Por NARCISA GARCÍA
A través de los olivos (Abbas Kiarostami, 1994) es considerada la tercera parte de una trilogía que inicia con ¿Y dónde está la casa de mi amigo? (1987) y continúa con Y la vida sigue (1992). La primera sigue a un niño que quiere regresarle un cuaderno a un compañero de clase pero no sabe llegar hasta donde este vive. Luego de que Kiarostami filmó esta película ocurrió un terremoto fortísimo y muchas muertes. El director entonces hace la segunda cinta, en la que él mismo se filma llegando al pueblo del terremoto en busca del chico que protagonizó la primera película, pues quiere saber si sigue vivo. Cierra con A través de los olivos, una historia metaficcional en la cual un director de cine llega al pueblo donde se dan las otras dos historias para filmar una película. Uno de los jóvenes que apareció en las cintas anteriores se ha enamorado de una de las chicas presentes en esos rodajes, y Kiarostami, fiel al neorrealismo italiano o al espíritu documental se interesa en esa historia de amor no correspondido.
El tratamiento sereno que le da el director a cada situación revela mucho de su personalidad. En El sabor de las cerezas lleva esta pasividad a la reflexión filosófica. Su cámara solo observa como quien se muestra muy interesado en lo pequeño, lo nimio, los gestos casi imperceptibles. Las situaciones y las motivaciones son también así, genuinas y sencillas. Kiarostami nos involucra desde la distancia con unos personajes que saben que están haciendo una película, y que no tratan de esconderse de ella. Muy alejado de cualquier aspecto grotesco o burdo, en A través de los olivos se nos presenta una historia de amor bajo una mirada llena de dulzura. En su simpleza es de las películas más genuinamente enternecedoras y bellas de la filmografía del autor. También es dolorosa, sin embargo nuestro protagonista parece no querer perder la fe.
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