Ni Guaicaipuro ni Tiuna, ni ninguno de los indios caribes que recorrieron los descampados que eran las montañas de la Cordillera de la Costa y sus hermosos valles, eran mineros. Se dedicaban a la caza y a la pesca; sus mujeres, a la recolección de frutos y a la manufactura de casabe. Nada de plátanos ni de cambures ni leche de vaca. Comían monos, lapa y gusanos. El oro no abundaba, pero podían encontrar una que otra pepita.
Desde el siglo XVI, hubo en Baruta minas de oro de galería y aluvión que fueron explotadas esporádicamente por misioneros y encomenderos, pero pronto se agotó. En el siglo XVII, para garantizarse la subsistencia, los pocos habitantes sembraban tabaco, cacao y caña de azúcar. Joseph Luis de Cisneros decía en 1764 que todavía se sacaba oro de aluvión de buena calidad, usado por los plateros para dorar sus trabajos, pero exageraba. En 1776 José de Abalos intentó reactivar las minas, pero trabajaron varios años sin mayor éxito. Alejandro de Humboldt, escribió que en 1800 los indios de Baruta todavía extraían oro allí, pero eran cuentos de camino. En el siglo XIX, en lo que hoy ocupa la urbanización La Trinidad se cultivaban un sabroso café y abundantes hortalizas.
En el siglo XX, el valor de los terrenos en los predios de Prados del Este, Baruta y El Hatillo, incluida La Lagunita y también Oripoto, valían muy poco, pero hubo un emprendedor, contaba Paco Vera, que para valorizarlos enterraba pepitas de oro, costaba menos de cuatro bolívares el gramo, para engatusar a los compradores y que se corriera la voz y se revalorizaran. Pronto se descubrió la coña, pero no era del todo mentira: en todas las quebradas del país puede encontrarse una que otra pepita de oro, pero insuficientes para enriquecer a nadie. Sacarían a alguno de un apuro a costa de causarle daños irreversibles a la naturaleza.
Ahora, con el anuncio de que a cada estado bolivariano le van a entregar una mina de oro, quizás se repita en los alrededores de La Guairita y por los lados de La Limonera, Los Picapiedras, Ojo de Agua, La Palomera y la laguna de La Bonita situaciones parecidas a las que se vivieron hace 2 años en Palmarote, estado Carabaobo, cuando una madrugada llegaron más de 3.000 garimpeiros o mineros ilegales a extraer oro. La presidente del consejo comunal les entregaba una autorización firmada y sellada. Nadie halló una pepita luego de semanas de trabajo, pero el caserío, las siembras, los corrales de las gallinas y el potrero de las vacas, todos los árboles fueron destruidos y las aguas que surten a 4 millones de carabobeños fueron contaminadas con mercurio y cianuro. Un Chernobyl en pequeño. Nadie se hizo millonario, ni reunió suficiente para pasar una vejez tranquila, pero el gobierno nacionalizó “la mina” y se la entregó al gobernador que la tiene tan abandonada como la recibió.
Contrario a lo que se quiere transmitir, Venezuela tiene algo de oro, pero no tiene más que Papúa Nueva Guinea que es el decimocuarto productor mundial con 65 toneladas anuales. China es el primero con 400 toneladas. El Dorado que está en Guayana no es la mentira que se repite desde hace más de 500 años, sino un deprimente y abandonado centro carcelario. El oro no sustituirá al petróleo, tampoco el coltán ni los diamantes. No son suficientes, y si los hubiera, habría que ver lo que hicieron con el petróleo. ¿Se lo robaron, lo regalaron?
Pese a los discursos por VTV y las sonrisas lingote en mano, Venezuela no es el vigésimo productor de oro ni tiene posibilidad alguna de ser el primero. Si equivocadamente lo intentara equivaldría a vender los zapatos para comprar trenzas nuevas o betún. Si alguien intenta sacar la pepita que probablemente hay en el patio de su casa, gastará veinte veces más en encontrarla que los billetes devaluados que le darán a cambio. Extraer el poco oro existente sería la destrucción definitiva de todas las fuentes y reserva de agua, de bosques y siembras para convertir cada metro cuadrado de superficie en un arenal. Más hambre y muertes.
Venezuela no tiene la cuarta mina de oro más grande del mundo. Eso es tan falso como el nombre del Ministerio de Desarrollo Minero Ecológico. En Las Cristinas no hay 1,5 millones de kilos de oro, lo que ha habido es un tejemaneje financiero que le costó al país –por la ignorancia de Hugo Chávez– más de 1,2 millardos de dólares y daños ambientales inconmensurables. Hasta ahí.
La irresponsabilidad del sector militar, el silencio de los intelectuales de quince y último, la incapacidad del funcionariado técnico, el afán de riqueza y lujos de la camarilla que mantiene secuestradas las estructuras del Estado se han encompinchado para destruir el país como el paso siguiente a la demolición del sistema democrático. Se diluye el futuro.
El plan minero 2019-2025 permitirá que unos cuantos se hagan multimillonarios a costa de dejar al resto de la población sin electricidad, sin agua corriente, sin alimentos y de la exterminación de la fauna y de la flora. En noviembre de 1998, en la recta final de la campaña electoral, el intergaláctico afirmó que no cambiaba un vaso de agua por una tonelada de oro, pero ahora su discípulo trueca todo el territorio nacional por unos lingotes áureos que extraen pranes, soldados y guerrilleros con su autorización. La mentira repetida y aumentada.
Con las minas, se anunció la entrega de hasta 3,3 millones de euros bimensuales a los gobernadores para que puedan “moverse amplia y libremente en atender y satisfacer las necesidades de la región”. Es la danza de los millones, de las fábulas, la ficción del socialismo y sus infinitas miserias. Vendo destapador con sacacorchos.
@ramonhernandezg
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