El Estado venezolano tal como lo viene utilizando el autodenominado socialismo del siglo XXI no se parece en modo alguno al que describe la Constitución Nacional (Artículos 2 y 3), sino al Leviatán descrito a mediados del siglo XVII por el filósofo inglés Thomas Hobbes
Nuestra carta magna declara al Estado como “democrático y social de derecho y de justicia”, definiendo una serie de valores superiores que han de orientar su ordenamiento y actuación. ¿Cuáles? Además de los que se acaban de mencionar, identifica los siguientes: vida, libertad, igualdad, solidaridad, responsabilidad social; asigna la preeminencia a los derechos humanos, la ética y el pluralismo político (Art. 2). Como fines esenciales del Estado venezolano, la Constitución destaca: defensa y desarrollo de la persona, respeto a su dignidad, ejercicio democrático de la voluntad popular, construcción de una sociedad justa y amante de la paz, promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo; igualmente, garantía del cumplimiento de principios, derechos y deberes integrados en el texto constitucional.
Este cuadro luminoso contrasta con la realidad trágica nacional, que el actual régimen ha venido causando en estas dos décadas iniciales del tercer milenio con la formulación y la progresiva puesta en práctica de su proyecto. Este es de carácter comunista, totalitario, aderezado con una fuerte carga de inoperancia y narcorrupción, todo lo cual lo ilegitima tanto moral como constitucionalmente. El Estado en manos del SSXXI no es el que dibuja y manda la Constitución, sino el Leviatán del filósofo inglés.
Hobbes, materialista y pesimista, define al ser humano como egoísta por naturaleza (homo homini lupus), lobo para su vecino y contrincante en una “guerra de todos contra todos”. Para poderse manejar en este conflicto los seres humanos pactan que alguien -monarca o consejo- asuma el comando de la situación y asegure así paz y defensa. Ese alguien se convierte en soberano, omnipotente, en un absoluto del cual todo depende y él de nadie; concentra la globalidad de todos los poderes, de modo que política, moral y hasta religión le quedan sometidas. El Estado se convierte así en Leviatán.
Hobbes hace la comparación con ese animal, bestia maligna, ser mítico, monstruoso, horripilante, que aparece en la literatura del Medio Oriente; también en la Biblia (ver, por ejemplo, Isaías 27, 1), como poder nefasto que evoca la fuerza contraria a Dios y su pueblo. No es difícil percibir en los tiempos modernos al Leviatán cristalizado en el Estado nazi y el comunista, con su pretensión de omnisciente y todopoderoso. El ser humano queda entonces aplastado por un poder omnímodo.
Resulta algo más que curioso comprobar lo sucedido con el socialismo real (tipo URSS, Corea del Norte, Cuba). La teoría marxista concibe al Estado como una entidad destinada a desaparecer con el advenimiento del comunismo, luego de la dictadura del proletariado. ¿Qué ha sucedido? Esa dictadura de transitoria se ha convertido en permanente y de proletariado ha quedado solo una casta iluminada que ejerce el poder a sus anchas. Es la “nueva clase” (oligarquía comunista, nuevo grupo de tiranos privilegiados y parásitos) que denunció el yugoeslavo Milovan Djilas en la inmediata posguerra (1957). El socialismo, que de por sí evoca participación social, se convierte en un régimen de total centralización en lo económico, lo político y lo cultural. Una dinámica conducente al culto de la personalidad (el hermano mayor: Stalin, Mao, los Kim, Fidel y congéneres)
En Venezuela el Leviatán está en marcha. Tarea de los demócratas y humanistas genuinos es evitar que la fiera subsista, crezca y llegue al dominio total de la nación. Para los cristianos y creyentes en general, así como para los no creyentes de genuina convicción humanista, tarea insoslayable es evitar que el Leviatán devore al Estado definido por nuestra carta magna y exigido por la dignidad de los hombres y mujeres de este país.
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