Es común decir que los venezolanos no tenemos memoria. Tal argumento, mortífero por toda la evidencia que parece respaldarlo; ha servido para darle respuesta a nuestra relación cíclica con el devenir político de los últimos tiempos. Hemos de recordar que somos la nación que eligió a Hugo Chávez Frías a pocos años de que manchó al país de sangre, que consagró coyunturalmente como héroes a los villanos Vladimir Padrino López y Luisa Ortega Díaz, que se entusiasmó con Oscar Pérez y Juan Carlos Caguaripano hasta aburrirse y llamarlos farsantes, y que ha adorado y detestado tantas veces a la otrora Mesa de la Unidad Democrática. De alguna manera u otra, pareciese ser que uno de nuestros males es que concebimos la política como un show que debe continuar aun si es con barajita repetida o cambiada de lugar.
Este show nuestro sigue adelante, tal cual telenovela surreal, y se alimenta de la falta de sindéresis que aflige a la dirigencia política. Hemos sido testigos de todo tipo de espectáculos absurdos. Desde oficialistas dándose golpes de pecho por la Constitución de 1999, la hija de Chávez que él mismo trató de estrangular con la reforma fallida de 2007; hasta líderes opositores vociferando que nunca se conformarían con una elección, ni se sentarían para un diálogo más, solo para terminar haciéndolo de todas maneras. Tales ejemplos demuestran que si la política es necesariamente una narrativa, entonces la trama del país es convulsa e incomprensible, cosa que a cualquiera lo pudiese volver loco. En tal sentido, no debería extrañar que tantos venezolanos prefieran el olvido que perder la cabeza.
La incoherencia no es el único factor en nuestro olvido. Los venezolanos conocemos tanto la vicisitud como la resiliencia con que la enfrentamos, pero siendo espectadores somos como cualquier otro: alguien que quiere creer que los buenos triunfan sobre los malos. En este afán bonachón, sincero y preñado de buenas intenciones es que olvidamos un millón de veces, buscando salvadores donde no los hay, incluso entre los restos de la basura y lo irredimible.
A pesar de todo lo expuesto, no hay ilusión que no tenga su final. Las circunstancias se precipitan, y como Lord Byron dijo alguna vez: “La realidad es siempre extraña, más extraña que la ficción”. Hemos vivido debacle tras debacle: los centenares de héroes asesinados en las protestas, el plebiscito del 16 de julio ignorado por su propio convocante, la elección fraudulenta de la asamblea nacional constituyente, simulación tras simulación electoral, el ensayo fracasado de gobierno interino. En definitiva, esto se cuenta y no se cree. El show debe terminar.
Una vez que la verdad es percibida, esta no puede ignorarse. Los venezolanos de un tiempo para acá entienden plenamente que la otrora revolución concluyó en una deriva totalitaria cuya corrupción destruyó al país. Y ahora, los venezolanos también entienden que hay una oposición inconsistente, colaboradora y confusa que no ha tenido la altura de encarnar el cambio que el país requiere. Este momento es sobre nosotros, los ciudadanos, estemos donde estemos, pues somos los responsables de apoyar lo que es correcto y no lo que pareciese necesario. Esta compostura que definirá al cambio en Venezuela se traduce sencillamente en no olvidar, pues solo el recuerdo puede salvarnos de la miopía que nos ha llevado hasta este instante.
No olvidemos que ahora somos más. Sepamos siempre que no estamos solos en nuestras exigencias. No somos los locos, somos una mayoría silente que está clara en que Venezuela no puede seguir así, que las prácticas de los políticos no pueden ser las mismas y que la corrupción y el autoritarismo se fondean con la sangre de nuestra gente.
@jrvizca
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional