Los tiempos de pobreza, tortura, muerte y otros males programados no deberían medirse con el reloj de la calma diplomática. Eso aprendimos los hijos del Holocausto cuando desde la niñez misma vimos a nuestros adultos familiares y comunitarios de la buena suerte al emigrar a tiempo, literalmente pegados durante cinco años al aparato radial de onda corta para saber de los suyos atrapados en una Europa que deshojaba la margarita de los acuerdos con sus verdugos, y hasta muy tarde decidió actuar, mientras el nazismo invadía y destruía el continente prometiendo paz y pan.
Ese paranoide síndrome de nuestra condición hereditaria no caló con la misma intensidad en las sociedades americanas quizás porque en su tradición solamente los negros comprados para reforzar la esclavitud de los indígenas traían cosida en su sangre la marca de una marginación sistemática que sus independencias, incluso las mestizadas, acabaron a medias y mucho tiempo después con guerras y guerrillas fratricidas.
Solo sabe de sopa quien la cocina. Y, así pues, Latinoamérica del siglo XIX libre de sus colonialistas madres patrias europeas forjó sus ejércitos que hoy día se han convertido en castas parasitarias, minas de riqueza para sus cúpulas y caldo de cultivo para masas explotadas por las transnacionales narcomafias en complicidad con el terrorismo mundial de orígenes foráneos.
Lo devela el llamado complejo “caso Venezuela castrochavista”. Casi sesenta países democráticos reconocen al presidente constitucional Juan Guaidó, incluidos muchos de la vieja Europa que no aprendió la lección y da largas a decisiones eficaces que puedan dañar sus intereses económicos. Los regímenes autoritarios y totalitarios ruso, chino, iraní, turco y sus satélites colonizados continúan llamando presidente al usurpador Maduro y la ONU autoriza a su delegada en materia de derechos humanos a reunirse a la par con la ilegítima asamblea constituyente. Estados Unidos observa listo para resolver el asunto que compete a su área de influencia, de forma humanitaria y militarmente modernizada, pero lo frena su complejo de imperio capitalista titulado y sembrado así por los foros de São Paulo que han sido y siguen siendo. Todos alegan pacifismo, cautela humanista para evitar baños de sangre, acuden a ejemplos y estadísticas para nada semejantes ni equiparables al citado caso donde en nombre de las inexistentes soberanía, patria sagrada, revolución igualitaria de y para el pueblo, se criminaliza sin pausa toda disidencia y se expulsa cantidades enormes de población, su método repleta cárceles, convierte en cementerios sus hospitales, promueve el asesinato por desnutrición el promedio de un niño cada día, y totaliza por ahora en veinte años más de 300.000 víctimas solo del hamponato político que gestó al de calle.
El fino reloj de convenciones y conveniencias diplomáticas internacionales se ha transformado en el cronómetro macabro de la revolucionaria patria con muerte camarada. Agoniza Venezuela mientras los jugadores del trono geopolítico pretenden colocar cada uno sus dos piezas en el mismo espacio, eso significa que el ajedrez no existe, ya es patíbulo.
Hace días un paisano ateo, amigo de siempre, opositor y por eso retenido como enemigo en su país natal me confesó: “Solo ahora comprendo tu manía persecutoria, la prisa indomable de tu pueblo, su compulsión libertaria, perdóname, pero solo ahora”.
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