A medida que el proceso hiperinflacionario ha gestado su dinámica del bolívar, de forma inexorable los agentes económicos buscan otros medios de pago para intercambiar bienes y servicios. Es lógico, natural y predecible. Simplemente con una moneda pulverizada no es posible hacer ningún tipo de transacción, porque si el dinero deja de cumplir las funciones para las cuales fue creado, pues, en puridad de sentido, deja de ser dinero. Y este es el caso del bolívar, por difícil y doloroso que sea reconocerlo.
Si bien el bolívar no ha desaparecido del todo en la economía venezolana, y no lo hará en la medida que el Estado venezolano lo siga empleando para distintos fines (impuestos, pago de nóminas, proveedores, aprobación de financiamientos públicos), buena parte de la economía seguirá desplazándose hacia otros medios de intercambio. Especialmente hacia monedas fuertes, divisas que gocen de amplia aceptación y libre convertibilidad en todo el mundo. En este escenario, indudablemente, el dólar estadounidense tiene todas las de ganar.
Ahora bien, existe una creencia bastante extendida entre los venezolanos, según la cual los precios de los bienes y servicios se determinan única y exclusivamente a través del valor del tipo de cambio que se da entre el dólar estadounidense y el bolívar. De este modo, si el tipo de cambio referido se incrementa en un determinado porcentaje, en ese mismo porcentaje debiera incrementarse el valor de cualquier bien o servicio.
Este razonamiento, lamentablemente, no es cónsono con la realidad económica. Si bien la depreciación o devaluación del bolívar frente al dólar incide en el precio de las mercancías, no es el único factor que determina el potencial valor de intercambio. El sistema de precios no funciona a través de una sola variable, mucho menos en una economía tan distorsionada y disfuncional como la venezolana.
La siguiente pregunta que los lectores pudieran hacerse es cuáles son los factores que entonces inciden en el convenimiento de los precios. Pues, la verdad sea dicha, son innumerables. En adición al tipo de cambio y la famosa “estructura de costos” –otro elemento a nuestro juicio errado e incompleto para explicar la determinación de los precios– se conjugan las expectativas racionales y subjetivas de cada agente económico sobre el valor de su mercancía. Entiéndase. Por contraintuitivo que parezca, la determinación de un precio es esencialmente un procedimiento subjetivo que no puede fijarse en función de variables limitadas por algún elemento unívoco para todas las personas.
Ese factor subjetivo, desde luego, tendrá como límite la propia información que se desprende del mercado en el cual se intercambian los bienes y servicios. Un agente económico que establezca un precio fuera del mercado difícilmente podrá mantenerse en la dinámica del intercambio porque pronto será desechado y desestimado por precios más competitivos, que serán preferidos por las personas. Recordemos que los consumidores toman decisiones racionales.
Desde luego, estamos partiendo de la base de que los precios están empleando como base el dólar. Recordemos que, en este contexto, el bolívar hiperinflacionario ya es incapaz de transmitir información estable al mercado, y su variación es tal que en modo alguno las personas pueden tomarlo como elemento para fijar el valor de alguna mercancía.
En resumen, estimado lector, no tome el tipo de cambio como la única variable que determina el precio de los bienes y servicios en Venezuela. Recuerde, además, que el tipo de cambio no ha hecho sino apreciarse cuando se ve la historia económica venezolana de las últimas décadas, más allá de retrocesos puntuales y “estancamientos” esporádicos. Al igual que los consumidores finales, los comerciantes y empresarios se ven afectados por esta dinámica perversa que destruye el valor de todos. La solución pasa por fomentar la libertad económica, y no en demonizar ni atacar a quienes todavía hacen vida en el país a pesar de las adversidades conocidas por todos.
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