Siento la necesidad de hablar de la sociedad que se puede construir pos Maduro, pos Evo, después de cualquier apagón de las libertades. Cómo dice Rosalía, cantando a los Chunguitos “Si me das a elegir” con cuáles de los atributos del país me quedaría. Cuáles serían aquellos rasgos y esencias que añoramos, que nunca los hemos vivido o que simplemente queremos restaurar en nuestra memoria. La primera idea que se aposenta en nuestra mente, es vivir con confianza, en nosotros y en los otros, tal como dice Francis Fukuyama, si no existe confianza en el género humano, en sí mismo, el mundo podría desaparecer: “Confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado, honrado y de cooperación, basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran. Estas normas pueden referirse a cuestiones de ‘valor’ profundo, como la naturaleza de Dios o la justicia, pero engloban también las normas deontológicas como las profesionales y códigos de comportamiento”. Sin un esfuerzo de colaboración no hay confianza en lo que somos o podemos ser, en la cultura que nos envuelve, es vivir en un limbo sin referencias ni limites, donde el mañana se torna difuso. ¿Que será mañana? es la pregunta que surge, podemos vivir, crecer y educar a nuestros hijos, crear propiedad, podría el país brindarnos esa seguridad. Si los venezolanos nos atrevemos a medir el nivel de confianza que nos mueve hoy, el resultado quizás sería muy peligroso, vivimos sin confiar. Por ello es imprescindible pensar en cómo traer la confianza a nuestras vidas.
La segunda clave imprescindible es confiar en la existencia de la ley, ser gobernados por la ley y no por los designios ideológicos o el poder sin frenos de algún grupo o liderazgo. Es la existencia del Estado de Derecho que oxigena las relaciones entre las personas y de ellas con los que gobiernan. La tercera cosa que se desprende de las dos primeras es aspirar a vivir en una sociedad donde prive la libertad en todos los planos, en la posibilidad de decidir, pensar, en nuestras preferencias, rasgos culturales y éticos, los que aceptamos o rechazamos.
Vivir en un ambiente que merece nuestra confianza en el mañana, en el hoy y reconocer la existencia real de una Estado de Derecho es una gran aspiración. Sin embargo, afloran otros afanes insustituibles, creer en nuestras capacidades, depender absolutamente de lo aprendido y en la oportunidad de ser capaces de aportar valor en todo aquello que participamos. Recibir la recompensa por las cosas útiles que hacemos, ideamos o construimos y no solo por ser un número del conjunto de habitantes. Reconocer la existencia de lazos estrechos entre los logros que podemos obtener y nuestros esfuerzos, los cuales a su vez dependen de las capacidades que hemos atesorado, aprendido y experimentado.
El reconocimiento del individuo, de la persona humana como eje responsable de la construcción social, es opuesto a los hiperpresidencialismos y los estatismos totalitarios. Se trata de construir un tejido de redes institucionales, portadoras de reglas de juego aceptadas cultural y jurídicamente en la existencia del individuo responsable como eje de la dinámica social.
Reconocer la primacía del individuo responsable es una referencia a deberes, obligaciones, toda aquella gama de ideas y acciones esenciales en la definición de cuál es el rumbo de la sociedad.
El ejercicio de la responsabilidad marca el espectro de derechos que muchas veces defendemos sin haber asumido la tarea de generar el contexto, las condiciones y las obligaciones que posibilitan su existencia, más allá de los otorgados por nuestra pertenencia al género humano.
La aspiración seria entonces una sociedad donde prevalezcan los equilibrios, donde cada una de las regiones de la vida social ejerza el poder que le corresponde y actúen en un intercambio justo de aspiraciones particulares y generales.
En resumen y sin romanticismos, aspiramos a una sociedad donde vivamos con la confianza de haber elegido el sitio donde queremos estar, bajo el imperio de la ley y en plena concordancia con las capacidades racionales y espirituales que hemos logrado atesorar.
Estas claves que hemos enumerado y fugazmente descrito no forman parte de un sueño incumplible, prefiguran todo aquello que podemos lograr si privilegiamos nuestra existencia como un tiempo único para lograr la aspiración que persiguen las religiones y las ideologías: simplemente ser felices y mejores seres humanos. En realidad no se trata de nada descabellado.
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