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Opinaba en mi artículo de la pasada semana que para lograr una mayor y mejor comprensión de lo que está ocurriendo en estos tiempos en nuestra región de América Latina, sobre todo a partir de los efectos de estos últimos tan convulsionados días, debemos intentar una mirada desde una perspectiva histórica. El establecimiento de la figura del caudillo sustituyó en nuestros países las derrotadas monarquías, al fin de las guerras de independencia del siglo XIX.

El presidencialismo ha estado disimulando la figura del caudillo, y es sobre la cual durante el siglo XX  y lo que va del siglo XXI ha descansado el mayor peso de las expectativas de satisfacción de las demandas sociales en nuestras naciones. A través del desarrollo del llamado “Estado de Bienestar”, a partir de la necesaria atención de los ciudadanos que lucharon las subsiguientes guerras en sus correspondientes países, se ha ido ensayando el perfeccionar los sistemas de atención masiva de las necesidades sociales fundamentales en áreas tales como la salud, el retiro laboral,  la educación pública, entre las más importantes.

La expresión “paternalismo de Estado” ha sido frecuentemente utilizada por analistas que destacan su oposición y critica al modelo de Estado que concentra excesivas funciones y poderes sobre el libre desenvolvimiento de la esfera privada de las naciones. Pienso que deberíamos discutir más ampliamente si en la lucha de intereses por el control del poder de la presidencia hemos distraído y desgastado demasiada energía, sobre lo que en realidad debería ocupar mayor atención de parte de los parlamentos, como lo es el desarrollo de un modelo de Estado e integración regional americano que nos permita ser más eficaces en la atención de nuestros muy urgentes e importantes desafíos.

El obstáculo de mantener el secular problema del caudillismo en los partidos, y luego la lucha fratricida por el poder presidencial, y su arbitrario desempeño de turno en turno, deberíamos analizarlo y combatirlo desde el desarrollo de un modelo de integración de la sociedad mediante su empoderamiento y participación en la vida pública. Desde los liderazgos de sectores como: académico, empresarial, cultural, religioso, artístico y de la sociedad organizada en redes de ONG, para la atención a problemas específicos, entre otras ideas. El desarrollo de un mejor modelo de contraloría de la sociedad sobre los mandatarios, los medios e instituciones de que se disponen para la atención de los asuntos públicos, a través de una sociedad mucho más parlamentaria y a la vez decidida a gestionar activamente la satisfacción de sus necesidades, debería ser nuestro objetivo en tales debates.

Sobre el sistema federal de gobierno podríamos por ejemplo analizar, discutir, evaluar, sobre si este ha demostrado funcionar con mayor eficacia en el tratamiento de problemas específicos. Si ha cumplido el objetivo de acercar el ciudadano residente en cada porción de territorio al seguimiento de los problemas que le aquejan; en razón de las amenazas y oportunidades existentes intrínsecamente en dicho territorio. Sean tales oportunidades o amenazas de naturaleza climática, recursos naturales, potencialidades culturales características y muchas otras de significativa especificidad de su espacio vital. Desconcentración de algunas, reconcentración de otras, descentralización de muchas.

La disposición de flexibilizar acuerdos interregionales frente al aprovechamiento de inmediatos entornos internacionales, por ejemplo, propendería a la creación de más oportunidades e intercambios que favorezcan las economías y progresos compartidos, lo que a su vez sería generador de soluciones en lugar de tensiones limítrofes e inmigratorias.

En el sentido político, el fortalecimiento democrático pasa por desarrollar nuevos y mejores modelos de Estado de cada país. Nuevos y mejores sistemas institucionales nacionales e internacionales de alianza y cooperación sobre problemas como el narcotráfico y narcolavado, por ejemplo. La protección de los sistemas democráticos se ha visto no solo debilitada sino deformada, hasta el caos y la desaparición, como son los casos venezolano y nicaragüense; bajo el sello de origen castrocomunista, en estos casos. La insurgencia de movimientos de dudosa financiación y promoción de caudillos populistas que instaurando un status quo de complicidad criminal con las fuerzas armadas y policiales en sus respectivos países, y de allí con el crimen transnacional, son ya más que una amenaza una grave realidad regional.

Debemos comenzar por reconocer la emergencia política regional en que nos encontramos. Tenemos la responsabilidad con la sociedades libres aún existentes de evitar que frente a nuestros ojos, en nuestro tiempo, se sigan perdiendo democracias. Estrategias y tácticas más sofisticadas, ahora desarrolladas y diseminadas desde el Foro de Sao Paulo, devienen en estrategias criminales de carácter transnacional que han mutado y se han mimetizado dentro del vulnerable modelo de Estado que tenemos en América Latina; haciéndose más fuertes y difíciles de enfrentar como tales. Debemos recuperar la libertad de aquellas naciones que, como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, apoyan el seguir instrumentando el secuestro del poder del Estado para garantizar junto a su permanencia las adhesiones y lealtades regionales y mundiales que a través de narcofondos son aportados para la existencia y proliferación de este tipo de neo tiranías en el mundo.

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