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Evo y su teoría de los derechos

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La nueva izquierda latinoamericana, la autoritaria y violenta, la que se inspira en el modelo chavista, se ha especializado en una manipulación de la teoría de los derechos humanos, y en especial de los derechos políticos. Una manipulación destinada a justificar de forma grotesca su ambición infinita y abusiva del poder.

Ellos reclaman el derecho a la protesta, no para expresar un reclamo o una postura frente a diversos temas de la vida social, sino cómo el mascarón tras el cual salir a crear el caos y destruir las ciudades. Todos creen que pueden desarrollar una réplica de lo que fue el proceso vivido por nosotros, en Venezuela, que dio lugar al Caracazo (febrero 1989), y así abrirle paso a unos actores políticos, que han demostrado una vocación borbónica insaciable.

En el fondo subyace la naturaleza violenta de un sector político imbuido del pensamiento marxista leninista, que sostiene y promueve la lucha de clases y la toma violenta del poder.

Usan las reglas y libertades democráticas para acceder al poder. Una vez instalados en él, comienzan el proceso de modificación del orden jurídico para aplastar a la oposición y perpetuarse en el poder.

La semana anterior me referí a uno de los métodos favoritos de este sector para lograr esos objetivos: las asambleas constituyentes. Con ellas, previamente declaradas originarias y plenipotenciarias, toman todas las instituciones, ramas y niveles del poder público. Convierten a los presidentes de la República en gobernantes más poderosos que los Reyes del siglo XVII.

Una de las figuras preferidas de esta camarilla de herederos del dictador Fidel Castro es la de la reelección indefinida en la jefatura del gobierno.

Cuando no la logran imponer en la asamblea constituyente, que de ordinario instalan al comienzo de sus gobiernos, buscan reformar la constitución, o acuden a un tribunal supremo sumiso, que haga una interpretación acomodaticia para seguir con la enfermiza adicción al poder.

La reforma la adelantó en Venezuela Hugo Chávez (vía enmienda constitucional). Luego de un intento, usando y abusando de todo el aparato y dinero del poder, nos impuso la reelección infinita, sin percatarse que su presencia terrenal era finita.

La vía judicial la usó Evo Morales, quien habiendo recibido una contundente negativa popular, (vía referéndum) a su ambición de perpetuarse, acudió a sus amanuenses judiciales, para que se inventaran la nueva teoría “del derecho humano a la reelección perpetua”.

La avaricia rompe el saco, dice el viejo adagio. Haciendo caso omiso al voto del pueblo boliviano (lo mismo que Chávez hizo al desconocer en la práctica, el referéndum negador de la reforma constitucional de 2007), Evo se lanza con el subterfugio de una amañada e inconsistente sentencia, a una nueva elección. Creyó que podía burlar a su pueblo con el fraude electoral. Pero las masas populares en la calle, con la ayuda de las fuerzas de seguridad, lo llevaron a renunciar.

Estos personajes de la izquierda borbónica, como magistralmente la calificó Teodoro Petkkof, no tienen la humanidad de admitir sus carencias, de aceptar su verdadera naturaleza autoritaria, y pretenden arroparse con la manta de “los derechos políticos”.

Es esto lo que ha hecho Evo Morales, al expresar ante el periodista uruguayo Gerardo Lissardy, de la BBC, que ir a la reelección “era su derecho”. En una entrevista, donde el ex presidente muestra su grosera soberbia, balbucea la nueva forma de interpretar el derecho que sus leguleyos le crearon.

Evo siente que ser presidente vitalicio es un derecho adquirido. Una nueva teoría de los derechos políticos absolutos. Que él se puede presentar indefinidamente para que lo reelijan.

Una verdadera burla a los principios fundamentales de la democracia. Consagrados, precisamente, para garantizar que los derechos políticos del resto de los ciudadanos tengan eficacia, así como el conjunto de los derechos humanos.

Evo y el resto de sus camaradas en el continente se olvidan, cuando están en el poder, de principios tan fundamentales como la alternabilidad en su ejercicio, la separación de sus diversas ramas, el derecho de los demás liderazgos de la sociedad a competir en igualdad de oportunidades.  Nada de eso les importa, solo cumplir con el formalismo de un simulacro electoral, que justifique su continuidad en el poder. Evo pensó que podía hacer lo mismo que Maduro. Efectuar la elección de la forma que mejor conviniera, adelantar el fraude y seguir indefinidamente subyugando a su pueblo.

La oportuna reacción popular, y el claro apoyo militar, impidieron que Bolivia fuera la segunda farsa electoral exitosa de estos tiempos oscuros de nuestra América Latina.

Esta nueva teoría “socialista” del derecho a la reelección indefinida, en países sin pesos ni contrapesos, con todas las ramas del poder controladas, con sistemas electorales contaminados por el fraude y la corrupción, no son sino el nuevo disfraz del viejo comunismo ruso cubano, que asumen, con la bandera de la revolución, el poder para siempre.

Frente a esa teoría absurda y antidemocrática, a nuestros pueblos latinoamericanos, no le queda otro camino que echar del poder a estos herederos de Stalin y Fidel.

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