Después de aquella tarde del 19 de febrero de 2015, día en que la satrapía de Maduro orquestó el secuestro de Antonio Ledezma, nos decidimos a emprender una campaña de defensa de todos los presos y perseguidos políticos venezolanos.
La primera vez que pude ver a mi esposo en la cárcel militar de Ramo Verde me entregó dos documentos, que posteriormente logré sacar del recinto penitenciario. Uno era la carta pública de Antonio dirigida a los venezolanos, en la que centraba su mensaje al llamado a la resistencia. Estimaba, en ese mensaje, «que la hora reclamaba una unidad sincera, con metas bien definidas para lograr superar las trabas que de seguro el régimen colocaría en el tránsito hacia las elecciones parlamentarias», que después de varias presiones se fijaron para diciembre de ese año.
El segundo, era una carta dirigida al ex presidente Felipe González. Nada más pisar tierra española, fui recibida por el ex mandatario iberoamericano, junto a su solidaria e incondicional esposa Mar. De entrada, nos demostró que tenía conocimiento, en detalles, de todo cuanto ocurría en nuestro país. Enseguida nos expresó su incondicional determinación de defender a Antonio, a Leopoldo López y a todos los venezolanos privados injustamente de su libertad. Luego, se tomó unos minutos para leer la misiva y una vez comprendidos los términos de esta, nos aconsejó hacer el trabajo de informar a la comunidad internacional de la verdadera característica del régimen imperante en nuestro país. “El mundo tiene que estar persuadido de que en Venezuela funciona una tiranía arbitraria”, nos dijo tajantemente.
Felipe González ha sido un aliado sincero, apasionado y entusiasta de la causa que aún libramos millones de venezolanos. Por eso sus recomendaciones tienen un buen origen, son de buena índole, porque lo animan sus firmes convicciones democráticas, además de su apego a todo cuanto represente la vida presente y futura de Venezuela. Cuando fue a Venezuela y logramos vencer la intolerancia de los policías del régimen, para que el presidente González visitara a Antonio y hablara con él, lo que predominaba en sus recomendaciones era, en primer lugar, “que se mantuviera y perfeccionara la unidad”. También, que “se hiciera de la nueva Asamblea Nacional el centro de operaciones estratégicas para que se pudieran organizar elecciones presidenciales absolutamente limpias”, para lo cual, insistía machaconamente, «sería indispensable renovar todas las autoridades que manejaban el Poder Electoral, así como también modificar el aparato que controlaba a sus anchas el régimen de Maduro”.
Esa era la médula de su mensaje. Pero una vez perpetrado el zarpazo contra la nueva Asamblea Nacional, el presidente González varió en su recomendación y ha sido muy directo al decir que “esas elecciones de diciembre de 2015 fueron las últimas más o menos competitivas realizadas en Venezuela”.
Es la visión de un líder con una dilatada experiencia. Es la conclusión de un luchador democrático en todos los terrenos. Y es la comprensión de un drama que no escapa de su agudeza a la hora de interpretar nuestra penosa realidad. Por eso el presidente Felipe González le ha sugerido a Juan Guaidó “no meter a los venezolanos en un proceso electoral mientras Maduro siga usurpando el poder”.
Desde lejos, con esa sentencia lapidaria, Felipe González se hace sentir muy aproximado a las aprehensiones de millones de venezolanos que nos sentimos interpretados por él. Esperamos que Juan Guaidó tome en cuenta esa advertencia, que sale del alma de un español al que lo unen muchos lazos tejidos en el pasado y que hoy, más que nunca, están entrelazados con nuestras ilusiones y sacrificios desplegados para liberarnos de esa narcotiranía e inaugurar verdaderos tiempos de justicia, paz y libertad.
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