Por Waldo Contreras y Gerardo Mojica
La educación es concebida como un proceso de construcción de los conocimientos por parte de los individuos que interaccionan en un contexto determinado. Esta interacción lleva aparejada, a su vez, dos acciones: una que se refiere al hecho de alimentar (edu-care), en el cual hay alguien que se dedica a mediar en el proceso de enseñanza y aprendizaje, y lo que a su vez produce otras acciones; las que recaen en alguien que educa y aquellas referidas a ese otro que aprende. La otra vertiente, se apoya en un proceso en el cual se busca extraer, de quien aprende, todas sus potencialidades para que se pueda aprehender del conocimiento (edu-cere).
De acuerdo con lo anterior, podemos asumir el proceso educativo como una actividad dinámica; en este sentido, cada vez que nos refiramos a la educación, lo debemos entender como un proceso interactivo, en el cual se producen aportes de varios protagonistas; aportes que se van estructurando en grandes bloques de contenidos y saberes, y servirán, en cierta medida, como asidero para el sujeto en las particularidades de su diario vivir.
Este proceso dinámico requiere de quien sirve como mediador de los aprendizajes, de una preparación adecuada, dirigida a potenciar en él características profesionales que le permitan, además de desenvolverse idóneamente en su práctica docente, estar en la búsqueda permanente de las competencias profesionales, de tal manera que pueda adaptarse a las situaciones cambiantes que se producen en el mundo educativo actual. Se hace referencia a la formación profesional, particularmente en los docentes, a la que llamaremos como formación docente, y entendida como todos los estudios y experiencias de las cuales se apropia el ser humano, a lo largo de su existencia, que lo conducen a ejecutar sus labores de manera exitosa.
La formación docente, en nuestro país, se encuentra diferenciada en dos vertientes: la primera, denominada formación inicial, reconocida como aquella que se recibe en la universidad y que lleva a la consecución de un título académico, bien sea de nivel intermedio, técnico superior o de carrera larga, licenciado o pedagogo.
En esta dimensión de la formación docente, el futuro educador recibe los conocimientos básicos de la carrera; así como también, desarrolla prácticas en el aula que lo llevan a identificarse, antes de salir al campo de trabajo, con la realidad a la cual se enfrentará cuando finalice sus estudios académicos. Los lineamientos curriculares de cada casa de estudio dirigen las asignaturas que el estudiante ha de recibir a lo largo de su permanencia en ellas. Muchos de estos educadores, si no la mayoría, una vez que egresan pasan a formar parte de los profesores de los subsistemas del sistema educativo oficial (Ley Orgánica de Educación, 2009); otros, se convertirán en docentes en las casas de estudios del nivel universitario; es decir, pasarán a ser formadores de formadores.
La otra vertiente dentro del proceso de formación, la encontramos asociada con la formación continua; referida a los conocimientos y estudios que realiza el docente una vez que ha obtenido su título académico y que, por su naturaleza permanente, se podría decir que la realiza el profesional a lo largo de toda su vida. Es en este aspecto puntual, cobra mucha importancia las competencias que desarrolla y demuestra el docente a través de su formación continua. Se trata de comprender la actuación de aquel profesional que se ha incorporado en la universidad para formar a otros como formadores en otros espacios, otros contextos y en otras condiciones.
Empero, se hace necesario entender que la formación continua del docente, no se encuentra referida solamente a los conocimientos que, después de finalizar su período de formación inicial va acumulando para aplicarlos en su práctica docente; por el contrario, esta preparación incluye, además, la experiencia que va adquiriendo el profesional de la docencia en la medida en que desarrolla lo aprendido en la universidad, así como también elementos de carácter socio afectivo y que surgen del roce continuo con profesionales dedicados a un mismo fin común: enseñar a enseñar, enseñar a ser docente.
No es desconocido para la comunidad académica, indiferentemente del nivel o modalidad en que labore, el interés que han tenido los profesionales que ejercen la docencia, sobre el uso de los Entornos Virtuales de Aprendizaje-EVA, para asumir los retos que le generan los cambios, la renovación y la modernización curricular de las instituciones educativas, cónsone a las políticas gubernamentales en esta materia y las exigencias del mundo cambiante que se apoya cada vez más en la respuesta efectiva a las necesidades reales de la dinámica estudiantil; particularmente, la de formación docente.
La preparación académica de los profesores, y de todos aquellos profesionales que ejercen la docencia en sí, se encuentran en una posición que requiere de quien la imparte, una adecuada capacitación en los centros de formación docente, en lo referente a la adaptación de estrategias didácticas innovadoras y pertinentes al nuevo contexto, con énfasis en el uso y manejo de las TIC y los Entornos Virtuales de Aprendizaje; además de los aspectos de índole académica requeridos.
Experiencias significativas en Instituciones de Educación Superior, e deinnovadoras en emprendimientos privados al servicio de la calidad educativa, como la de TETRA (Tecnología Educativa Transformadora de Aprendizajes), nos animan a entender que sí se puede lograr avances significativos en la formación docente con base en el desarrollo de competencias tecnológicas con el apoyo de los EVA.
Dentro de la lógica de la preparación para el trabajo docente, es la universidad la encargada de brindar a sus estudiantes la posibilidad de potenciar estas competencias, o en la formación continua de los profesionales que ejercen la docencia. Por este motivo, los docentes, dentro del ambiente universitario, deben estar en capacidad de entregar a sus estudiantes el mayor cúmulo de experiencias significativas que le permitan, a ese docente en formación, una preparación acorde para su posterior desenvolvimiento en su campo disciplinar.
Se intenta avanzar hacia un modelo en el cual ese docente ha de verse como un mediador de los aprendizajes, y a los estudiantes, se les ha de exigir el desarrollo en cuatro dimensiones básicas: saber hacer, saber convivir, saber conocer y saber ser; aspectos éstos que vienen siendo incorporados en los currícula de diversos países, a raíz de las propuestas del Informe Delors (1996) publicado por la UNESCO.
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