La política tiene subterfugios, particularidades, habilidades, estrategias, creación, difusión de imagen y contenido, comunicación especializada nada fácil. Y causa angustia cuando se percibe que el equipo del encargado presidencial está cojeando.
Un gobierno colegiado no depende solo de Juan Guaidó, sino del conglomerado de partidos y dirigentes; hay opiniones, propuestas diferentes, tácticas por aplicar. Es democracia, pero cuando un líder no se comporta como jefe es una traba.
Solo la desesperación puede llevar a un montón de cerebros e intereses divergentes a ponerse de acuerdo en maniobras comunes, como a finales de los cincuenta del siglo XX cuando Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera acordaron una alianza no para llegar al poder, sino para conservarlo, después de derrocar la dictadura perezjimenista. Se firmó en Caracas el Pacto de Puntofijo (en referencia no a la ciudad, sino al nombre de la casa de Caldera en Sabana Grande). Betancourt lo cumplió a rajatabla, Caldera lo aprovechó, Villalba lo dejó escapar y terminó perdiéndolo todo.
A comienzos de 2019 Venezuela supo que Juan Guaidó era el nuevo presidente interino de la República; el espectro opositor coincidía en que Maduro era usurpador y debía irse. Tras él vendría un gobierno de transición y elecciones libres fuera del control castrista, del castromadurismo o cabellomadurismo. Los fanáticos del leopoldismo fragmentado susurran y se atreven. Cada cabeza es un mundo y cada mundo, un interés.
Estamos como en un complicado año nuevo, una variadísima lluvia de estrellas presentadas como promesas, y ejecutadas como fracasos. Lo diferente es que apareció un nuevo líder, Juan Guaidó. Y persistía la única que no cambia principios ni hipoteca valores, atiborrada de coraje y coherencia, incómoda a veces, creíble, confiable siempre: María Corina Machado.
¿Pero es Guaidó jefe de la oposición? Muchas promesas han sido incumplidas y el exacerbado populismo de esperanzas gana terreno.
Tras la proclamación, el usurpador no se fue corriendo, abandonando Miraflores, ni el régimen se desinfló, los militares no se quebraron ni dieron paso al frente para reconocer a Guaidó, como lo hizo el mundo occidental libre y democrático.
Se convocó un movimiento para recibir ayuda humanitaria. Tres gandolas frenadas, una incendiada, y escasas decenas de militares desarmados cruzaron la frontera sin pelear. Luego, sin altercados, aviones chinos aterrizaron en Maiquetía, con auxilio para el autócrata; después, toneladas misteriosas llegaron ante la presencia de funcionarios de la Cruz y Media Luna Rojas.
El régimen acusado de usurpador e ilegítimo no dejó ingresar la ayuda y fue apoyado por colectivos fanáticos, para después traer la suya. La que no fue quemada, quedó en Colombia, junto a algunos dirigentes políticos exiliados y militares, ahora envueltos –a su pesar y como víctimas– en un escándalo de corrupción y maltrato que golpea al presidente encargado, quien, para peor, trata de mostrar mando desde la sede del partido Voluntad Popular y en medio de dos representantes deslegitimados del partido UNT de Manuel Rosales.
El exitoso viaje por Suramérica –curiosamente no a Washington– y popular regreso por Maiquetía se consideró un revés para la dictadura cívico-militarizante, o estrategia riesgosa: no hacerle caso e ignorar a Guaidó.
El peor error, 30-A, cuando todavía no había comenzado la represión, se veían en los callejeros vacíos caras tensas, pronosticando, así, que aquella majadería ególatra no estaba funcionando. La única esperanza aleteó pocas horas, Maduro no apareció hasta casi de noche, reafirmando su presidencia usurpadora, pero al mando, mientras Leopoldo López corría de embajada en embajada, los pocos militares que se aparecieron frente a La Carlota se asilaban, escondían, y algunos diputados a la Asamblea Nacional fueron refugiándose progresivamente.
A estas alturas Washington sigue reafirmando su apoyo al interinato, pero Donald Trump tiene otros problemas, Medio Oriente, Pekín, Moscú, el lanzamiento de su campaña para la reelección que acaba de realizar; tiene muchos y buenos resultados que mostrar. Venezuela, Cuba, Nicaragua son una piedra en el zapato.
Estalla el “Cucutazo”, presunta corrupción en los manchados predios opositores, la tiranía sonríe, se burla, un periodista denuncia, el presidente encargado reacciona y ordena que se haga lo que ya estaba en proceso en Bogotá, investigar, como aclaró el embajador Humberto Calderón Berti.
El juego se está llevando a cabo en Oslo, Estocolmo, Pekín, Washington, Moscú. En Caracas solo participan aficionados que patean pelotazos a ver si por suerte y cosas del destino meten gol.
¿Será tarde para convencer a Guaidó de que rectifique aliados, cambie estrategia e incorpore coraje? Son pocas las probabilidades. Sigue el modo fracasado, acompañado de sempiternos fracasados. Lo tenía todo a su favor, apoyo interno de más de 80%; en lo internacional, el globo democrático lo respaldó y reconoció.
Pero fue secuestrado por infiltrados cohabitantes, oportunistas que abogan por el pesimismo y elecciones, manteniendo el statu quo; se emocionan con un tablado político-económico de impunidad revestida de fraudulenta reconciliación y obvian a verdaderos opositores de coraje. Estancado en los mismos errores, divorciado del clamor ciudadano, desconectado de la realidad. La soberbia parece haberse apoderado de su entorno en opacas conversaciones secretas con el régimen; su falta de coherencia con aliados internacionales claves, Estados Unidos, Colombia y Brasil es preocupante. Parecen actuar por su cuenta, sin considerar consecuencias, insistir testarudos en conversaciones remotas, escuchar a quien no deben y embarcarse en una elección convenida, han corroído su base y eliminado todas las opciones sobre la mesa.
¿Algo está por suceder? La mayoría no lo sabemos, y los que sí, no pueden decirlo. Noruega es una estocada mortal para el cese de la usurpación, gobierno de transición, pero no de elecciones ¿libres? Todo cambia para que siga igual. ¿Hay esperanza de que Guaidó dé un giro y adopte sin vacilaciones la estrategia del coraje? Es posible: pareciera que aún tiene chance.
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