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¿Cuánta sangre más falta para que te vayas?

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I

Es casi imposible de creer. Imagino que la alta comisionada no da crédito a las noticias que le llegan porque ella sabe de horrores, los experimentó. Posiblemente crea que son parte de las exageraciones de la polarización que considera haber visto en la sociedad venezolana.

Lo que quisiera que los catedráticos e intelectuales de las ciencias políticas tomen en cuenta es que esta no es una dictadura al estilo de las del Cono Sur. Ni siquiera con crueldades como las que se vivieron en las guerras mundiales. El sufrimiento que estamos padeciendo los venezolanos tiene dos características muy novedosas. Quizás podría compararse con lo que hace Bashar al Assad con sus coterráneos en Siria, pero digamos que de ellos nos separa un mundo cultural inmenso.

II

Estoy convencida de que el dictador sangriento hizo un pacto con su intergaláctico. Que aquel pajarito que le habló era más bien un ave de mal agüero que vino para recordarle que su misión era el exterminio.

Recuerdo que para mí fue muy duro de adolescente leer la novela Se llamaba SN de José Vicente Abreu. Mi padre tenía algunos amigos que habían sufrido esa terrible experiencia de la tortura durante la dictadura. Él mismo ayudó a muchos de sus compañeros a esconderse de la temible policía de Pérez Jiménez y eso no me lo contó él, sino ellos, que me narraron lo que padecieron. También fue tema de conversación con mi querido maestro Simón Alberto Consalvi.

Creo que no hay venezolano de mi generación que no se haya conmovido con los cuentos de los chilenos que llegaron huyendo de Pinochet. Pero siempre se trató del pasado, de un tiempo que fue, de unas cicatrices que a duras penas cerraron.

¿Esta dictadura es más cruel? Probablemente no, porque por lo que he leído usan todavía muchos métodos que se practicaron en los cincuenta y los setenta.

Pero los asesinos y los torturadores de esta revolución bonita parecen olvidar que sus fechorías no son ya alimento de rumores; que todo lo que hacen inunda las redes sociales y vuela, traspasa las fronteras.

Si la alta comisionada se hace de oídos sordos, solo basta con que se dé un paseíto por Twitter o hasta por Instagram para que vea en todo su horror lo que son capaces de hacer los torturadores rojitos.

Hay protocolos establecidos para que una oficina de las Naciones Unidas actúe en casos como el del capitán de fragata Rafael Acosta Arévalo, como el de Minnessota. ¿Qué espera? ¿No le basta saber con que el pobre hombre solo pudo pedir auxilio a su abogado?

Pero es la indiferencia, la frialdad con que a veces los organismos multilaterales ven los crímenes de los poderosos lo que más duele, más que los golpes, más que las órbitas vacías de los ojos de Rufo. ¿Qué le queda a él de vida?

III

Está visto que el torturador mayor, el dictador, goza con este sufrimiento. Y esa es otra característica importante y digna de estudio. A pesar de lo obvio, a pesar de que el mundo entero sabe de su maldad (por las redes sociales), no le importa. Básicamente porque él, y todos los que le rodean, son un gran grupo de sociópatas a los que no les interesa el dolor ajeno.

Lo único que sé que les haría sufrir es que les arrebaten el poder. Se creen dioses en el Olimpo quitándoles la vida a las personas sin que nada les pase. Pero nada les dolería más que ser unos simples mortales. ¿Cuánta sangre más te hace falta, dictador? Tu inmensa maldad no se sacia.

¿Y qué esperamos? Lo sé, no tenemos muchas alternativas. La solución es clara, pero los medios están en manos de otros cínicos.

 

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