Decíamos en el escrito anterior que la sabiduría está contenida en la raíz de la flor del amor, de la bondad, la misericordia, y nos refleja una imagen de luz y santidad, que sacraliza todo lo que le rodea, pues está lleno de amor. En él emana la caridad, se opone al orgullo y por lo tanto es la armonía de las facultades humanas. Es una unidad espiritual que trasciende el plano dual. El orgullo reporta para sí mismo, la humildad reporta todo A.G.A.D.U.
La humildad es un obstáculo contra las tormentas de las bajas pasiones, de los instintos y de los deseos. Los grandes avatares nos han dejado su imagen de humildad como huellas para seguir hacia la luz.
La fe es una virtud teologal. Para tener fe, primero tengo que creer en mí mismo, pues si no creo en mismo no puedo creer y esperar resultados, donde la voluntad no se acciona. La fe no solo es solo espiritual. En el mundo profano giramos en función de la fe, apoyados en la comprensión del G.A.D.U. Recordemos algo muy importante: en la masonería no se cree, comprendemos, porque proviene de dentro de nosotros.
Nuestro mayor esfuerzo en el sendero Iniciático es por el sendero hacia nuestro interior donde estamos levantando nuestro templo interior con las herramientas de las virtudes. La fe es la palanca que mueve el mundo. La fe mueve montañas, cura enfermedades, ilumina inteligencias y sobre todo fortifica las voluntades.
La fe es el origen mismo de nuestra conciencia. La fe y la humildad nos hace coparticipante de los atributos del G.A.D.U. La fe es una conciencia absoluta de las posibilidades interiores de nuestro ser. La fe reviste un triple aspecto: “Fe en E.G.A.D.U., fe en sí mismo y fe en el destino”. Si perdemos la primera, perdemos las otras, porque el G.A.D.U. es el sostenedor del Universo y es el fin del ser humano.
Sin E.G.A.D.U. no tienen sentido la existencia y aspiraciones, nos hundiríamos en el golfo de las contingencias. La fe no nace de la dispersión anímica, ella reposa en la unicidad espiritual. La fe de corazón es poco común en los seres humanos, prefieren el imperio pasional a la pureza de corazón. Pero el ser humano, circunscrito por su cuerpo, se desespera por lo limitado de su acción. Lo material solo alegra al cerebro, no al corazón, se desespera de su diversidad y entra en conflicto con lo absoluto. No comprende su estado, está hundido en la ilusión que le presenta este plano y quiere escalar el cielo, habitar fuera del tiempo y del espacio. Es una perpetua angustia del devenir. Es necesario comprender esta verdad sobrehumana, más allá de lo físico: “El ser humano consciente es un absoluto en instancia de evolución. Una sola vía nos aleja de la vía dolorosa, remover el aguijón de la muerte: la fe. Ella es infinita como el ser humano mismo.
Si la fe es confianza en la veracidad del G.A.D.U., ella está personificada en el logos, y por la fe nosotros nos adherimos así al verbo divino. La fe no es ciega, es la clara visión de la verdad, es el auxilio de la sabiduría.
La oración es una aspiración muy sencilla de lo finito al infinito. Hay una ignorancia sobre la oración que perjudica su misma acción, ella solo se practica con el ardor de la violencia de los deseos, pidiéndole a Dios solo cosas materiales: salud, riqueza, éxitos o el amor. Somos unos fariseos operativos.
Hay tres formas de orar: mental, vocal y de corazón. La oración efectiva es la que se hace de corazón y solamente cuando pedimos por nuestros hermanos. Es de suma importancia pedirles a nuestros hermanos que oren por nosotros. La oración es espiritual, y solo es para vibrar a los niveles del absoluto, de donde se recibe lo solicitado. La oración debe hacerse personal, no recitar las oraciones dichas o escritos por otros.
Buscad primero el reino del G.A.D.U. y el resto vendrá por añadidura. La oración es una elevación sobrehumana hacia el esplendor divino.
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