I
El socarrat es la mejor parte de la paella. Por lo menos a mi parecer. Se llama socarrat, o también torraet, al arroz que queda pegadito de la paella. Tostadito, con el sabor concentrado, saladito, con sabor a mar y a especias, con el azafrán que despierta el paladar.
Ya a estas alturas una explicación sobre lo que es la paella considero que está de más. Solo quiero recordar que la paella no es el nombre de la preparación, es el nombre del utensilio en el que se hace el arroz más tradicional de toda la cocina española.
Es una olla redonda con paredes muy bajas y dos asas en donde se ponen condimentos, vegetales, carnes y especias, además del arroz. El resultado es un plato fragante y sustancioso, un crisol de sabores y texturas, una fiesta en la boca.
El que hace paella sabe que el socarrat es lo más preciado. Y como al final es el encargado de servirla, le queda la mejor parte.
II
Será por eso que raspar la olla es tan divertido. Esta expresión tiene un uso muy extendido en nuestro país, y más ahora en tiempos de penurias.
Raspar la olla es sacarle hasta lo último a un recipiente lleno de comida para que alcance para todos. Pero esa expresión para los venezolanos tiene además el significado de que ya se llegó al final y hay que sacar todo lo que sea posible.
Generalmente se atribuye a los políticos corruptos. Nótese que hago la diferenciación, pues considero que la política y los políticos son necesarios, pero hablo de la gente que se dedica a diseñar herramientas y estrategias para el beneficio de la población.
Los corruptos que se llenan los bolsillos con lo ajeno saben que, llegado el momento, hay que raspar hasta la olla. Hay corruptos más ambiciosos que otros. Hay algunos fanáticos del socarrat.
Me vienen a la mente varios titulares que nos informaban sobre el viaje de los lingotes de oro del Banco Central, la repatriación de algunas toneladas desde países africanos hacia la bóveda de Cuba. Muchos economistas han advertido que ya no queda nada en las arcas de la nación.
Ah! Pero quedan las minas de oro. ¿Quién quiere una minita?
III
Casi le creo a Nicolás que ignora el tamaño de la mafia que opera en las minas de oro. Casi me convenzo de que para él es tan fácil como meterse al agua con un colador y recoger unas pepitas de oro, que después el gobernador (rojo rojito, claro) venderá para comprar las sillitas que necesita el parque.
Es que la demagogia llegó hasta lo más profundo. Es que Nicolás realmente piensa que los venezolanos somos idiotas.
Lo que sí puedo intuir de su ofrecimiento es que ya no queda nada que robar. Las bóvedas de la nación están vacías, se llevaron todo y lo poco que entra se desvía hacia Cuba. ¿Qué les queda a los que llegaron de último en la cola? La caja CLAP de la minita de oro.
Gobernadores, peléense a cuchillo con las mafias, si es que ya no son parte de ellas, para que se lleven el socarrat a los bolsillos. Así todos terminarán contentos.
Menos mal que ya nadie te hace caso, Nicolás.
@anammatute
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