Si contamos desde 1999 hasta este último trimestre habría que reconocer los avances duramente alcanzados en 2019. Un poder autónomo se ha erigido como representación de la democracia, hay un nuevo liderazgo, la ilegítima elección de Maduro ha solidificado un frente mundial en apoyo a la AN y al esfuerzo de los venezolanos contra la usurpación, el régimen luce más que nunca arrinconado, sostenido por un enigmático poder militar.
La crisis social y económica ha explotado sin piedad sobre la población, sin alimentos, medicinas, agua, electricidad y seguridad. Sin embargo, lo resaltante es que los venezolanos a partir de su tragedia han construido un verdadero muro contra el socialismo siglo XXI, sin precedentes históricos, no logrado en Cuba en más de medio siglo, en la Unión Soviética en más de 70 años y en China donde se ensaya el coctel entre comunismo y economía de mercado con un aparente éxito, su flanco débil debe anidar en la conciencia de los chinos. Algún día barrerán de un manotazo esa estrafalaria subordinación política al marxismo cuando en la realidad actúan como aguerridos defensores de la economía de mercado.
Vivimos el cierre de un ciclo socio-histórico, iniciado en 1958. Allí se decidió que la gran tarea era crear un Estado muy poderoso, capaz de garantizar la libertad y la prosperidad. Esta consigna funcionó durante las primeras décadas, fue muy efectiva para modernizar y urbanizar el país, el poder estaba en manos de hombres democráticos, pero a la vez contenía en sus genes las semillas de su propia destrucción. La opción era elegir entre construir un Estado poderoso, propietario, o por primera vez después de la independencia fundar un país de individuos e instituciones conscientes de sus responsabilidades. Concentrarse en un Estado que dominara todo el espectro sociopolítico, propietario de una industria petrolera en ascenso, suponía un riesgo quizás no avizorado, indefectiblemente alimentaba la concentración de poder en los sectores que lograran dominar el aparato estatal.
Este proceso impredecible se cumplió en Venezuela, arrancó la modernización, crecieron las ciudades, la clase media surgió como representación del progreso económico y social, pero a la vez los factores tóxicos antidemocracia también se expandieron. Los poderes públicos se vieron sometidos al dominio del Ejecutivo como padre putativo de la riqueza petrolera. El Estado de Derecho se vio afectado por la sumisión ante el dueño del coroto, al igual que la libertad económica. Nos creímos un país rico. La gran fuente de riqueza estaba concentrada en manos del Ejecutivo, repartidor de recursos, en un principio con el afán de lograr mejores condiciones sociales, luego llevado por la urgencia de conservar el poder. La economía venezolana podía representarse con una figura humana con una pierna que midiera 1,80 cm y otra que no alcanzaba más allá de un metro. Esta discrepancia hacía que los decisores sobre la distribución de los recursos petroleros se comportaran igual que las burocracias de los países de planificación centralizada, decidían quién podía vivir y quién moría, a quién se le otorgaba recursos para sus experimentos industriales y a quién simplemente se le cerraban las puertas. La productividad, la competitividad y la rentabilidad no existían, se dependía de la “mano visible del Estado”, que concentraba todas las decisiones económicas.
Luego ocurrió el “viraje”, Carlos Andrés Pérez con la Copre promovió reformas políticas conducentes a limitar el poder del Estado. Por primera vez los ciudadanos eligieron a sus gobernadores y alcaldes y se propulsó el anhelado deseo de los venezolanos de descentralizar el poder, el cual hoy reclaman los aguerridos tachirenses con su gobernadora y estudiosos como Balo Farías y Enrique Colmenares Finol, por nombrar solo a dos.
Era en realidad ingenuo creer que las reformas de CAP no generarían oposición; la economía estaba tomada en parte por grupos dependientes de subsidios estatales, los sectores populares confiaban en programas sociales que les aseguraban una manera medio decente de vivir. CAP no hizo esfuerzos para crear conciencia entre los ciudadanos, ni en los medios de comunicación sobre el viraje como posibilidad de futuro, entender que la pobreza no se resolvía con bonos y que la economía tenía que apegarse a los principios clásicos de productividad, competitividad y rentabilidad. Era la oportunidad de insertar a Venezuela en el mundo. Los partidos, políticos, una mayoría de ciudadanos y casi todos los medios de comunicación ignoraron estas señales simplemente porque estas luces nunca se prendieron y CAP fue derrocado. Allí comenzó a profundizarse la tragedia, los “socialistas al poder”. Fenecieron las reformas y la descentralización bajo la infeliz acusación de que era una escuela de nuevos caudillos. El grupo que controlaba el Estado recibió el oxígeno que necesitaba para crecer y seguir negando la existencia de instituciones incluyentes y responsabilidad individual como sujetos primordiales de nuestra historia.
Chávez y luego Maduro tomaron la alternativa y destruyeron el país. Por ello es imprescindible alertar en este inicio del último trimestre sobre la perversidad que significa destruir al liderazgo que ha dado la cara hasta hoy, 2019; no es lo mismo tumbar a un presidente que cerrar un ciclo socio-histórico. Cualquier encuesta de opinión situaría a los venezolanos como una población 80% antisocialista, un privilegio en América Latina. Comencemos a trabajar con esta inmensa ventaja comparativa y avancemos con todas las de la ley, atesoremos nuestras fuerzas para construir la nueva democracia venezolana.
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