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Que el globo, y en especial este lado del globo, se haya llenado casi al unísono de protestas muy amplias y estruendosas, es fenómeno tangible. Lo que no es muy obvio es el porqué de tanta sincronía y resonancia. Sin duda, hay notables diferencias entre unas y otras, hasta de dirección política esencial, vista esta con los cánones convencionales de derechas e izquierdas. Pero algo tienen en común, así sea el arrojo y la ira. Y más, claro.

Moisés Naím señalaba sobre la simultaneidad que podía deberse a un simple fenómeno de contagio, de epidemia. Si el vecino lo hace, yo también puedo hacerlo porque al fin y al cabo nos parecemos, al menos, en que no estamos satisfechos con lo que tenemos y, sobre todo, en lo que no tenemos. Democracia en Hong Kong e igualdad en Chile. Pero, sin duda, la emulación de los otros, no basta. En otras ocasiones se puede caer el mundo aquí, y allá se celebran las fiestas del solsticio de verano. Habría que tratar de atisbar, entonces, con ese fondo de los espíritus colectivos que se asemeja y es propicio al grito y hasta la destrucción.

Yo me atrevería a decir tajantemente que, salvo uno que otro caso muy específico, la razón de fondo pareciera ser que el capitalismo en su fase actual no ha podido cumplir las promesas que en su rol de único actor económico vivo (Fukuyama) tendría que cumplir, en especial en sus versiones más liberales que son las  dominantes. Eso de socialismo, habría que aclararlo, existe a duras penas en Cuba; en forma de monarquía, en Corea del Norte, y en ese estrambótico cruce, que es la China de los multimillonarios, el insólito desarrollo industrial, los campesinos de la edad media y la represión política de rancia estirpe comunista. Quedan las socialdemocracias, las de avanzada y las no tanto, que no quisieran salir del capitalismo y, para cerrar, ese revoltillo de baratijas e irracionalidad que llamamos populismo, a la moda, algunos a la “izquierda” y que nadie sensato llamaría socialismo.

En cierto modo Fukuyama tenía sus razones, lo que no daba cuenta es de los revoltillos que son firmes entidades como cualquier otra.

El capitalismo tiene un mal consustancial que llaman desigualdad. Se podría llamar de otra manera como repartición inequitativa de la riqueza y hasta confrontación de clases. Bueno, lo cierto es que según parece haber demostrado el nuevo ícono de la economía, Monsieur Piketty, en un libro para mí ilegible, las clases medias, sobre todo las más recientes, ven frustradas sus aspiraciones de mejorar, en una sociedad individualista y consumista, mientras la riqueza se concentra en muy pocas manos y esto de forma creciente. De aquí el malestar que está en el fondo de los chalecos amarillos franceses o la destrucción del Metro de Santiago, en sociedades en términos tradicionales relativamente venturosas.

Esta es la nueva realidad en muchas partes del planeta, en aquellos países que incluso han superado en gran medida la pobreza. La emergencia del radicalismo en Estados Unidos y Gran Bretaña es una muestra excepcional de ello. Pero si esto es así y, al parecer es irrefutablemente así, también podemos agregar que las élites políticas no saben muy bien cómo moverse en este nuevo escenario planetarizado y donde las viejas fórmulas son eso, viejas. De allí la nefasta antipolítica y otras atrocidades que nos rodean, como la emergencia impensable del nazismo. Y de donde no es de extrañar salgan estas seguidillas callejeras tan tronantes.

Por supuesto que para entender todo esto hay que superar lo que Sartre llamaba el sentido de la historia, visto por el prefecto de policía; es decir, las muy divertidas teorías conspirativas en que la destartalada Cuba, a través del más destartalado Foro de Sao Paulo, son capaces por arte de magia de concentrar un millón de personas en Santiago o poner a Colombia a pasar muy malas noches. Son ganas de engañar, lo que al fin y al cabo para algo podría servir, pero también autoengañarse, lo cual sí es grave, porque se nos escapa el rostro del enemigo.

Sí, señores, hay que repensar demasiadas cosas si queremos caminar derecho por este confuso y laberíntico siglo XXI.

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