Hay un tema que desde hace tiempo me molesta. Esa molestia resurge de tanto en tanto. Especialmente cuando salen a relucir ciertos asuntos. Me refiero a la legitimidad y credibilidad de las protestas.
No sé por qué, para mucha gente, para que una protesta tenga legitimidad y credibilidad tiene que provenir de sectores pobres o estar compuesta por los estratos más desposeídos de la sociedad. Si la protesta es de gente de clase media, de gente rica, de gente «acomodada», ya no es creíble ni es legítima.
Siempre ha pasado en Venezuela. Que 1 millón de personas saliera a la calle a protestar era menospreciado, subestimado, porque era pura gente de clase media, de «burguesitos», de «señoras de El Cafetal». No eran tomadas en serio porque no había «barrio», no había pueblo.
En estos tiempos resurge el tema con la protesta ambiental de Greta. Han salido a figurar todo tipo de prejuicios y resentimientos porque Greta es una niña bien, de un hogar de gente bien, en un país rico y desarrollado de gente bien. La señalan porque come «bien», y por su buen nivel de vida. “How dare you, Greta?”.
Pareciera que los únicos que tienen derecho a preocuparse y protestar es la gente pobre, los que pasan hambre, los que vienen de países subdesarrollados, con niveles de pobreza alarmantes, los que provienen de hogares pobres, si son hijos abandonados, mejor aún porque eso le daría más credibilidad a su protesta.
Isaac Averbuch, asesor del Ministerio de Minas y Energía del gobierno de Bolsonaro en Brasil, escribió un artículo en el que compara a la niña sueca Greta Thunberg con Malala Yousafzay, la niña paquistaní que tuvo que huir de su país para salvarse y ahora dedica su vida a la causa de la libertad.
En el artículo, titulado «Diferença entre Greta e Malala«, Averbuch se despacha a gusto contra Greta, la llama petulante y le recrimina que a ella no le faltó, jamás, cualquier soporte material, desde antes de nacer. “Nacida en uno de los países más ricos del mundo, nunca ha visto la miseria de cerca, no tiene ni idea de qué sean las dificultades de la vida, pero desde lo alto de su ignorancia quiere dictar como la humanidad debe vivir. El exceso de comodidad material no evitó que la jovencita se convirtiera en un pequeño pozo de rebelión. En tono casi histérico anuncia que estamos a las puertas de una ‘extinción masiva’, con la mirada inyectada de odio y cara crispada, cuestiona, se sabe allí a quién: ‘¡Ustedes robaron mi infancia y mis sueños!».
Es decir, como viene de un hogar con medios económicos y de un país rico, no puede protestar por su preocupación por el futuro del planeta, que es su propio futuro y el de todos.
Pero a esto, Averbuch opone la biografía de Malala, señala su origen humilde, una niña pobre en un país pobre, donde es perseguida y acosada.
«La otra chica está medio desaparecida, pero no puede ser olvidada jamás. En todo difiere de la petulante suequinha. Me refiero a paquistaní Malala. Ella, sí, tuvo la infancia robada (y casi la vida se fue junto). Malala nació en los confines más atrasados de Pakistán, donde predominan las costumbres tribales y el fundamentalismo islámico. Malala tenía un sueño, estudiar, y fue ese sueño, tan sencillo, que le intentaron robar. Sufrió amenazas, le dispararon en la cabeza. Su familia tuvo que huir del país y llegó entre la vida y la muerte a Inglaterra (en un avión jet, no en un barco de vela), donde fue salvada. Malala sobrevivió para contar su historia, para continuar su sueño y para ayudar a hacer un mundo mejor, para usted y para todas las mujeres que sufren persecuciones y discriminaciones y, con su ejemplo, darles mayores oportunidades. Malala tenía mil razones para odiar y para quejarse, pero su presencia, por donde pasa, transmite un mensaje de serenidad y firmeza en la defensa de ideales nobles. Malala no exhala odio, deseo de venganza, al contrario, cautiva por su modestia y su sincero deseo de hacer el bien».
Es decir, para que tu protesta sea válida, creíble, legítima y respetada, tienes que ser pobre, perseguido, acosado, que te hayan intentado matar, como a Malala, a quien sin duda le robaron su infancia. Según Averbuch, Greta, por tener libertad y sus necesidades básicas cubiertas, no tiene derecho a protestar ni de sentir que le robaron su infancia y pusieron en riesgo su futuro, ni a pedir que se haga algo al respecto.
De esta forma, se acentúa la brecha entre ricos y pobres. Es una manera de invalidar una protesta legítima a partir del resentimiento y el odio. Solo quien es pobre tiene derecho a sentir que sufre y a protestar por su sufrimiento. Si alguien que ha comido, desayunado y almorzado protesta porque hay gente en el mundo que no tiene ni una comida al día, es criticado porque protesta desde su comodidad. «Ser rico es malo», nos inculcaron por años a los venezolanos. Tan malo es ser rico que nos volvieron pobres y hambreados a todos. Las protestas de la clase media fueron descalificadas porque eran hijos de papá y mamá. Eran «señoras del este».
La misma gente de oposición se encargó de deslegitimar esas protestas por su origen social, lo cual siempre le dio ventaja al régimen, pues sentía que podía menospreciar esas protestas bajo el mismo criterio clasista.
Ojalá no pase lo mismo con las protestas por la urgencia climática, porque ya no será solo un país el que se vaya por la borda por no atender reclamos legítimos.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional