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La experiencia posmoderna en Venezuela

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David Zambrano y Marianela Boca | Archivo El Nacional

Desde Isadora Duncan y Rudolph von Laban, pensantes y visionarios; Martha Graham y Mary Wigman, fuerzas vitales del movimiento; Merce Cunningham, el gesto abstracto; y Pina Bausch, el teatro danza; hasta los nombres emergentes pertenecientes a las tendencias posmodernas, conocidas también como nueva danza, la expresión corporal contemporánea ha cumplido etapas y cerrado ciclos en su búsqueda fundamental de expresar al ser humano.

Se trata de una disciplina viva y cambiante que se ha transformado a sí misma de acuerdo con el desarrollo de las dinámicas sociales, y a partir de las personales circunstancias de sus creadores. De allí, lo complejo de abordarla como una manifestación única y definitiva. Sus corrientes han sido tan disímiles como las necesidades que le dieron origen, las ideologías que las han orientado, y las técnicas que las han sustentado.

La danza posmoderna, denominación en sí misma confusa, que para efecto de este texto remite a las concepciones surgidas después de la modernidad de Graham y sus contemporáneos, se ubica en el muy particular ámbito de la neovanguardia neoyorkina que reaccionó ante el gesto crispado prevalente al proponer uno natural y libre de artificios, e incorporar a sus procesos lenguajes emergentes plásticos y musicales, además de las nuevas tecnologías de la imagen en desarrollo, al tiempo que privilegiar espacios escénicos urbanos no convencionales, alejados de los centros establecidos de los poderes culturales.

La influencia de los posmodernos comenzó a sentirse también en países de Europa, Norteamérica y América Latina, que recibieron información sobre sus postulados filosóficos, éticos, estéticos y técnicos.

Los orígenes de esta corriente se remontan a los años sesenta del siglo pasado, época de las experiencias de la ya legendaria Judson Memorial Church, de Nueva York, y de la revelación de figuras como la de Steve Paxton, formulador de los principios de la improvisación de contacto y otros seguidores de los preceptos de espacio, tiempo y relación música-movimiento, desarrollados por Cunningham.

La presencia sistemática de creadores de la nueva danza en Venezuela durante finales de los años ochenta y principios de los noventa despertó interés por sus conceptos y sus estéticas, no de manera inmediata pero sí progresiva, en momentos en los que la actividad danzaria profesional en el país, ya era una realidad concreta e influyente en Latinoamérica.

Un factor fundamental de este nuevo conocimiento lo representó el bailarín venezolano David Zambrano, hoy poseedor de amplio reconocimiento mundial, quien a finales de 1988 dictó en el Instituto Superior de Danza de Caracas un inédito taller de improvisación, junto al estadounidense Donald Fleming y la joven alemana Sasha Waltz, que apenas iniciaba su desarrollo artístico.

El buen resultado de esta primera experiencia –de la que se cumplieron este año tres décadas– lo estimuló a plantearse una meta de mayores ambiciones: la realización de un taller internacional de nueva danza denominado Festival de Danza Posmoderna, que se llevó a cabo cada mes de febrero entre 1989 y 1993 en la capital venezolana, además de las ciudades de Maracaibo, Valencia, Mérida y Cumaná, y reunió a un significativo número de figuras impulsoras de este movimiento, entre ellas Simone Forti, fundamental mentora de Zambrano, y Joan Skinner, científica de esta oleada libertaria, quienes permanecieron fieles a sus ideales originarios; además de disímiles maestros, intérpretes y estudiantes, alrededor del trabajo de improvisación, alineamiento, y soltura, entre otras técnicas, y de nuevas perspectivas sobre la danza teatro y el performance.

Sobresalieron en esta experiencia los nombres de la holandesa Pauline de Groot, la sueca Irene Hultman, los estadounidenses Nancy Stark-Smith, Jennifer Monson, Paul Langland, Daniel Lepkoff y Randy Warshaw; el inglés Julyen Hamilton; el francés Mark Tompkins; el danés Bo Madvig; el neozelandés Jeremy Nelson; de nuevo la germana Sasha Waltz; los españoles Angels Margarit y Mal Pelo; el canadiense Benoit Lachambre; y el venezolano residente en Montreal José Navas.

El contexto en el que se enmarcó el Festival de Danza Posmoderna de Venezuela fue, en buena medida, de violencia social y política, ejemplificada por situaciones extremas de revueltas masivas y levantamientos militares, que trajeron confusión y asombro entre las delegaciones internacionales de bailarines y maestros asistentes a la convocatoria.

La plataforma cumplió un ciclo de cinco años. Sus mayores aportaciones se encuentran en el campo de la formación y la divulgación de los valores de una corriente escasamente conocida en el medio venezolano. Pero hay una consecuencia aún más trascendente: el haber contribuido decididamente a la configuración de una escuela nacional de nueva danza, que tantos reconocimientos le brindaría al país.

Las agrupación Neodanza, dirigida por Inés Rojas, bailarina que ha transitado del más riguroso academicismo a la más arriesgada experimentación, junto a Espacio Alterno, proyecto creado por Rafael González, coreógrafo que indaga una singular expresión plástica del movimiento dentro de un abstraccionismo inquietante, además de Rajatabla Danza y La Puesta, iniciativas de Luis Armando Castillo que constituyeron arrojadas referencias creativas en su momento, representan algo de lo más genuino de la nueva danza en Venezuela.

De esas iniciativas, devinieron otras que diversificaron el camino que ya se había comenzado a transitar: Caracas Roja Laboratorio, 100% Impro y UM.gramo, cultores de la improvisación con un sentido de identidad que se reconoce como venezolano y latinoamericano.

Un notable número de bailarines nacionales figura en el panorama actual de la nueva danza en el mundo. Sara Gebran, es reconocida por su trabajo experimental en Copenhague; María Inés Villasmil, coreógrafa e investigadora en Amsterdam; Manuel Pérez y Orlando Rodríguez en Berlín, intérpretes habituales de las obras de Sasha Waltz; Luis Lara en Nueva York y Cruz Mata en Bruselas, convertidos en reputados maestros de técnicas posmodernas. Muy recientemente, la voz joven de Lester Arias emerge dentro de las tendencias imperantes en el actual arte performativo de los Países Bajos.

David Zambrano es hoy por hoy una de las más prestigiosas figuras de la nueva danza mundial. Su evolución como bailarín improvisador lo llevó a un hecho seguramente impensado por él: la sistematización a principios del siglo XXI de dos técnicas corporales que ha proyectado universalmente: Flying low y Passing through, orientadas a establecer relaciones alternativas con el suelo como generador y receptor de movimientos, e incesantes dinámicas en búsqueda de permanente conexión entre cuerpos colectivos dentro del espacio, como uno de los elementos fundamentales de la danza.

Lo dijo el inquieto bailarín venezolano que logró hacerse al mundo: “Nunca he buscado una razón intelectual para moverme. El movimiento hecho forma es mi máximo interés en la danza”.

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