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Estado, universidad y revolución

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La universidad venezolana vive su hora menguada. El clima que se respira en los claustros universitarios es verdaderamente desolador. Un tiempo aciago y lúgubre se cierne sobre el espíritu de la antigua universidad popular, democrática y libre que prevaleció desde 1958 hasta 1998.

Es inocultable que la universidad politizada, altamente comprometida con los elevados niveles de conciencia cívica y social vive su hora más deplorable de bajo perfil. La actual universidad venezolana ha declinado su fuerza contestataria que la caracterizó durante el período liberal democrático. La revolución bolivariana ha creado más de una treintena de “universidades” revolucionarias y socialistas genuflexas e ideologizadas al servicio de un extraño pegoste indigesto denominado “Plan de la Patria 2019-2025”, que pretende formar mano de obra alienada y enajenada servil al proyecto de sociedad revolucionaria y socialista que tiene previsto implantar el movimiento comunista latinoamericano en Venezuela en este último septenio.

Atrás, muy atrás quedó el propicio y auspicioso clima de discusión y debate intelectual y científico que distinguía a la universidad libre y democrática. Hoy las universidades venezolanas son, literalmente y sin metáforas, desolados espacios carentes de alegría y jovial bullicio propio de los claustros donde florece el conocimiento, el saber, la sensibilidad tecnocientífica y estético-artística del futuro ciudadano civilista y humanista que una sociedad sana debe aspirar para su desarrollo y desenvolvimiento como totalidad de nación orientada a horizontes de futuro y promisión.

El panorama es desconcertante y nada halagüeño para la universidad nacional. El capital humano más altamente calificado con elevados índices de cualificación académica y profesional ha desertado y abandonado la universidad para irse del país en procura de condiciones de desempeño profesional más y mejor remunerado. La triste realidad es que un profesor universitario en la Venezuela actual de la catástrofe humanitaria gana apenas 8 dólares mensuales, que a duras pena le alcanza para pagar el pasaje hasta sus centros de trabajo.

La mayoría de las universidades no tiene Internet ni dotación biblio-hemerográfica actualizada para desarrollar como es debido sus propósitos de investigación y posgrado. El parque automotor de las universidades está literalmente en el suelo convertido en inmensos promontorios de vehículos inservibles, destartalados y fuera de circulación producto de la asfixia financiera y presupuestaria que le tiene el Estado nacional fascista rojo a la universidad autónoma, libre, democrática y popular.

El vandalismo y malandraje chavista ha desmantelado la infraestructura de las casas de estudios superiores; la UDO del núcleo de Monagas, por ejemplo, fue objeto de robos del sistema de cablería que permite su electrificación, más de 3.000 metros de cables fueron hurtados de sus instalaciones en fecha reciente. Igual ocurre con las ventanas y los pupitres. La UPEL-Maturín, no ha corrido con mejor suerte. Un auténtico saqueo material y espiritual ha sufrido la universidad autónoma durante este interregno revolucionario bolivariano. Y así sucesivamente, la universidad democrática y rebelde es proclive a la suerte de su lenta y progresiva extinción como vanguardia del pensamiento y la reflexión independiente.

El espíritu universitario es por antonomasia libre y disidente, librepensador y heterodoxo, pero la naturaleza del Estado revolucionario es dogmática e intolerante y autoritaria. Ambas son entidades antinómicas y por tanto antagónicas; la universidad y el Estado son irreconciliables como el agua y el aceite.

 

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