Por BENJAMÍN SCHARIFKER
Buenas noches a todos. Quiero agradecer primeramente al Comité Venezolano de Yad Vashem, a la Fraternidad Hebrea B’nai B’rith, a la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela, a la Federación WIZO de Venezuela y al Espacio Ana Frank por la extraordinaria oportunidad que me brindan de compartir algunas reflexiones con ustedes en el 79 aniversario de Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos ocurrida en 1938.
Cuando recibí hace algunas semanas, de Tomás Osers, presidente de Yad Vashem, la invitación a dirigirles unas palabras esta noche, dudé si debía aceptarla. Es un compromiso muy grande. Kristallnacht marca un evento histórico singular, una tragedia, la Shoá, de dimensiones y significación inconmensurables y no tengo los conocimientos ni los criterios para comprenderlo ni las herramientas para intentarlo.
Quién puede hacerlo.
No vengo entonces a tratar de entender los hechos ni la magnitud de la tragedia, sino tan solo a esbozar algunas ideas acerca de las condiciones que permitieron que ocurriera, sus funestas consecuencias y, sobre todo, qué podemos hacer para que hechos de esa naturaleza no puedan volver a ocurrir jamás.
La práctica de la labor científica, que es a lo que me dedico, aconseja buscar y recoger evidencias, analizarlas, elaborar hipótesis que busquen relacionarlas entre sí, formular teorías, someterlas a prueba y llegar a conclusiones. Mucho se ha investigado sobre el Holocausto y, siete décadas más tarde, son más las preguntas que las respuestas.
Veamos los hechos.
La Gran Guerra ocurrida entre 1914 y 1918 dejó abiertas muchas heridas en Europa. Entre sus consecuencias estuvo el desmembramiento de cuatro imperios, el alemán, el ruso, el austrohúngaro y el otomano, con la consecuente independencia, creación o consolidación de varias naciones, entre ellas el primer Estado calificado como socialista, la Unión Soviética.
La Primera Guerra Mundial terminaría debilitando los Estados democráticos de la época, humillando a la nación alemana, marcando el auge de los nacionalismos y originando grandes crisis económicas. Esto propició el surgimiento y apogeo del fascismo y el totalitarismo, lo cual conduciría a nuevas consecuencias. La conflagración bélica cambió fronteras y alentó nacionalismos que a su vez originaron nuevos conflictos y luchas por identidades culturales, religiosas, étnicas, territoriales o lingüísticas que perduran hasta hoy en día. La disolución del Imperio Otomano fue fundamental para la configuración política del Medio Oriente durante el siglo XX, incluido el establecimiento del Estado de Israel. La Gran Guerra acabó con la vida de más de 17 millones de personas y significó pérdidas económicas muy importantes en buena parte de los países europeos, sobre todo para Alemania y Austria, donde se profundizaron los resentimientos y el odio hacia las minorías.
Surgió la creencia de que Alemania no había perdido la guerra por razones militares, sino por el “enemigo interior”, conformado por la izquierda y los judíos.
Durante la República de Weimar, que se instauró en el período de entreguerras entre 1919 y 1933, había en Alemania medio millón de judíos, menos de 1% de la población. Los judíos estaban sumamente integrados a la cultura y la sociedad alemana; la mayoría de ellos eran de clase media, vivían en ciudades y se ocupaban en el comercio, la industria y el ejercicio profesional. Algunos eran muy influyentes en la política y la diplomacia y había entre ellos prominentes académicos, como el físico Albert Einstein o el químico Fritz Haber, y filósofos, psicólogos y sociólogos, como Karl Mannheim, Erich Fromm, Theodor Adorno o Herbert Marcuse; y muchos más.
En 1933 todo esto empezó a cambiar. Hitler asumió como canciller. Primero vino el boicot a los negocios de los judíos, luego disposiciones que los excluían de la administración pública y más adelante, a partir de 1935, las Leyes de Núremberg, que explícitamente privaron a los judíos de la ciudadanía alemana, de sus derechos políticos, civiles y económicos, como el ejercicio de la medicina, el derecho y la educación. Ya no se les permitía estudiar ni enseñar en universidades alemanas, pero más aún, a las ideas que surgían del trabajo de los académicos judíos se las catalogaba como falaces, como parte de las conspiraciones contra la nación alemana de las que formaban parte los judíos. A la teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, se la consideraba como un “fraude judío”, una abstracción que no guardaba ninguna relación con la realidad. Einstein, tras los continuos ataques contra sus ideas y las amenazas de muerte que recibía, ya se había visto forzado a emigrar hacia los Estados Unidos en 1932. Los nacionalsocialistas intentaban por todos los medios imponer sus prejuicios supremacistas de la pureza racial aria, extendiéndolos también hacia la ciencia.
A principios de 1938 Alemania había anexado a Austria y se encaminaba ya hacia un régimen abiertamente totalitario. En su capital, Viena, había vivido toda su vida y hecho su obra Sigmund Freud, que al igual que Einstein en Alemania, por su condición de judío, era considerado una amenaza y enemigo del Tercer Reich. Su vida corría peligro y, a mediados de 1938, abandonó Austria con parte de su familia, dirigiéndose a Inglaterra. A cuatro de sus hermanas que no salieron de Austria las apresaron más tarde y murieron en campos de concentración. El 27 de octubre de ese año 17.000 judíos de origen polaco fueron expulsados de Alemania. Se les ordenó salir del país esa misma noche cargando consigo tan solo una maleta, el resto de sus pertenencias fueron incautadas. Polonia, por su parte, donde más de 3 millones de personas –el 10% de su población– eran judíos, les negó la entrada. Muy pocos de los expulsados de Alemania pudieron entrar a Polonia y la gran mayoría fueron enviados a campos de concentración. Un joven judío de 17 años que vivía en París, Hershel Grynspan, indignado por las condiciones a las que habían sido reducidos sus padres, el 7 de noviembre ingresó a la embajada alemana y disparó con un revólver a un funcionario. Como respuesta al atentado, el gobierno alemán prohibió a partir del 8 de noviembre la circulación de revistas y periódicos judíos, la asistencia de niños judíos a las escuelas y todo tipo de actividad cultural judía, desatándose además una feroz campaña antisemita con la que se alentó al pueblo alemán a atentar contra los judíos. El 9 de noviembre murió el funcionario alemán herido de bala en París y esa misma noche se desató la violencia concertada por el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán contra todas las comunidades judías de Alemania y Austria, en una serie coordinada de ataques antisemitas.
En la Noche de los Cristales Rotos más de 1.500 sinagogas, prácticamente todas las que había en Alemania, quedaron demolidas o severamente dañadas. Se profanaron además los cementerios y se destruyeron cerca de 7.000 tiendas de judíos; sus viviendas fueron saqueadas y muchos, incluyendo niños, mujeres y ancianos, recibieron palizas y maltratos. Cerca de un centenar de personas judías fueron asesinadas. En Austria el saldo fue también terrible; solo en Viena la destrucción alcanzó a cerca de 100 sinagogas. Los arrestos de judíos fueron numerosos esa noche y durante los días siguientes más de 30.000 judíos fueron enviados a campos de concentración nazis.
Estos hechos no pasaron desapercibidos, a la propaganda nazi le interesaba que fueran conocidos. Las noticias acerca de Kristallnacht circularon alrededor del mundo y en varios lugares contribuyeron al descrédito de movimientos nazis. Algunos países retiraron sus embajadores o cortaron relaciones con el régimen nacional socialista de Alemania. En España, en medio de su guerra civil, la República condenó la Kristallnacht con firmeza apoyando a los judíos, pero el bando franquista, que poco tiempo después resultaría victorioso en ese conflicto, lo justificó y hasta aplaudió.
En general, la respuesta del mundo a la Noche de los Cristales Rotos fue tibia. Nadie parecía percatarse del significado de estos hechos, de lo que el aparato de propaganda nazi buscaba con ellos, que no era otra cosa sino humillar, atemorizar y demonizar al judío, reducirlo, despojarlo de su condición humana, descalificarlo de toda consideración moral, para preparar el camino hacia lo que en 1942 se convertiría en la Solución Final, la aniquilación total, el Holocausto.
Estos son los hechos que nos llaman a la reflexión 79 años después. En primer lugar, el impacto que tuvo Kristallnacht sobre el destino de los judíos europeos.
El destino estaba sellado, no cabía la menor duda, las intenciones del régimen nacional socialista eran claras, estaban ya decididos a encontrar una solución de la “cuestión judía”, lo proclamaban a todos los vientos y lo demostraban con hechos. Para ese momento la solución consistía en excluir a los judíos de la sociedad alemana despojándolos de todos sus derechos, obligándolos a emigrar, dejando todo atrás, o ser recluidos en campos de concentración, donde enfrentarían trabajos forzados, hambre, enfermedades, penurias y la muerte. El mundo, sin embargo, no se daba por enterado. Los judíos tenían la necesidad imperiosa de salir de los territorios controlados por el Tercer Reich, pero encontraban trabas insalvables para entrar en prácticamente cualquier país del mundo.
Las maraña de intereses y prejuicios que impedían la emigración de los judíos, a pesar de sus inminentes amenazas, está magistralmente reflejada en las páginas de la más reciente novela de Leonardo Padura: Herejes, un notable trabajo de documentación histórica sobre las persecuciones de judíos a partir del siglo XVII, en cuyo centro está la llegada al puerto de La Habana del transatlántico Saint Louis, proveniente de Alemania con casi un millar de refugiados a bordo. Este libro trata el tema de las obras de arte robadas a los judíos por los nazis, pero sobre todo, pone de manifiesto la parálisis e insolidaridad del mundo civilizado frente a los necesitados de ayuda en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. El barco fue rechazado sucesivamente por Cuba, Estados Unidos y Canadá, y una mayoría de sus pasajeros terminaría de regreso a Europa, en Auschwitz.
Una notoria excepción a la insensibilidad del mundo frente a la emigración forzada de los judíos de Europa fue Venezuela, donde lograron desembarcar 251 judíos en los buques Caribia y Königstein, después de haber sido rechazados por Brasil, la Guayana Francesa, la Guayana Británica, Trinidad, Barbados y la República Dominicana. En Venezuela el gobierno del general Eleazar López Contreras les otorgó visas de entrada y permisos de residencia permanente, la sociedad venezolana les ofreció la más cálida y generosa acogida, y hoy sus descendientes forman parte integral de nuestra sociedad. El destino de millones de personas ha podido ser otro, si más países hubieran tomado decisiones como la realizada por Venezuela en ese momento.
¿Qué significa hoy Kristallnacht?
Para la mayoría de las personas, no mucho. Cabe preguntar cuántos, fuera de este auditorio, tienen conciencia de que hace 79 años ocurrió Kristallnacht: la Noche de los Cristales Rotos, y su significado. Si condujéramos una encuesta, para algunos pudiera ser el nombre de una discoteca, una marca de vino o una banda de rock. Pero ese evento marcó un hito en el desplazamiento masivo de cientos de miles de personas que dejaron de aportar con sus conocimientos y capacidades a la sociedad alemana.
Vale la pena preguntar cuáles fueron los efectos de esta exclusión sobre el desarrollo de Alemania a partir de ese momento. Contestar esta pregunta implicaría caer en una especie de revisionismo histórico, lo que hace difícil contestarla, pero en lo que respecta a ciencia e innovación, uno puede fijarse en lo que ocurrió en los países que empezaron a recibir el influjo de científicos judíos a partir de 1933 y después de 1938, como Inglaterra y sobre todo los Estados Unidos. Bien sabemos que el desarrollo de la bomba atómica y posteriormente la energía nuclear, así como el programa espacial norteamericano, recibieron fuerte impulso por la llegada de científicos procedentes de Alemania ¿pero qué ocurrió en otros campos del conocimiento?
Según un reciente estudio (1) conducido por investigadores de las Universidades de Stanford y Chicago en los EEUU y la Universidad de Warwick en Inglaterra, la invención en Química en los EEUU aumentó 31% en los campos de los emigrados a ese país. Los datos indican que la llegada de inmigrantes judíos alemanes aumentó el registro de patentes en los EEUU por la atracción de nuevos talentos norteamericanos a los temas de interés de los emigrados, más que por el aumento de la productividad de los inventores norteamericanos ya existentes. Los norteamericanos que colaboraron con los profesores emigrados de Alemania empezaron a patentar a niveles superiores en los 40’s y continuaron siendo excepcionalmente productivos en los 50’s, lo cual sugiere que los profesores emigrados ayudaron a aumentar la invención en los EEUU a largo plazo, entrenando a un grupo joven de científicos estadounidenses, que luego continuaron entrenando otros nuevos científicos. La emigración de personal altamente calificado de Alemania hacia los EEUU tuvo por lo tanto profundos efectos en el aumento de la calidad de vida y la economía de ese país, con efectos que perduran hasta nuestros días.
La restricción de las libertades y la exclusión de personas por razones políticas o ideológicas y la emigración masiva de personal calificado, puede afectar por lo tanto severamente el desarrollo de las naciones. Lo estamos viviendo en nuestro país. Se calcula que más de 2 millones de personas han emigrado de Venezuela en los últimos 20 años (2) y que el flujo emigratorio se caracteriza por su alta selectividad en cuanto al nivel educativo (3), hasta el punto que los venezolanos son los hispanos con mayor nivel de educación en los Estados Unidos, superando incluso el nivel educativo promedio de la población global de ese país. Paralelamente, la producción científica en Venezuela ha caído cerca del 30% en la última década mientras ha crecido significativamente en países vecinos, incluso duplicándose en Colombia, haciendo que la contribución de Venezuela a la producción de conocimientos en la región latinoamericana se haya reducido a la mitad en este período (4).
La emigración de talentos, sea por la causa que fuere, compromete seriamente las capacidades de las naciones para su propio desarrollo. En el caso venezolano la emigración masiva de nuestra población está siendo forzada por un cúmulo de razones, la restricción de las libertades y la consecuente disminución de la inversión y la productividad entre ellas, conduciendo a la escasez y la inflación, así como la inseguridad, con tasas de pérdidas de vida en manos de la violencia entre las más altas del mundo.
Debemos estar siempre atentos a lo que los hechos nos indican. Tras el acceso del nacional socialismo al poder vino el ostracismo y la persecución contra los judíos, Kristallnacht, la Segunda Guerra Mundial –la conflagración bélica más mortífera de la historia de la humanidad– y la Shoá. Todo esto vino precedido y acompañado de enormes tensiones sociales, económicas y políticas que descompusieron el tejido social y reconfiguraron el entramado institucional. Los signos estaban ahí, fueron ocurriendo uno tras otro, pero el mundo nunca les prestó suficiente atención, hasta que ya era demasiado tarde. Es por lo tanto legítima la preocupación de que la memoria de estos hechos perduren y que su significado sea conocido.
Viene ahora la pregunta ¿pueden repetirse hechos de esta naturaleza?
La Shoá, lo que en la terminología nazi era la “solución final” de la “cuestión judía”, fue un hecho singular de la historia, en el que 6 millones de judíos fueron asesinados por el régimen nazi bajo el mando de Adolf Hitler y sus colaboradores. De nosotros depende que eventos como Kristallnacht y el Holocausto no vuelvan a ocurrir jamás. Tener conciencia de ellos, como lo estamos haciendo con este acto conmemorativo, contribuye a ello.
Pero tenemos que estar alertas.
Si bien el número de países con regímenes democráticos ha crecido como nunca antes en la historia desde 1945 hasta nuestros días y la democracia se ha consolidado en el hemisferio occidental, los riesgos de la exclusión, la violencia, el autoritarismo y las ideologías totalitarias permanecen.
Los genocidios no son cosas del pasado. Durante el período del Khmer Rouge en Camboya entre 1975 y 1979, más de 2 millones de personas perdieron la vida por razones ideológicas. Entre abril y mayo de 1994, más de 800.000 tutsis fueron asesinadas por el gobierno hegemónico hutu en Ruanda. En Darfur, Sudán, la limpieza étnica ha reclamado las vidas de más de 300 mil personas desde 2003 hasta hoy. Varios millones de personas han muerto de hambre en Corea del Norte, donde el gobierno sistemática y premeditadamente impide asistencia a la población afectada por la escasez de comida, y un millón adicional ha muerto en los campos de prisioneros políticos, donde los disidentes son recluidos con sus familias, incluyendo a los niños.
Estas cifras ponen de manifiesto la dimensión de la violencia inspirada por el odio inducido por quienes manipulan la voluntad de miles de personas para satisfacer sus propios intereses y sus ansias de poder. No debemos olvidar que el antisemitismo es una realidad, es omnipresente, se manifiesta de muchas formas y con frecuencia se disfraza de antisionismo. La Liga Anti Difamación de la B’nai B’rith reporta 1299 incidentes antisemitas en los Estados Unidos entre enero y septiembre de este año, una cifra 67 % mayor que la reportada para el mismo período del año pasado. El diario londinense The Guardian informa que en 2016 hubo en la Gran Bretaña 1309 incidentes antijudíos, un incremento de 36% con respecto a los 960 que hubo en 2015. No es menos preocupante el resurgimiento del antisemitismo y las corrientes políticas tolerantes con el antisemitismo. En Francia, el Frente Nacional resultó favorecido por el voto de un tercio de los franceses en las elecciones presidenciales de mayo de este año, y en Alemania, la extrema derecha logró en septiembre, por primera vez en 60 años, ocupar puestos en el Bundestag, el parlamento federal alemán.
Como lo estableció el filósofo Karl Popper –forzado a emigrar de Austria en 1937 por su origen judío– en su obra La sociedad abierta y sus enemigos de 1945: por paradójico que parezca, defender la tolerancia requiere no tolerar la intolerancia.
El mundo, lejos de aprender de las experiencias pasadas, las recrea una y otra vez. ¿Qué debemos hacer?
Nunca debemos olvidar hechos como los ocurridos en la Noche de los Cristales Rotos. Tener conciencia de ellos contribuirá a que genocidios como el del Holocausto no puedan ocurrir, nunca jamás. Pero no basta con ello, debemos atender los factores que permiten y facilitan el odio y la manipulación de las masas e incitan la intolerancia, la discriminación, la xenofobia, el rechazo a la diversidad y la persecución de las minorías.
El período entre las dos guerras mundiales estuvo signado de problemas y situaciones que no fueron atendidos apropiadamente. Esto permitió el surgimiento de regímenes totalitarios en Europa con sus funestas consecuencias. Nuestro propio tiempo no está exento de dificultades: las fuentes de energía y su distribución, la disponibilidad y el uso del agua, el acceso a los recursos del planeta, el cambio climático, la pobreza, las desigualdades sociales, el fundamentalismo, el terrorismo organizado, las mafias del narcotráfico, la corrupción.
Todas estas son amenazas para la paz y algunas de ellas son fuerte obstáculo para el progreso y el desarrollo sostenible de la humanidad. Nuestro futuro dependerá de cómo logremos construir las capacidades apropiadas para atenderlas, y para ello necesitamos hacer fuerte énfasis en la educación. La educación de todos, basada no solamente en conocimientos, sino sobre todo fundamentada en las competencias para entender el mundo, relacionarnos unos con otros, vivir juntos y desarrollar las habilidades necesarias para resolver los problemas.
Citando a Martin Buber, filósofo judío que emigró de Austria a Israel en 1938 poco antes de Kristallnacht, autor de la filosofía del diálogo, basada en la explicación de la existencia como la relación de yo y tú que establecemos entre las personas, y la relación yo y eso, que establecemos con los objetos y el resto del mundo:
“Lo más real de la vida son los encuentros”.
“Toma toda la vida aprender a tener tus propios puntos de vista, compartirlos con otros, estar abierto a los demás sin perder tus criterios, y mantenerlos sin cerrarse a los de los demás”.
“La verdadera confrontación no es entre Oriente y Occidente ni entre capitalismo y comunismo, sino entre educación y propaganda. El ritmo de la propaganda es fervoroso, nervioso: es el ritmo de la televisión y la radio. La educación va más lento, al ritmo de los profesores conversando con sus estudiantes, al ritmo de quien lee y aprende por sí mismo. No se la puede apurar ni acelerar si ha de seguir siendo educación”.
Ese es nuestro reto para el futuro, desarrollar habilidades y conocimiento, valorarnos como personas y reconocernos el uno al otro, como fundamento para la actividad humana.
(1) P. Moser, A. Voena, F. Waldinger, German-Jewish Emigres and U.S. Invention, SSRN (2013) 1910247.
(2) T. Páez, La voz de la diáspora venezolana, Madrid (2015).
(3) A. Freitez, Temas de Coyuntura 63 (2011) 11.
(4) E. Aguado-López, Rev. Venez. Gerencia 21-73 (2011) 11
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