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Artes del vidrio / Poesía presentada y traducida por Beverly Pérez Rego / Ilya Kaminsky: República sorda

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Una sola palara: Disparo.  Así comienza la historia de Vasenka, un pueblo ficticio que, ante la ocupación militar, decide erigir su única barricada contra la barbarie: la sordera, vista como insurgencia. Se trata de un espacio mítico donde las voces de los habitantes del pueblo se unen en un coro de resistencia. En República sorda (Deaf Republic, 2019, Graywolf Press), la hibridez de géneros se conjuga nominalmente en un lenguaje de precisión cristalina, desgarrada y urgente.

Ilya Kaminsky (1977) nació en Ucrania y migró con su familia a Estados Unidos en 1993. Perdió la audición a los 4 años. Es autor de Dancing in Odessa (2004) y coeditor de The Ecco Anthology of International Poetry. Ha recibido los premios Whiting, Lannan y Guggenheim. Deaf Republic es ahora finalista del National Book Award, la primera obra de un refugiado estadounidense en recibir esa distinción.

***

Vivimos felices durante la guerra 

Y cuando bombardearon las casas de los otros,

protestamos mas no lo suficiente, nos opusimos a ellos, mas no

lo suficiente. Estaba en mi cama, alrededor de mi cama América

caía: casa invisible tras casa invisible tras casa invisible—

Llevé una silla afuera y miré el cielo.

En el sexto mes de un desastroso reinado en la casa del dinero

en la calle del dinero en la ciudad del dinero en el país del dinero, nuestro gran país del dinero, nosotros (perdónanos)

vivimos felices durante la guerra.

***

Disparo

Nuestro país es el escenario.

Cuando los soldados entran marchando al pueblo, se prohíben oficialmente las asambleas públicas. Pero hoy los vecinos van en tropel hacia la música del piano en el espectáculo de marionetas de Sonya y Alfonso en la Plaza Central. Algunos trepamos a los árboles, otros nos escondemos tras los bancos y los postes del telégrafo.

Cuando Petya, el niño sordo en la primera fila, estornuda, el títere-sargento se desploma, chillando. Se reincorpora, resopla, sacude su puño ante el público que ríe.

Un jeep militar vira bruscamente hacia la plaza, expulsando a su propio Sargento.

¡Dispérsense de inmediato! 

¡Dispérsense de inmediato! el títere lo remeda en un falsete hueco.

Todos se congelan excepto Petya, que sigue riéndose. Alguien le tapa la boca con la mano. El Sargento gira hacia el niño, apuntándolo con el dedo.

¡Tú!

¡Tú! el títere apunta con el dedo.

Sonya mira su títere, el títere mira al Sargento, el Sargento mira a Sonya y Alfonso, pero los demás miramos a Petya echarse hacia atrás, recogiendo todo el esputo en su garganta, y lanzándolo hacia el Sargento.

El sonido que no escuchamos alza las gaviotas del agua.

***

Alfonso, en la nieve

Estás vivo, me susurro a mí mismo, entonces algo en ti escucha.

Algo corre calle abajo, cae, no puede levantarse.

Yo corro etcétera con mis piernas y mis manos detrás de

mi esposa preñada etcétera bajando por la Calle Vasenka corro

solo bastan unos minutos etcétera para hacer un hombre.

***

La sordera, una insurgencia, comienza

La próxima mañana, nuestro país despertó y rehusó oír a los soldados.

En el nombre de Petya, rehusamos.

A las seis a.m., cuando los soldados piropean a las muchachas en los callejones, las muchachas se deslizan, apartándose, apuntando a sus orejas. A las ocho, tiran la puerta de la panadería en la cara del soldado Ivanoff, aunque él es su mejor cliente.  A las diez, Mama Galya escribe con tiza NADIE LOS ESCUCHA en las puertas de las barracas.

Cerca de las once a.m., comienzan las detenciones.

Nuestra audición no se debilita, pero algo silente en nosotros se fortalece.

Después del toque de queda, las familias de los detenidos cuelgan marionetas caseras en sus ventanas. Las calles vacías excepto por el chillido de los hilos y el tuc tuc, contra los edificios, de puños y pies de madera.

En los oídos del pueblo, cae la nieve.

***

Alcabalas

En las calles, los soldados instalan alcabalas de audición y clavan anuncios en los postes y las puertas:

LA SORDERA ES UNA ENFERMEDAD CONTAGIOSA. POR SU PROPIA SEGURIDAD TODOS LOS SUJETOS EN LAS ÁREAS CONTAMINADAS DEBEN RENDIRSE Y ENTRAR EN CUARENTENA EN LAS PRÓXIMAS 24 HORAS.

Sonya y Alfonso enseñan lenguaje de señas en la Plaza Central. Cuando un patrullero pasa a su lado, ellos se sientan sobre sus manos. Vemos al Sargento detener a una mujer que va rumbo al mercado, pero ella no puede escuchar. Él la mete en un camión. Él detiene a otra. Ella no escucha. Él la mete en un camión. Una tercera apunta a sus orejas.

En estas avenidas, la sordera es nuestra única barricada.

***

Antes de la guerra, hicimos una niña

Besé a una mujer

cuyas pecas

excitan a los vecinos.

Tenía un lunar en su hombro

que exhibía

como una medalla de coraje.

Sus labios temblorosos

significaban ven a la cama.

Su pelo, cayendo en cascada, en medio

de la conversación significaba

ven a la cama.

Yo caminaba en mi barbería de pensamientos.

Sí, me la robé hacia la cama en la silla

de mis brazos velludos—

pero los labios entreabiertos

significaban muerde mis labios entreabiertos.

Yaciendo bajo las frías

sábanas. ¡Sonya!

Las cosas que hicimos.

***

Mientras los soldados se aglutinan en la escalinata

Mientras soldados suben la escalera a pisotones—

las uñas pintadas

de mi esposa arañan

y arrancan

la piel de su pierna, y siento

adentro la dureza del hueso.

Me da fe.

***

Pregunta

¿Qué es un niño?

Una quietud entre dos bombardeos.

***

Canción de cuna

Pequeña hija

agua de lluvia

nieve y ramas te protegen

paredes blanqueadas

y las manos de todos los vecinos

Niña de mis abriles

pequeña tierra de

tres kilos

mi pelo blanco

mantiene la lumbre de tu sueño

***

A su esposa

Soy tu niño

ahogándose en este país, que no sabe

con qué palabra decir ahogándose

y grita

¡me sumerjo por última vez!

***

Elegía

Seis palabras,

Señor:

aquieta

el canto

de mi lengua.

Elegía

No solo debes hablar de gran devastación—

no escuchamos eso de un filósofo,

sino de nuestro vecino, Alfonso—

con los ojos cerrados, trepaba por los porches, y recitaba

a su hija nuestro Himno Nacional:

No solo debes hablar de gran devastación—

cuando su hija lloraba, él

le hacía un sombrero de periódico y apretaba su silencio

como dos pliegues de un acordeón:

No solo debemos hablar de gran devastación—

y tocaba ese acordeón desafinado en un país

donde el único instrumento musical es la puerta.

***

Los pequeños fardos

Mientras los días de junio, como hombres cincuentones,

caminan a las prisiones

corto el pelo de Anushka:

en su hombro

en su hombro

los pequeños fardos se apilan.

Soy mortal–

dormito. 

Anushka, tus pijamas—

son el significado ulterior de mi vida.

¡Meterte en tus pijamas,

Anushka!

Tanto por qué vivir.

¡A la cama, Anushka!

No soy sorda.

Solo le dije al mundo

que apagara su música loca por un rato.

***

En un tiempo de paz

Habitante de la tierra por cuarenta y tantos años,

una vez me hallé en un país pacífico. Observo a los vecinos abrir

sus teléfonos para observar

a un policía exigiéndole a un hombre su licencia de conducir. Cuando el hombre busca su billetera, el soldado

dispara. A la ventanilla del auto. Dispara.

Es un país pacifico.

Embolsillamos nuestros teléfonos y nos vamos

al dentista,

a recoger a los niños de la escuela,

a comprar champú

y albahaca.

El nuestro es un país donde un niño acribillado por la policía yace en el pavimento

por horas.

En su boca vemos

la desnudez

de toda la nación.

Miramos. Miramos

a otros mirar.

El cuerpo del niño yace en el pavimento exactamente como el cuerpo de un niño–

Es un país apacible.

Y recorta los cuerpos de nuestros ciudadanos

fácilmente, al igual que la esposa del Presidente se recorta las uñas de sus pies.

Todos nosotros

aún nos debemos al duro trabajo de las citas con dentistas,

de recordar que haremos

una ensalada de verano: albahaca, tomates, qué delicia, los tomates, añade una pizca de sal.

Es este un tiempo de paz.

No escucho disparos,

pero miro a los pájaros rociándose sobre los patios de los suburbios. Cuán claro es el cielo

mientras la avenida gira sobre su eje.

Cuán claro es el cielo (perdóname) cuán claro.

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