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Los ojos de Rufo

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Los hechos son conocidos por un país paralizado ante la inhumanidad del régimen, ante las escalas de brutalidad que están superando los funcionarios del usurpador, pero conviene recordarlos para que, con el paso del tiempo, no se pierdan en los rincones de la memoria. No solo deben ser un acicate para la continuación de las luchas de los ciudadanos que buscan una forma digna de vivir, sino también para que ocupe lugar elocuente en la historia que leerán las futuras generaciones.

El joven Rufo Chacón, de 16 años de edad, salió a manifestar con sus vecinos de Táriba por la falta de gas que agobia a la comunidad. Los voceros de la localidad no solicitaron entonces la salida del usurpador, ni elevaron consignas de naturaleza política que pudieran preocupar a los detentadores de un poder mal habido. El tema político no formaba en ese momento parte de su repertorio, pues solo querían que se atendiera un reclamo que la autoridad había observado con olímpica indiferencia. Sin embargo, la reacción de las fuerzas del orden, innecesariamente dura, cruel sin paliativos, culminó en una arremetida propia de batallas campales.

Policías y guardias atacaron a los ciudadanos de Táriba como si formaran parte de un ejército enemigo, como si estuvieran ante una peligrosa hueste que debían aniquilar. Les dispararon con perdigones hasta lograr el control de la situación, operación de la cual quedó como resultado la ceguera del joven Rufo Chacón. No venía Rufo en papel de guerrillero, ni portaba armas de fuego ni objetos peligrosos. Solo acompañaba a los habitantes de su barrio a pedir bombonas de gas doméstico, a reclamar insumos elementales para la supervivencia de su familia. Pero los gendarmes sintieron que estaban ante un movimiento subversivo y dispararon sus armas. De una de esas escopetas salieron los proyectiles que dieron en la cara de Rufo para provocarle la pérdida de sus ojos.

La creciente preocupación de la dictadura por el crecimiento del malestar en la población, provocado por su incompetencia y por sus corruptelas, ha conducido al ataque violento de las manifestaciones que se producen de manera aislada. Deben impedir su proliferación para evitar que, como es previsible, se encienda toda la pradera. De allí la manera desenfrenada de enfrentarse a los primeros brotes masivos de inconformidad, que deben ser el preludio de un fenómeno de naturaleza general. De allí la persecución de los ciudadanos que levantan la voz y a quienes se persigue con saña. De allí el ataque desmedido que sucedió en Táriba y que ha conducido al trágico desenlace del joven Rufo Chacón. La dictadura ha ordenado una puntual represión sin freno, para evitar el crecimiento de reacciones de mayor envergadura contra su pésima administración. Como no quiere ni puede ni sabe encontrar el remedio de la crisis, la dictadura pretende contenerla con el uso de la brutalidad.

Hoy la brutalidad se ha llevado los ojos de Rufo Chacón, mientras en las alturas de los edificios públicos se coloca el símbolo de la causa por la cual se cometen las tropelías: los ojos de Hugo Chávez.

 

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