Un muy buen observador y analista de la dinámica política latinoamericana es el periodista colombiano radicado en París, Eduardo Mackensie, desde donde publica sus observaciones frente a los hechos que afectan la evolución de nuestro subcontinente.
Quien siga sus escritos personales y sus publicaciones digitales que incluyen otros analistas y opinadores habrá podido darse cuenta de cómo, con mucha anticipación, Mackensie estuvo alertado sobre lo que podía ocurrir en Colombia con motivo de la huelga general convocada para el día 21 de este mes y que culminó con hechos de vandalismo y destrozos en varias ciudades del país vecino. “El 21 de noviembre ese país deberá hacerle frente a una serie de “marchas” obrero-estudiantiles, organizadas por sindicatos y grupos de oposición heterogéneos. Casi sin excepción toda la ciudadanía ve esa jornada como el inicio de una dinámica nefasta en la que serán aplicadas las técnicas demoledoras de Chile y Ecuador”, escribió el periodista.
Lo que se vio el jueves pasado en toda Colombia, en efecto, fueron marchas que efectuaban reclamos válidos de acuerdo con el criterio de los descontentos, numerosos, de diferente origen, variopintos, y hasta difíciles hasta de priorizar. Pero legítimos. Para sus organizadores, representaban una ocasión -mal estructurada, cabe decirlo- de propinarle un castigo a Iván Duque por equivocadas políticas en un sinnúmero de frentes. Todo ello fue reconocido por el presidente en la alocución en la que asumió posición sobre la manera cómo una protesta democrática quiso ser convertida por vándalos de dudoso origen en actos de destrozos y saqueos con los cuales generar terror en la población. La fuerza pública y las autoridades, a lo largo del país, se esforzaron por actuar coordinadamente, además de que contaron con una importante movilización de la sociedad civil para respaldarlos, pero la destrucción y el pillaje fueron inmensos.
La ocasión la pintan calva, pensó alguien en el entorno gubernamental de La Habana. Una marcha es un terreno más que fértil para que el terrorismo y los sectores extremistas actúen y para pescar en río revuelto, incendiando al país en sus calles. Una excelente manera de usar una buena causa para desestabilizar al gobierno de Iván Duque.
Así es. Todo lo anterior no es más que una pieza, otra pieza estratégica más, del gobierno de La Habana por sobrevivir ahora que no cuenta con el respaldo económico del protectorado venezolano. Ya lo decía Fernando Londoño Hoyos, experimentado político de larga data, “la marcha del próximo jueves 21 es de estirpe comunista, con medios comunistas y finalidades comunistas”. Y calificó a los marchantes de ser una legión de idiotas útiles.
Lo de Colombia este jueves es otro capítulo más del comunismo hemisférico que no quiere claudicar, sino más bien intimidar a sociedades que lo han desterrado por voluntad ciudadana. Digo “otro más” porque recuerda mucho a los episodios chilenos de las recientes semanas en los que el terrorífico resultado está a la vista y en los que consiguieron hacer recular al gobierno. De todo ello lo que debe particularmente alarmar son las tácticas usadas para obligar a jóvenes inexpertos y a grupos delincuenciales en el interior del país a cometer actos vandálicos actuar acordes con sus propósitos desestabilizadores.
Colombia debe actuar como un solo hombre frente a esta nueva amenaza orquestada desde Cuba, que cuenta además con la connivencia de tradicionales fuerzas criminales que los gobiernos colombianos no han logrado hacer desaparecer y que hoy por hoy continúan activos gracias a la ayuda que proviene del otro frente comunista del continente, el que opera a sus anchas en el palacio de Miraflores.
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