La política como ciencia y como arte debe adelantarse para el logro del bien común. En todas las actividades, en los procesos que se adelantan y en el discurso que se construye y comunica para impulsar las ideas, proyectos y programas es esencial ejercer una labor pedagógica.
La política tiene que ser educativa o no es política. La actividad humana que se desarrolla para conducir la vida social, para acceder a la dirección de organismos sociales y políticos, para lograr el poder, debe dejar una enseñanza para las personas que constituyen una sociedad determinada.
Cuando la política se desarrolla al margen de la ética, del derecho, de las formas civilizadas no dejan lecciones edificantes; por el contrario, se convierte en un ejercicio dañino a la sociedad, pues no está orientada al logro del bien común. Cuando se comunica de forma inadecuada, igualmente pierde su cualidad educadora. Para comunicar de forma pedagógica las ideas y los proyectos políticos es menester un uso correcto del idioma.
La palabra, hablada o escrita, es por esencia la forma natural de la comunicación política. En consecuencia, desde la palabra se debe comunicar un mensaje edificante, constructivo, que nutra espiritual y culturalmente a los pueblos.
En nuestro país hemos venido presenciando un proceso de vulgarización del discurso político, que lejos de educar a nuestro pueblo, lo impulsa al submundo de la ignorancia, la mediocridad y la violencia.
El chavismo ha sido en este campo especialmente marcador. Han forjado un discurso agresivo, vengador, promotor de odio y división social. Desde su creador, hasta buena parte de sus seguidores, usaron y usan el lenguaje soez para comunicar sus ideas, pensando que eso les hace auténticos representantes de nuestro pueblo, pero fundamentalmente mostrando en todo su esplendor un resentimiento y una ambición desmesurada de poder y dinero.
La vulgaridad y agresividad ha evidenciado una profunda ignorancia, no solo de la lengua, sino también una carencia de valores, proyectos y programas, capaces de lograr el bien común de nuestra nación. Esa costumbre de hablar con la palabra soez por delante, en la plaza pública o en los medios masivos de comunicación, ha favorecido una pérdida del respeto por el prójimo, un abandono de los modales y trato a las personas con las que interactuamos, y un pésimo manejo de nuestro idioma.
Se requiere otro comportamiento desde el mundo de la política y desde el mundo de la comunicación social. Ambos ejercen una influencia significativa en la sociedad. Ambos deben comunicar y actuar teniendo en cuenta su inmensa responsabilidad social. La misma les conmina a usar su fuerza y poder para educar. Solo la educación y el trabajo constituyen herramientas poderosas para elevar la calidad de una sociedad.
La política debe enseñar, en primer lugar con la palabra, luego con el ejemplo. La palabra debe pronunciarse o escribirse de forma responsable y respetuosa, usando los términos adecuados, y guardando las formas de la cortesía y los buenos modales. Estos no están reñidos con la sencillez y la firmeza. El mensaje sencillo se logra con un lenguaje simple, claro, que no vulgar. Y se debe construir para transmitir con fuerza las ideas por las cuales trabajamos.
Por supuesto que además de la palabra, en la política, debemos esforzarnos en enseñar con el ejemplo. Son nuestros hechos, nuestro comportamiento el que mejor puede enseñar, cuando se trata de hacer pedagogía desde la política.
Los equipos humanos del llamado “socialismo del siglo XXI” han hecho del discurso político un instrumento de deconstrucción cultural. O dicho de otra forma, un mecanismo de vulgarización de nuestro pueblo. No solo por la creencia que se forma de usar la palabra soez y agresiva para tratar a otros, sino además por el irrespeto permanente a las normas de la comunicación, el trato y el quehacer cotidiano. El irrespeto a la norma de la convivencia pacífica es el paso inmediato a este proceso de deformación social.
Es el ejemplo que se da desde las magistraturas del Estado. Es la enseñanza que desde allí se imparte. Si las magistraturas, si el liderazgo educa con la palabra y el ejemplo, los ciudadanos se esforzarán en hacerlo también. Si el liderazgo no respeta la ley, no respeta las normas de la convivencia civilizada, y además, se comunica de forma vulgar con sus semejantes, se hace regla esta conducta en la ciudadanía, y la nación regresa al primitivismo, a la violencia, a la barbarie.
Es, entonces, menester insistir en la inmensa responsabilidad que tenemos quienes actuamos en el campo del liderazgo político y agrego a los comunicadores sociales. Nos corresponde a todos educar. Me preocupa la impresión que recibo en diversos escenarios, incluido el Parlamento, donde los nuevos actores de la sociedad democrática no parecieran entender esta responsabilidad tan significativa.
Es menester, entonces, insistir con ocasión y sin ella, en el deber que tenemos de ejercer la pedagogía desde el campo de la política. No se es más popular porque se es vulgar.
Los actores de la política democrática debemos superar ese daño, infligido al cuerpo social desde las filas del militarismo marxista. No es necesario imitar el discurso populista y vulgar de estos tiempos oscuros de nuestra patria.
El cambio que Venezuela necesita debemos irlo forjando desde ahora. El respeto, el lenguaje adecuado, el comportamiento respetuoso y responsable no puede esperar el cese de la usurpación.
La cultura democrática debemos promoverla en todo momento. No podemos llamarnos demócratas y asumir un comportamiento autoritario.
Nuestra sociedad democrática debe enseñar desde ahora valores y comportamientos democráticos. No solo en el discurso, que es muy importante, sino además en la vida cotidiana y en el manejo de las instituciones bajo nuestra dirección.
No podemos hablar de democracia y tener partidos antidemocráticos. No podemos hablar y denunciar la discriminación, y aplicar comportamientos fraudulentos, excluyentes y antidemocráticos.
Es la hora de cambiar. No solo cambiar al régimen. Si no de cambiar nosotros quienes nos oponemos a la barbarie.
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