La lista de países en América Latina sacudidos por protestas violentas y crisis políticas ha crecido de forma sorpresiva, sin importar el signo político del gobierno de turno.
Solo en las últimas semanas hubo enfrentamientos en las calles de Bolivia por acusaciones de fraude electoral, en Chile por la desigualdad, en Ecuador por la eliminación de los subsidios a los combustibles y en Haití por la escasez de gasolina y alimentos.
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El presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, ha enfrentado manifestaciones que exigen su renuncia ante el juicio por narcotráfico a su hermano en Estados Unidos, mientras el mandatario peruano, Martín Vizcarra, disolvió el Congreso en el marco de una larga crisis política por casos de corrupción.
Marta Lagos, analista política y directora de la encuesta regional Latinobarómetro, cree que este panorama contrasta con el avance de la democracia en América Latina durante la década pasada, antes del estallido de graves crisis políticas en Venezuela y Nicaragua.
Desde Chile, Lagos augura que las manifestaciones en la región van a continuar mientras persista el creciente descontento social con las élites en el poder y la falta de respuesta a demandas de la ciudadanía.
«Aquí no fracasan los gobiernos; están fracasando los Estados», advierte en una entrevista con BBC Mundo.
Lo que siguen son extractos del diálogo con una de las mayores expertas en opinión pública de América Latina, que ha advertido sobre la caída del apoyo popular a la democracia en la región desde 2010.
¿Es una casualidad que en distintos países de América Latina surjan tantas protestas callejeras o crisis políticas?
No es una casualidad.
Es el resultado de un fenómeno social que se produce de manera simultánea en varios países y obedece a que en esta década, después de la crisis subprime (crisis financiera de 2008) y de un sostenido crecimiento económico, a los gobiernos se les olvidó que lo más importante era desmantelar las desigualdades.
Se creyó que bastaba con disminuir la pobreza. Y a partir del 2010, cuando empiezan las dificultades económicas, no se mejora la situación de manera sostenida como antes.
Los pueblos empiezan a exigir. La exigencia es de garantías sociales. Eso es lo que los pueblos de América Latina están demandando hoy. Y lo hacen en sociedades mucho más abiertas, educadas, con aumentos de la clase media, más información, más capacidad de organizarse.
Y por supuesto hay impaciencia porque no llegan las respuestas. (Las protestas) empiezan en Brasil y se difunden a la velocidad del olor del pan caliente recién salido del horno.
¿Lo que estamos viendo en la región son distintas crisis políticas o una crisis general de la democracia?
Hay dos cosas aquí.
Por una parte está el declive de la democracia que se produce por un declive de las élites. Y por otro, la demanda ciudadana de garantías sociales. Son dos fenómenos en muchos lugares simultáneos, pero no son lo mismo.
Es más, las demandas de garantías sociales esconden una demanda de más democracia. Hay una gran demanda hacia las élites de que la democracia funcione mejor, que no funcionan los partidos políticos, hay crisis de representación, poca fe en las instituciones y alto nivel de corrupción.
Por otra parte están las demandas que producen estas revoluciones ciudadanas, digamos.
Ningún país de América Latina —yo pondría a Uruguay como excepción— ha logrado garantizar los derechos sociales: el derecho a la educación, salud, salario digno, seguro de cesantía…
¿Cómo se refleja ese descontento con las democracias de la región en las encuestas de Latinobarómetro?
Hay un dato que lo resume todo y se refiere a la pregunta de quién gobierna y para quién se gobierna. El 70% de la región dice que se gobierna para una minoría. Uno podría resumir la demanda de la región en aquella que dice: «Por favor, gobiernen para las mayorías».
Y existe la sensación de que hay Estados cooptados, como es el caso de países de Centroamérica, o Estados penetrados por la corrupción, como es el caso de Perú, Brasil o Argentina. También hay Estados donde la corrupción aparece por primera vez, como Chile.
Eso destruye de alguna manera la expectativa de la gente de que la democracia funcione. Y hay una demanda de funcionamiento de la democracia más que una demanda de que vuelvan los militares.
Es un gravísimo error mirar a América Latina con los ojos del pasado. Lo que nos está pasando no tiene nada que ver con el pasado.
De hecho, las encuestas de Latinobarómetro hasta ahora no han mostrado un aumento significativo del apoyo a los regímenes autoritarios en lugar de los democráticos…
No, hay una crítica a la democracia, un aumento de los que son indiferentes, pero no hay un aumento del (apoyo) al autoritarismo.
Los pueblos saben que no existen las soluciones mágicas. Lo que quieren son sistemas que defiendan a la mayoría. Y eso es democracia, en buenas palabras.
Muchos de estos países donde surge el descontento tienen poblaciones relativamente medianas o pequeñas. Entonces, ¿por qué parece tan difícil para los gobernantes medir el malestar social y evitar estas crisis?
El caso de Chile es especialmente patético, porque existe mucha información que mostraba de manera alarmante los datos negativos.
A nivel de las élites, hasta la explosión social no hay una palmada en la frente para ver lo que efectivamente está sucediendo.
En el caso de Lenín Moreno (presidente de Ecuador), demoró 12 días en darse cuenta que tenía que ceder. Sebastián Piñera demoró siete días en darse cuenta que tenía que ceder. (El presidente francés en 2016, François) Hollande, cuando le vino la huelga de los taxis, se demoró tres horas en darse cuenta que tenía que ceder.
Hay una diferencia gigante en la capacidad de las élites de absorber las demandas sociales a través de manifestaciones. Y de alguna manera la manifestación en América Latina se ha vuelto una regularidad.
¿Por qué está todo el mundo en la calle en Santiago? Porque saben que hoy día vale estar en la calle: están siendo escuchados. Aquí hay una elite que se quedó atrás y no comprende esta demanda de democracia.
¿Entonces el problema no es específico de la izquierda o la derecha, sino que la gente está buscando respuestas que los gobiernos de turno no parecen darle?
Exactamente. Eso es muy importante. Aquí hay un énfasis demasiado grande en que la derecha o la izquierda va a dar una respuesta. Las ideologías han sido sobrepasadas. Tuvieron su oportunidad y no supieron hacerlo mejor.
Pero cada país tiene su problemática también…
Claro, pero esto atraviesa: somos la región más desigual de la Tierra, más desconfiada y totalmente penetrada por la corrupción. Esos tres elementos definen en este momento las crisis de la región.
En general uno podría decir que los gobernantes de América Latina están mal evaluados porque no han logrado entregar los temas centrales que son expectativas grandes de una década. Estas no son expectativas de un gobierno. Aquí no fracasan los gobiernos; están fracasando los Estados.
Los Estados no se han modernizado y la política no se ha modernizado. El diagnóstico es sumamente simple. Ahora, las soluciones son tremendamente complejas.
¿Cómo explica que en un país como Chile, donde usted se encuentra y que era considerado un ejemplo de estabilidad regional, estallara la crisis con tanta virulencia?
Esto se veía venir. Nosotros llevamos un par de años ya diciendo que la situación es muy mala. Aquí hay un 70% de la población que dice que está estancado.
Chile tiene un crecimiento en este momento de 2,5% pronosticado para este año, lo que en el contexto mundial no está mal.
El problema no es que no haya salido gente de la pobreza o que no haya gente en la clase media o que no haya un incremento de ingresos. El problema es que más de la mitad de la población vive con 600 o 700 dólares al mes y no le alcanza para llegar a fin de mes, y ese dato estaba oculto debajo de estas brillantes cifras macroeconómicas que el mundo no quiso ver.
En otras partes del mundo, desde Europa hasta Egipto, Líbano o Hong Kong, también hemos visto protestas y malestar social por diferentes causas. Entonces, ¿lo que ocurre en América Latina es un fenómeno propio o es parte de una tendencia más global de descontento con los gobiernos?
La protesta latinoamericana no tiene nada que ver con la percepción de vulnerabilidad que tienen los ciudadanos de la Unión Europea. Ellos vivieron los 50 años después de la guerra en una creciente prosperidad y bienestar social. Entonces esas sociedades lo que han experimentado es la amenaza a ese bienestar, que no tiene nada que ver con la vulnerabilidad que sufre la población latinoamericana que quiere llegar a tener algo de ese bienestar que se ve en los países más desarrollados.
La protesta de Hong Kong es una protesta de libertad y la de Egipto también. En América Latina la libertad ya la tenemos; lo que necesitamos ahora son garantías sociales. Salvo Nicaragua y Venezuela, tenemos democracia y no autoritarismo. Pero son democracias tremendamente deficientes.
Alcanzamos un nivel de democracia hasta el año 2010 absolutamente extraordinario en la historia de América Latina. Pero ese hito ha ido retrocediendo. Sucedió lo de Venezuela, lo de Nicaragua.
Hoy día tenemos varias democracias en crisis, son demasiadas. Estamos viendo qué va a pasar en Bolivia y en Argentina. Ya están los bolivianos en la calle por los resultados de la elección. Y vamos a seguir con estas manifestaciones hasta que los pueblos tengan la convicción de que se gobierna para ellos y no para un puñado.
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