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Tiempos recios de Mario Vargas Llosa (I)

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La más reciente novela del escritor peruano relata el golpe-invasión (18-27 de junio de 1954) del coronel Carlos Castillo Armas y su período de gobierno hasta que lo asesinaron en 1957. Dos historias paralelas –tal como gusta estructurar sus ficciones– la primera dedicada a este hecho, y la segunda a la conspiración que generó el asesinato del propio Castillo Armas, en la que se desarrolla la hipótesis de la intervención del dictador dominicano, el general Rafael Leonidas Trujillo. Todo ello en el contexto de la Guerra Fría (1947-1989), en el que el temor por la intervención comunista en el continente será usado en una campaña propagandística por parte de la United Fruit Company para generar el ambiente y la toma de decisiones a favor del derrocamiento de un gobernante electo popularmente y que llevaba a cabo una revolución democrática y capitalista: Jacobo Arbenz.

Existe una clara intención por parte del autor de mostrar cómo la polarización generada por la Guerra Fría, el imperialismo yanqui, la gran mezquindad de las trasnacionales estadounidenses y las oligarquías locales (hacendados con un control semifeudal de sus sociedades), y las tendencias personalistas y pretorianas de sus instituciones armadas; estimularon la aparición de lo que combatían: un movimiento comunista que al final terminaría por tomar el poder en un país (Cuba) y dañar por décadas nuestro anhelo de vivir en una sociedad moderna: democrática y de libre mercado. Todo ello al ser narrado por un autor de ideología liberal que desde los setenta se ha dedicado a denunciar los abusos de las izquierdas, le da a la novela un mayor valor. Y a Vargas Llosa lo califica como un intelectual auténticamente demócrata por su capacidad para ejercer la crítica permanente sobre sus principios y del desarrollo de la historia de nuestro continente. En él no hay dogmas o prejuicios que limiten su percepción y anhelo de conocer la verdad.

Vargas Llosa muestra una vez más su interés por los autoritarismos en Iberoamérica, en especial por el que posiblemente (junto al de Fidel Castro) se acercó al totalitarismo: el del general Rafael Leonidas Trujillo. La capacidad que tuvo este dictador de influir en todo el Caribe, tal como padecimos los venezolanos cuando intentó asesinar a nuestro presidente Rómulo Betancourt en 1960, lo cual establece la posibilidad de haber atentado contra el presidente Carlos Castillo Armas de Guatemala. El jefe de seguridad de Trujillo, Johnny Abbes, vuelve a mostrarse con toda su bárbara personalidad junto a sus habilidades para la conspiración.

La novela nos hace pensar también en esa terrible realidad de querer hacer el bien pero sufrir perversas consecuencias. Es el caso de la gestión de Jacobo Arbenz en su deseo de mejorar las condiciones de vida de las mayorías y hacer realidad el modelo de democracia estadounidense en Guatemala. Su fracaso no solo fue producto de una conspiración, fue también producto de una gran ingenuidad en política. Es por ello que es inevitable pensar en nuestro mejor ejemplo de político sagaz que no fue víctima del anticomunismo a pesar de sus antecedentes y deseos “revolucionarios” democráticos: Rómulo Betancourt. La política por esto puede parecer sucia pero no lo es, sino que es un arte y una “ciencia” que requiere inteligencia y astucia; y de no poseerlas terminas en el exilio, como le pasó a Arbenz, perdiendo así una gran oportunidad para hacer la diferencia.

Nota: en una próxima entrega, cuando terminemos la segunda mitad del libro, concluiremos nuestro análisis sobre Tiempos recios.

 

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