El lector se preguntará: ¿ejercer el gobierno es un arte? Este vocablo, como es ambiguo, se presta a diversas aplicaciones. Alude a talento, habilidad, destreza, acatamiento de ciertas normas para hacer bien algo. Así que ejercer el poder público, ya sea a nivel nacional, estadal o municipal, no es tan fácil. Requiere, por parte del funcionario, adecuada preparación, sabiduría política, vocación de servicio, contar con buen liderazgo y poseer gran sensibilidad social y humana. El desempeño de tales funciones también acarrea el acatamiento de normas legales y, además, asumir muy serias responsabilidades.
Según el pensamiento aristotélico, la política es el arte de gobernar. Y el vocablo latino política también nos vino de la antigua Grecia, de polis, ciudad. Debemos saber que la política tiene por finalidad atender las necesidades de las personas, de las comunidades y del país, en procura del bienestar general. Entonces, ya podemos afirmar que ejercer el gobierno es un arte, pero esa tarea no es para improvisados.
En nuestra Venezuela presidencialista es un verdadero privilegio llegar a ocupar la Presidencia de la República. Pero ese privilegio, en sí, no indica en modo alguno, ni hace presumir, que esa persona posea la necesaria capacidad para desempeñarse eficientemente en tan delicada magistratura. Para ello no bastan, simplemente, los requisitos exigidos en la Ley. Una necesaria exigencia debería ser, ante todo, la ética, la honestidad, buen comportamiento como ciudadano, ser respetuoso, educado, decente, con adecuado desenvolvimiento verbal y otras cualidades personales que le den buen rostro y le acrediten dignidad personal.
Naturalmente, no puede exigírsele al presidente de la República ser sabio en todo, imposible. Lo que sí, la obligación fundamental de extremar sus cuidados en la selección de sabios en cada materia; rodearse de los mejores profesionales con los cuales pueda cumplir eficientemente las importantes políticas públicas que conduzcan a la satisfacción de las necesidades prioritarias de los habitantes de país. Pues fueron ellos quienes, confiando en las promesas electorales, lo elevaron a tan privilegiado sitial.
Innumerables son las necesidades a satisfacer. Jerárquicamente, consideramos dos esenciales, básicas, verdaderamente prioritarias: la educación y la salud; al mismo nivel debemos colocar también la agricultura; sin ese trípode, será imposible alcanzar el progreso y desarrollo socioeconómico de nuestro destrozado país.
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