“Nadie finge que la democracia sea perfecta o absolutamente sabia. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno…excepto todas las demás formas que han sido intentadas». W. Churchill
Cuestionada en el mundo entero hoy, la idea de democracia crepita en la hoguera de la opinión pública; puesta constantemente en el banquillo de los acusados, abandonada a su suerte por aquellos que prefieren formulas para la ocasión y no la asunción del deber con el régimen político de las libertades, toca ahora aclarar y de ser menester, abogar por el menos malo entonces de todos los experimentados métodos de gestión de los asuntos públicos, por sus naturales destinatarios, como nos enseñó el bulldog británico.
En efecto, desde aquellos tiempos en que Herodoto se interrogaba sobre las formas de gobierno que evoca Bobbio, en su texto sobre la materia y devenido un clásico, se ha planteado la elevada fragilidad del gobierno del pueblo, asediado desde adentro como denunciaba Megabizo II, por las impredecibles pero inevitables reacciones de la muchedumbre ignorante y ligera. Escoger entre los mejores y confiarles el mando debía ser lo conveniente, conscientes ellos que no las turbas, de lo que habría que discernir y haciéndolo, bien gobernar. Megabizo II era evidentemente apoyo para el gobierno de la aristocracia a veces simplemente confundida con la oligarquía.
De otro lado, Darío sostenía que en la monarquía o gobierno de uno, la sabiduría por así llamarla evitaba, las tendencias grupales propias de las oligarquías, inclinadas a buscar la satisfacción de intereses de circunstancia. “En una oligarquía, sin embargo, sucede a menudo que muchos, mientras practican la virtud con respecto al bien común, tienen fuertes enemistades privadas que surgen entre ellos; porque así como cada hombre desea ser él mismo el líder y prevalecer en los consejos, llegan a grandes enemistades entre sí, de donde surgen facciones entre ellos, y de las facciones viene el asesinato…”.
Otanés, demócrata confeso, ripostaría con un argumento filoso, “¿Cómo va a ser la regla de uno solo una cosa bien ordenada, viendo que el monarca puede hacer lo que desea sin dar cuenta de sus actos? Incluso el mejor de todos los hombres, si se lo coloca en esta posición, cambiaría sus actos habituales.”
Otanés acotaría al expresarse así, un elemento capital en la dinámica del poder y su ejercicio, la necesidad de controlar el poder para que no se corrompa aunque de una vez advierte que en la definición ya obra como un gen dominante la derivación tiránica.
Todavía Otanés haría valer que en la democracia se fraguara como un aliciente, como un acicate, “la regla de muchos tiene un nombre que se le atribuye, que es el más justo de todos los nombres, es decir, ‘Igualdad”.
Para buena parte de la doctrina, Herodoto fue, no solo un testigo excepcional de su tiempo sino, el primer historiador en el sentido que se atribuyó en el inicio; un indagador, un buscador, un admirador del hombre y sus ejecutorias y en ese intercambio, también es apreciado como uno sino el primero de los relatos que, se recogen sobre la liminar y tal vez ya vetusta y añeja reflexión del hombre, sobre el poder y su titularidad.
Luego encontramos a Tucidides y otro de los testimonios y/o narraciones capitales para iniciar el conocimiento de la democracia de los griegos y también de los persas. En las guerras del Peloponeso, hallamos a Pericles, el gran demagogo y nótese que no tenía el vocablo el trato peyorativo que hoy recibe. Me refiero a la oración fúnebre en la que, como un memorial, Pericles muestra el sentido de la libertad del hombre en democracia, llena de riesgos entonces pero, también empapada de virtud.
Roderick T. Long realiza y nos sirvió bastante en esta oportunidad para glosar y comparar la diferencia entre el guerrero espartano como cultura icónica y el ateniense. El valor y el coraje, la destreza del guerrero que se forma como tal y aquel que, no será menos bueno en la faena pero que arriba a la escena por voluntad propia y eligiéndolo motu proprio. El asunto se conecta en una suerte de sincretismo con el ideal republicano pero, deberá decantarse incluso de el mismo.
Me veo tentado a recordar otros comentarios o citar episodios ricos en la investigación histórica pero, solo me detendré en unos pocos más y comencemos la restringida lista con Montesquieu. El barón de la brede, en ese ensayo modelador del pensamiento y de las ideas políticas, editado en 1848 y titulado, Del espíritu de las leyes, entre numerosas, sesudas y pertinentísimas constataciones, elabora las orientaciones que a su juicio es menester incorporar, a la ingeniería del poder para que no se desvíe pero, por otra parte deja claro, otro, de muchos más, postulados de impretermitible consideración.
“No es necesaria mucha probidad para que un Gobierno monárquico o un Gobierno despótico se mantengan o se sostengan. La fuerza de las leyes en uno, y el brazo del príncipe siempre levantado en otro, son suficientes para regular y ordenar todo. Pero en un estado popular, se precisa un resorte más: la virtud. Lo que digo está confirmado por la historia y es en todo conforme a la naturaleza de las cosas…” La afirmación de Charles de Secondat partidario de la monarquía, abre entonces sin embargo, otras ventanas a este sencillísimo arqueo sobre la democracia como forma de gobierno y, como sistema político. La virtud y el miedo destacan elocuentes y tendrán un papel que jugar en el teatro democrático incluso como tragedia.
El hilo histórico nos permite traer a Maquiavelo quién, por cierto, sostuvo en el Príncipe la necesidad del actor del poder de, diestramente combinar la virtud y el temor, camino a lograr de sus súbditos, el amor y también la aprensión. En uno u otro colgaría el señorío su perchero.
Pero igualmente toparemos con Rousseau y con Robespierre. Para el uno, Jean Jacques, la virtud se funda en el manejo apropiado de la magistratura, lo que provocaría, la admiración y el apego de las voluntades que sumadas constituirían la voluntad general, “Y como la virtud no es otra cosa que esta acomodación de las voluntades particulares a la voluntad general, establézcase el reino de la virtud».
Y para dejar claro el sentido y la secuencia de la virtud en democracia preciso el ginebrino, y la doctrina lo recoge la calidad de la autoridad sustentada en la virtud, “…cien veces más absoluta que toda la tiranía de los usurpadores»: «Esto no significa que el gobierno deba tener miedo de usar su poder, sino que debe usarlo legítimamente… Mas no debemos confundir negligencia con moderación, ni debilidad con dulzura. Ser justo exige ser severo; soportar la maldad que se puede reprimir con derecho es como ser malvado con uno mismo. No basta con decir a los ciudadanos: sed buenos; hay que enseñarles a serlo”.
Maximiliano Robespierre intentara hacer de la virtud un acento propio de la fraseología revolucionaria, tenida de virtuosa y como tal legitimada. El incorruptible, aún en el periodo del terror hizo mención y utilización del vocablo. “La virtud fue siempre de una minoría sobre la tierra. Si no, ¿cómo podría explicarse que haya estado ésta siempre llena de tiranos y de esclavos?»
Y todavía nos recuerda, M. a Carmen Iglesias, catedrático de la Universidad complutense, agregó el paradigmático revolucionario otra de sus soberbias proclamas, “El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa, inflexible; es, pues, una emanación de la virtud. No es tanto un principio particular como, una consecuencia del principio general de la democracia aplicado a las más acuciantes necesidades de la patria».
La próxima entrega nos permitirá entrar ya de lleno en la articulación entre Democracia y libertad pero, además, en la perspectiva de la amenazada sustentabilidad del sistema, régimen, forma de gobierno democrático, advirtiendo sobre algunos de sus antagonismos y enemigos y, en nuestro criterio, las rectificaciones del rumbo que suele reclamársele al gobierno de todos o de muchísimos al menos.
@nchittylaroche
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