soterrada del gobierno, una andanada de mentiras sobre la naturaleza de los materiales recibidos, etc., pero su peso es poco verosímil y obviamente menor con respecto a los movimientos armados. En fin, que estaríamos en cierto modo en el día D sin invitación formal.
No pareciera este el estilo que estábamos estrenando con los nuevos y promisorios tiempos. A lo mejor algunos correctivos se imponen.
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