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30 de abril: La Náusea

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Algún Antoine Roquentin, el protagonista y excepcional narrador usado por Jean Paul Sartre en su novela La Nausée, La Náusea, para transmitirnos de manera viva y sin circunloquios conceptuales su concepción filosófica del mundo de la posguerra –el existencialismo–, síntesis del desasosiego generacional, la desesperanza colectiva y la muerte como fin último y principio necesario de toda existencia, se encargará algún día de narrarnos literariamente la pachotada del 30 de abril y describirnos las nefastas consecuencias del frustrado hecho. Comparado con el cual, la rebelión del 11 de abril de 2002 es una hazaña homérica digna de figurar en los grandes fastos de la Venezuela libertaria. La sociedad civil fue el portaestandarte de la rebelión, logró sacar de Miraflores al prospecto de dictador y padre de la tiranía venezolana Hugo Chávez y si fracasó el desalojo se debió a la traición y a la absoluta minusvalía de un Estado Mayor incapaz de la menor grandeza y a una clase política agonizante, ausente de la resolución de los grandes problemas nacionales.

Guaidó y tras de él a quienes lo apoyamos, el fin de toda credibilidad –Felipe González lo acaba de poner crudamente de manifiesto en el XII Encuentro Atlántico de la Fundación Libertad, presidida por el Nobel Mario Vargas Llosa. Primero fue el periodista venezolano Orlando Avendaño quien nos entregó por el medio que dirige, Panam Post, detalles de lo ocurrido en esa fecha aciaga desde dentro de los principales protagonistas civiles de la jugada y posteriormente de los delitos de apropiación indebida de los fondos de ayuda humanitaria por enviados a Cúcuta del presidente interino Juan Guaidó.

En el día de hoy, la periodista del mismo medio, Sabrina Martín nos revela, bajo el título “Ex jefe de inteligencia de Maduro, el nuevo testigo protegido de EE UU” mayores detalles sobre los acuerdos y desacuerdos, marchas y contramarchas surgidos entre los involucrados en el frustrado golpe.

Los detalles los entrega el jefe de inteligencia del régimen, general Cristopher Figuera, hoy asilado en los Estados Unidos y bajo custodia especial como testigo protegido, reseña Sabrina Martín: “El gobierno de Estados Unidos tiene en su poder una pieza clave contra Nicolás Maduro. El general Manuel Ricardo Cristopher Figuera, quien fue jefe de inteligencia del chavismo, viajó a ese país para revelar los secretos de la dictadura venezolana”. (PanAmPost, 26 de junio de 2019). Gracias a su actuación, los servicios secretos nortemericanos terminarán por saber arte y milagros de la tiranía. Y esperamos que sean de suficiente calado como para demostrarles a los funcionarios cercanos al presidente Donald Trump y a las cancillerías latinoamericanas reunidas en el llamado Grupo de Lima que, tal como lo afirmara Felipe González, con especímenes de la calaña de Nicolás Maduro, Cilia Flores, Diosdado Cabello, Tarek el Aissami y Vladimir Padrino no solo no cabe diálogo ni entendimiento ninguno, sino solo el uso de la fuerza, amparada por la llamada Responsabilidad de Proteger (R2P) decretada por la Asamblea General de la ONU en 2005 y legitimada por nuestra Asamblea Nacional mediante la invocación del artículo 187#11 de nuestra Constitución. Para que lo entienda el marxismo tiránico, en palabras de Marx: “El arma de la crítica ha pasado a la crítica de las armas”.

Los detalles son espeluznantes y pruebas incontrovertibles del estado de putrefacción ética y moral de los altos mandos de la dictadura, tanto militares como civiles. Que se suman a los detalles en el mismo sentido de la disposición existente entre allegados al gobierno interino de Juan Guaidó a proceder en el mismo sentido. Y el nivel de inmoralidad imperante en las direcciones partidistas opositoras. El “cáncer Maduro”, como lo llamara Felipe González en el encuentro de la Fundación Libertad, pareciera haber hecho metástasis en el país, provocando las náuseas de quienes, en la distancia inmediata de la independencia partidista y ausentes de toda práctica política militante, observan la tragedia venezolana como meros ciudadanos protagonistas al lado de una sociedad enferma, sin poder ninguno que no sea el que les da ser sufrientes en primera persona de la espantosa crisis humanitaria, que ya es una crisis en todos los órdenes de la sociedad venezolana asaltada por el militarismo caudillesco nacional al servicio del castrocomunismo cubano. Fin de mundo.

Recuerdo las apocalípticas reflexiones de Jorge Olavarría sobre el estado de putrefacción moral de la sociedad venezolana a fines del segundo gobierno de CAP en su columna de El Nacional, que le sirvieran de legitimación para dar su contribución al golpe de Estado del 4-F y al encumbramiento de Hugo Chávez al poder. En quien creía encarnado al Mesías que nos salvaría de las llamas del infierno. Alguna vez me contó un prócer político de aquellos tiempos ya desaparecido haber sido testigo de la entrega a uno de los generales más cercanos a Marcos Pérez Jiménez de un cuantioso y suculento cheque en dólares para facilitarle sus primeros tiempos en el exilio. Era el modesto precio puesto a la traición a su jefe. Hoy nos cuenta Sabrina Martín que según revelaciones del general Figuera, Maikel Moreno, presidente del Tribunal Supremo de Justicia hasta hoy al servicio de la tiranía, habría pedido la módica suma de 100 millones de dólares para convenir en una decisión favorable a la destitución de Nicolás Maduro.

Vladimir Padrino, por su parte, alejado de la conjura al ver que no fructificaba el procedimiento y seguramente aterrado por las amenazas de los servicios de inteligencia cubanos que controlan Fuerte Tiuna, ha confesado que quisieron comprarlo. Y que él no habría aceptado. Si el presidente del TSJ pedía 100 millones de dólares, ¿cuántos habrá pedido la máxima autoridad militar del país? ¿500, 1.000 millones? Dado el nivel alcanzado por el cáncer Maduro, en Venezuela todo es posible. Ni en la más afiebrada imaginación hubiera cabido anticipar el 11 de abril de 2002 adónde terminaríamos parando 17 años después si no salíamos material, físicamente de Hugo Chávez. Los que lo sabíamos carecíamos entonces y seguimos careciendo de todo poder como para enfrentar a la tiranía con los únicos medios posibles: no diálogos y componendas, entendimientos y complicidades, sino la fuerza de un pueblo indignado y dispuestos a llevar adelante una insurrección contra el bandidaje, suficientemente respaldados con las armas de nuestros aliados.

Duele tener la absoluta certeza que por esta vía no iremos sino al fondo del precipicio. Desde el 23 de enero la componenda y la politiquerización de nuestra tragedia no ha hecho más que agravarse. Quienes se resisten a creerlo son aliados inconscientes de la tiranía. Así luzcan corbatas de seda y hablen bonito. Son los ensangrentados bufones de la corte.

 

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