Juan Guaidó ha convocado a una gran concentración nacional para el día 16 de este mes, o sea, para dentro de una semana, en momentos en los que es imposible negar que esa masa ciudadana opuesta al régimen que se acerca a 90% de los venezolanos, y que ese día debería colmar las calles de toda Venezuela, ha sido penetrada por los discursos de la desesperanza, de la impotencia, de la frustración, de una resignación acompañada de una rabia contenida, pero sobre todo ha desviado su centro de atención, que debería estar siempre centrado en la lucha, por el peor de todos los discursos que es el que siembra la desconfianza en el liderazgo para la enorme complacencia del régimen usurpador. Discursos todos que favorecen al régimen, promovidos de manera criminal, no solo por el régimen, que si se quiere está en su derecho, sino por sectores de la oposición extremista, esa que dice con soberbia o todo o nada, y por otros sectores que también se dicen opositores que juegan falsamente a la política en defensa de sus propios intereses.
Panorama siniestro que debería obligarnos a preguntar si tiene alguna lógica, en un momento tan definitivo como este, insistir desde ciertos bandos de la oposición en mantener una línea de ataque contra Guaidó, quien, hablando bien claro, todavía es el centro de atención de una mayoría que le brinda su respaldo. Leo con atención todos los pronunciamientos en su contra, duros, demoledores, en algunos casos llenos de una saña malsana, pero lo que no veo, ni leo, son las propuestas capaces de convencernos de la necesidad de su salida, ni tampoco un líder opositor capaz de ir más lejos de lo que él ha llegado. Lo que veo son cantos de sirena vestidos con un lenguaje lleno de lugares comunes y frases de arengas que ya caducaron.
A esta alturas del juego, cuando tenemos sobre nuestras cabezas la puesta en marcha de un plan para barrer a toda la oposición, y ponerle las manos de nuevo a la AN esta vez y de nuevo por la vía de unas elecciones parlamentarias que además son de obligatorio cumplimiento, carece de sentido desmontar una plataforma de lucha y esperanza como la que se logró con los pasos de Guaidó apoyado por todas las fuerzas que hacen vida dentro y fuera del Parlamento. Lo que sí tiene todos los visos de la sensatez es conminarlo con la fuerza del argumento, sin que entren en juego los odios viscerales que algunos exhiben, que la hora exige un cambio en la estrategia que nos permita recuperar el terreno perdido; lo que sí es necesario y patriótico es que esa crítica malsana y perversa que algunos han desatado contra la ruta y el protagonismo de Guaidó se transforme en críticas con la intención de mejorar lo que tenga que ser mejorado, y en rectificar lo que tenga que ser rectificado, porque tampoco a estas alturas del juego podemos negar que se han cometido errores, algunos de ellos tan costosos que dieron pie para que el discurso de la desconfianza apareciera como una piedra difícil de remover y que en todo caso, más que un ataque con ensañamiento como el que a diario sufre, es necesario e indispensable sentarse a dialogar con los estrategas de la ruta, para orientar bien las brújulas y lograr mejores resultados.
Quien no haya entendido que parte del proyecto castrocomunista en Venezuela, y en cualquier país donde vaya, consiste en mantener a la oposición dividida y sobre todo, como en nuestro caso, en bandos irreconciliables, no ha entendido nada. Quien no haya entendido que esa polarización en el bando opositor es el mejor aliado del régimen, no ha entendido nada. Quien no haya entendido que esa división que parte en dos o más mitades el esfuerzo opositor y que eso contribuye a que las pésimas políticas del régimen sigan haciendo estragos y causando más sufrimiento al pueblo, sencillamente no ha entendido nada.
Estoy de acuerdo con esa convocatoria, porque la lucha por la democracia no puede prescindir de la calle, ni de la protesta, mucho menos ante un régimen como el que tenemos que no respeta, ni leyes, ni Constitución, que continuamente viola los derechos humanos, que le importa un bledo que lo llamen dictadura o tiranía, y al que solo le importa su permanencia en el poder para su propio beneficio, a cualquier costo y sin importar cómo, pasando por encima del sufrimiento y la degradación de todo un pueblo. Un régimen, en fin, que pone en manos de organizaciones criminales su propia defensa y al cual tenemos el legítimo derecho de decirle que se marche con todas las letras disponibles en nuestro abecedario.
Pero también considero imprescindible que cada convocatoria tenga un fin específico apoyado en razones suficientemente claras a la vista de todos, para que ese 90% de la población que repudia al régimen se vea motivada a participar en ella con toda su energía y eso, mi querido lector, es un arma mucho más potente que las sanciones, que los comunicados de la comunidad internacional, que las declaraciones de la señora Mogherini y ahora de Borrell en representación de la comunidad europea, que las vacilantes posiciones del Grupo de Lima, que las agresivas declaraciones del senador Rubio que se quedan en simples amenazas, y hasta del mismísimo Trump y eso se puede lograr, solamente, con un viraje en la estrategia y un punto central en el discurso que convenza a todas las partes y principalmente al pueblo, que divididos no llegaremos a ninguna parte.
Nadie, tal como están las cosas, puede asegurar si esta convocatoria superará, o no, las expectativas del convocante porque ese pueblo, al que está convocando el presidente interino, además de tener el desencanto y el temor de no ver la luz del cambio, de haber sido inoculado con el virus de la desconfianza, tiene su tiempo ocupado, día tras día, en su supervivencia, sometida a una vigilancia tan extrema que lo castra en su intención de manifestar su repudio al régimen, gracias a los chantajes que el castrocomunismo le aplica. Una convocatoria riesgosa que seguramente fue largamente pensada porque pone en peligro su actual liderazgo, sobre todo porque no solo el régimen quiere que fracase, sino también sectores de la oposición que desde el mismo 5 de enero estuvieron en su contra.
Ciertamente la del presidente interino es una apuesta que juega contra todos los pronósticos, porque siendo la más nítida que tenemos los demócratas a nuestro alcance, se ha convertido en el objetivo de guerra de todos los extremismos que operan en nuestro escenario; sin embargo, es bueno recalcar que es la mejor carta que tenemos en esta lucha por llegar a una democracia con nuevo formato que deje fuera de su estructura los viejos vicios de la vieja democracia. Todavía Guaidó tiene la palabra y esperamos que venga renovada y con razones para su permanencia, capaces de rescatar el ánimo de lucha tan castigado, no solo por el régimen, sino por los extremismos de cierta oposición. El 16 allí estaré en compañía, espero, de una multitud.
La próxima semana el tema electoral.
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