11 millones de personas desinteresadas en el sexo es una cifra alta y llamativa aunque se trate de un país en el que los mayores de 18 años suman 1.000 millones de individuos. Este número de detractores del sexo en China fue calculado de manera gruesa en un trabajo de investigación realizado el año pasado por BBC World Service, que señalaba que no existen estadísticas oficiales al respecto.
De aceptar las cifras adelantadas por los estudiosos del tema, hay que señalar que el universo de los voluntarios ajenos o enemigos del deseo sexual en China es del tamaño de la población de Bélgica o Portugal y dos veces y media la población de Singapur o Costa Rica.
Digamos, para empezar, que la asexualidad es una posición conceptual, no moral, en el país más populoso del planeta. Es diferente al celibato, que también se está convirtiendo en una elección preferida por un universo grande de hombres y mujeres, y tampoco tiene nada que ver con una disfunción orgánica representada en la ausencia de deseo o la frigidez o la inexistencia de libido.
La asexualidad voluntaria parte de la convicción de que darle cabida a deseos sexuales dentro de la dinámica de vida diaria de ese país no tiene una contraparte productiva. Se trata de un posicionamiento deliberado y proactivo de un segmento poblacional que tiene una vía de expresión a través de las redes, al igual que cualquier otro tema. Ni llaman la atención ni son criticados quienes abrazan tales tesis, pero sí son activos en foros en línea en las redes sociales reconocidas del país como Zhihu, WeChat y QQ, en las que tampoco priva el ánimo de hacer proselitismo.
Esta no es sino una de las singularidades presentes en el gigante asiático en cuanto a uno de los temas más polémicos de la vida diaria, el de la práctica sexual. Pero sí que tiene una relación directa con los índices demográficos. Porque es que el tema de la descendencia es un asunto de normativa estatal. Dentro de su cultura, los valores familiares, que son la base de la estructura de la sociedad, tradicionalmente también han estado rígidamente controlados. De esa preocupación partieron las políticas que imperaron durante décadas que obligaban a un solo hijo por familia, y de allí partió también la política de abortos selectivos que imperó hasta los setenta y facilitó una distorsión demográfica mayor que se manifiesta hoy a través de un excedente de hombres en la composición poblacional. Es claro: seleccionar a un descendiente varón aseguraba el mantenimiento de los padres mayores mientras que el de una hija no.
El caso es que en el momento actual tratar de conseguir una pareja femenina en la inmensa China rural para armar un hogar se ha vuelto tarea de titanes entre los jóvenes varones mayores de 35 años. Hay que imaginar, entonces, cómo este fenómeno creciente de mujeres jóvenes no “asexuadas” sino “asexuales por elección” contribuye a hacer las cosas más difíciles para los particulares y cómo impacta las políticas estatales.
Los argumentos de las mujeres que crecientemente seleccionan esta forma de vida tienen su buena dosis de racionalidad. “No hay nada productivo en el deseo sexual ni en su ejercicio, ni con el sexo opuesto ni con el propio”, dicen, y de allí surge la inutilidad total de estimularlo a nivel personal. Para hombres y mujeres asexuales que no sienten que es necesario por ello renunciar a la reproducción, hacerlo sin sexo y sin matrimonio termina resultando una opción válida, efectiva y efectista.
Así, pues, lo que en cualquier país puede ser una curiosidad útil solo para cotilleo, en China es un quebradero de cabeza para los sociólogos y los legisladores.
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