María Antonieta Flores entrevista a Pedro Enrique Rodríguez
Oficio de lectores es el primer libro publicado de Pedro Enrique Rodríguez (Maracay, 1974), data de 2008 y fue merecedor del Premio del Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana. Hasta el momento, suma tres libros publicados y más de tres premios literarios. Su escritura propone, entre otras cosas, un diálogo con la tradición literaria que se manifiesta en las referencias literarias que pueblan sus textos. Para mí, interesada en conocer y aprender sobre otras maneras de abordar la escritura me ha resultado útil y bello dialogar con Pedro Enrique.
—Ahora eres un extranjero y un migrante, de alguna manera todo escritor lo es, ¿percibes que incorporas las nuevas costumbres, las variantes idiomáticas, el ritmo del habla a tu reservorio literario y cómo incide esto en tu universo primigenio ligado a tu lugar natal?
—Hay algo que me ocurrió pocos días después de mudarme a Colombia. Una mañana, al despertar y asomarme al balcón, vi a lo lejos una masa entre azul y blanca que me hizo pensar en el famoso monte Fuji, a miles de kilómetros de distancia. Pasé un largo rato intentando decidir si era una percepción real o una ilusión óptica. Al final, mi observación era correcta: miraba, a casi 100 kilómetros de distancia, con el privilegio de una mañana particularmente despejada, el casquete glaciar del nevado del Huila, uno de los estratovolcanes del país. Esa mañana entendí que eso era, precisamente, lo que me deparaba ser un extranjero: alguien que no puede saber si mira un volcán o una fantasía de un volcán. Aunque me inquietó, pensé que era una oportunidad literaria absolutamente inusitada que, en realidad, me daba algo parecido a un privilegio: la oportunidad de percibir las cosas con cierta extrañeza.
Creo que esa extrañeza ha sido una ayuda inestimable en estos años. Incluso creo reconocerla con alivio en mis sueños, donde los acontecimientos mezclan lugares de Caracas con otros lugares del mundo, ofreciendo una plasticidad inusitada.
Naturalmente, el cambio de contexto también ha traído consigo la oportunidad de explorar el registro literario de autores poco conocidos en Venezuela, pero que aquí tienen un peso específico, y eso ha sido algo valioso. Sin embargo, en realidad, lo más importante de este tiempo ha sido la libertad de ser un extraño dedicado a las cosas que realmente me interesan.
—Las referencias literarias son abundantes en tu escritura, es obvio que el lector antecede al escritor, ¿qué relación guardas con tu tradición literaria: ruptura o integración?
—Aunque en rigor el lector siempre antecede al escritor, pues después de todo, la escritura es siempre la apoteosis de la lectura, tal como acertadamente comentas, en mi caso, ese antecedente es más que un proceso natural. Responde a una apuesta respecto a la literatura. Se me ocurre pensar que ese interés implica, al mismo tiempo, una cuestión de continuidad y ruptura. Diría que el proceso ocurre en dos direcciones. En la primera, la escritura como una forma de poder leer las cosas que me gustaría leer y que, sin embargo, no encuentro; en la segunda, la escritura como una forma de intentar forzar el texto para entrar en los espacios literarios que me han fascinado, emocionado o perturbado. Sin embargo, el elemento clave siempre es el mismo: el deseo de aproximarme al texto literario como algo que inevitablemente dialoga (o se confronta) con todo un conjunto de materiales e historias que le anteceden.
—¿Cómo te defines en relación con el paisaje?
—Nunca nadie me había hecho esta pregunta, pero ahora que la haces, veo que es algo que siempre he estado en condiciones de responder. Así como Flaubert, en algún momento, llegó a decir: “Madame Bovary c’est moi”, salvando las distancias, me gustaría poder decir: “El paisaje soy yo”. El paisaje (tanto natural como urbano) es algo que me interesa mucho. O, con más precisión: ciertos detalles del paisaje. La luz, el ámbito, los tonos de colores, los olores, las intervenciones humanas, la imagen. Incluso si no están reflejados en mis textos, creo que no podría escribir nada si no tuviese una imagen muy precisa del ámbito paisajístico donde ocurren los eventos narrativos o poéticos.
Incluso, cuando leo, no puedo evitar hacer algunas asociaciones que tienen una cierta condición paisajística: bien sea porque realizo una asociación en el lugar de lectura (por ejemplo, las páginas de Borges siempre aparece en mi mente en un frío pasillo de un apartamento de El Paraíso, en una Caracas de principios de los noventa que ya no existe, a partir del cual comienza un recorrido hasta llegar al lugar de la escena) o porque, por un proceso que no controlo, el texto me lleva a determinados lugares que he visitado o pensando: por ejemplo, cuando releo el Ulysses, sé que estoy en un Dublín imaginado por Joyce en una época en la que yo no existía, y que no conozco, pero al mismo tiempo me parece estar cerca de la segunda sede de la librería Shakespeare and Company, en París, muy cerca de la plaza René Viviani y, a poco más de una cuadra y media más arriba, la Rue de la Huchette, el lugar donde comienza el capítulo 73 de Rayuela. En mi mente, Stephan Dedalus camina también más o menos cerca de allí.
En fin, quizá podría decir que el paisaje, al menos para mí, es una forma de secreta y privada memoria biográfica.
Pedro Enrique Rodríguez entrevista a María Antonieta Flores
Maria Antonieta Flores fue la primera ganadora del Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, en 2001, con el poemario Índigo. Su primer texto fue publicado en 1991. Desde entonces, su obra acumula más de la veintena de textos entre la poesía y el ensayo. A propósito de la invitación de la FCU, intercambiamos algunas preguntas sobre nuestros respectivos trabajos e intereses. Estas fueron las respuestas a las preguntas que le propuse:
—Es inevitable, al comenzar esta conversación, pensar que tú fuiste la primera ganadora del Concurso Transgenérico, hace 18 ediciones atrás. Me da curiosidad preguntarte: ¿cómo es tu mirada de la actividad literaria de nuestro país, así como de la continuidad del que parece ser el único premio que ofrece alguna permanencia en estos años convulsos, 18 años después de haber ganado el premio transgenérico?
—Han sido años largos, esta sensación es porque han ocurrido demasiados acontecimientos, algunos no asimilables, algunos apenas masticados para seguir adelante, pero durante todos estos años el mundo literario ha demostrado una fortaleza increíble y no se ha dejado paralizar por las dolorosas circunstancias que han definido al país en este inicio de siglo, marcado por el ejercicio del poder hegemónico y por las divisiones políticas que han herido la unidad que antes conocimos de nuestro ámbito literario. Ejemplo de esta fortaleza ha sido la Fundación para la Cultura Urbana y su premio Transgenérico. La Fundación ha sobrevivido a pesar de haber sido desmantelada, supo emerger de las cenizas. En el camino se han perdido muchas cosas, incluyendo presencias importantes –quiero recordar a William Niño– pero ha seguido adelante. Cierto es que la producción editorial se ha visto afectada pero los escritores, que en esencia son trabajadores solitarios, han demostrado su fortaleza y su capacidad de ser y estar sin depender del Estado, hecho que desmintió el mito de que los creadores eran parásitos que dependían del Estado.
—En estos días, visité la biblioteca de la universidad en la que trabajo, buscando reencontrarme con algún texto tuyo, pues mi biblioteca quedó irremediablemente en Venezuela. Encontré unos poemas que forman parte de una edición de 2003 de la revista colombiana de poesía Arquitrave. Mientras los leía (protegido por el silencio y el olor particular de las hemerotecas), me pareció identificar un par de temas que tengo asociados con tu obra. Me gustaría preguntarte: ¿cuáles son, desde tu visión, los temas que más valor han tenido para ti a lo largo de tu recorrido de escritura?
—Desde un tema que sea axial en la obra, puede interpretarse el mundo. No he seleccionado esos temas, ellos han surgido. Yo escribo desde el descubrimiento. No me propongo un tema, él aparece. Lo que he hecho es que al identificarlos profundizo en ellos. Por esta razón no puedo valorar uno por encima de otros porque, además, son parte de un entramado, de un tejido: lo existencial, el eros, el amor y el desamor, lo femenino en diálogo con lo masculino, la vida y la muerte, la política y el poder, la violencia: todos conviven y, a veces o muchas veces, un tema se muestra más que otro. Nunca un tema aparece en estado puro. Eso es una abstracción.
—Los intercambios públicos de ese ámbito que podemos llamar la actividad literaria casi siempre terminan por resolverse en conversaciones entre periodistas culturales y escritores. Una dinámica que, en general, suele ajustarse a un esquema más o menos previsible. Aprovecho la oportunidad de este ejercicio que estamos haciendo para preguntarte: ¿cuál sería la pregunta que siempre habrías querido responder en una entrevista sobre literatura?
—Realmente no me hago expectativas con las entrevistas o conversaciones, siempre agradezco las preguntas y trato de responderlas de la mejor manera. Además, estoy consciente del perfil informativo que se maneja en algunos medios. No sé. Tal vez en entrevistas sobre mi obra quedo con el deseo de conversar un poco sobre el proceso de la escritura… pero sé que es un tema poco usual en este tipo de diálogo. Quizás eso. Por ejemplo, cuando Índigo ganó el premio no me hicieron ninguna entrevista en la prensa lo que me hizo sentir de manera más evidente que me hubiera gustado conversar sobre el proceso de escritura de este libro. En mi caso, cada libro ha significado un proceso particular y único de escritura y es un asunto que me parece fascinante pues me aleja de las fórmulas, de lo conocido, de lo cómodo.
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