«El hombre es también memoria de su existencia«
Curzio Malaparte
- El Convenio del Paisaje
Un largo y triste historial de arquitectura costera errada, hermética y encerrada, de grotescos edificios irrumpiendo en lo que fueron impresionantes playas y bahías, de parajes mal comprendidos y destruidos por desarrollos paisajísticamente equivocados, de casas monstruosas que son como pedradas en el ojo del paisaje, arrastra el país penosamente. A ese mal nacional no es invulnerable la isla de Margarita (ni ninguno de los paisajes de las costas venezolanas).
Sus sitios de elevados valores ambientales (algunos protegidos en sus ecosistemas y recursos no renovables), aún aguardan por ser contemplados desde la óptica de la arquitectura, y esperan por la redacción de un Convenio Estético del Paisaje. Lo cual no es una práctica estrambótica: desde los confines del siglo XX viene la tradición legal sobre tutela administrativa del paisaje.
Recordemos un importante precedente, también en una isla de incomparable belleza. En 1923 se le dio el poético título del Convenio del Paisaje a una de las primeras leyes diseñadas en la modernidad para proteger un ambiente y su arquitectura: para preservar la escénica isla de Capri. En las cientos de las llamadas “Páginas de la Isla” (Pagine dell’Isola, 1923) que lo componían, se describía dónde, cuánto y cómo se podía construir, se definía cómo eran las características arquitectónicas de la edilicia del lugar, se señalaban los conjuntos de valor ambiental o histórico intocables, se demarcaban las áreas vírgenes donde toda construcción estaba prohibida. Y se era muy estricto…
2. Salvis Juribus
Era tan magistral el master plan de la isla, que también se le conocía como Manifiesto de la Belleza de Capri. Su regla brillante (“Il Paessagio di Capri e la sua tutela administrativa”) fue diseñada para proteger “el más bello paisaje en el mundo”.
La ley empezaba por considerar al paisaje de la isla como un bien común. Se lo describía detalladamente, tal como se hace en un cuidadoso Código de Diseño Urbano. La isla era tratada como si fuese una ciudad, sus playas, sus calles, sus bahías, sus plazas, sus montañas, sus hitos, sus perspectivas escénicas, sus panoramas urbanos… De hecho, la autoridad que administraba y hacía cumplir el convenio era la misma ciudad de Capri, que otorgaba o no todas las aprobaciones para construir en la isla. Ningún “ciudadano” podía permitirse el lujo de intentar violar tan preciado bien colectivo. En el Convenio del Paisaje, el importante principio legal rector del Salvis Juribus, dictaminaba muy claramente que había que “guardar el paisaje por los derechos de toda la gente».
La isla salvaje se volvió humana gracias a la mágica reinterpretación cívica de la realidad de sus eventos naturales. Y no por ello perdió nada de su magnífico «primitivismo caprese»: la arquitectura y el paisaje, que desde tiempos inmemoriales habían iniciado un diálogo de mutua comprensión y dinámico equilibrio, al redactarlo en leyes, artículos y cláusulas, vieron proscrita para siempre la posibilidad del error ambiental, de las equivocaciones estilísticas y lingüísticas, de las ópticas urbanas erradas y del abuso y el libertinaje constructivo.
Ya va siendo hora de que la isla de Margarita (y, evidentemente, toda nuestra costa) entre en esta tónica de la reflexión paisajística. El paisaje margariteño, si queremos salvarlo, ha de ser escrutado críticamente e iniciar una reflexión sobre los efectos reales de la arquitectura de la costa. Su geografía, sus pueblos, el mar y su arquitectura deben revisarse para que el «primitivismo ambiental» margariteño sea preservado como tesoro patrimonial de los venezolanos.
Una nueva ciudad devendrá así la isla de Margarita. Una ciudad en la cual, a todo terrateniente, privado o estatal, deberá hacérsele comprender que el hecho de ser propietario de una parte de un sitio tan excepcional es una responsabilidad que lo convierte automáticamente en su más devoto deudor. Los lotes más apetecibles para el desarrollo, así como los más improductivos, son ambos partes de un sitio maravilloso, y por tanto, terrenos públicos. Toda intervención en el entorno urbano así definido debería aplicar con su proyecto adjunto a una nueva Comisión de la Construcción de la Ciudad de Margarita para obtener permiso y así construir solamente de acuerdo con el paisaje.
3. Breviario de la Isla
Aunque en Margarita –como en Capri–, también es fácil, como escribiera una vez Curzio Malaparte, «dejarse sobrecoger por la naturaleza, convertirse en su esclavo, ser aplastado por sus delicadas y violentas mandíbulas, y ser tragado por ella como Jonás por la ballena», no debe pensarse que los valores escénicos/naturales de la isla son los únicos susceptibles de ser conservados. La verdad es más compleja, porque no habrá nunca bahía de Pampatar sin el castillo, ni ensenada de La Restinga sin pueblo de La Guardia, ni valle sin torre de la iglesia de la Virgen del Valle. En el paisaje de esta isola, estuvo muy claro desde el principio para sus primeros pobladores la función de una arquitectura que realzara y se ajustara al lugar salvaje y delicado.
Los europeos aquí no hicieron concesiones totales a la naturaleza, sino que crearon lugares a partir de ella, inscribiendo retículas en el sentido justo de los valles, trazando frentes de mar, erigiendo atalayas… Fue como si, magistralmente, hubieran comenzado por sentir la tierra sobre el nivel del mar, para hacer de la arquitectura una extensión del sitio. La exploración original que ellos hicieron de la tierra, «mano a mano», para leer allí el rumbo de la población, «el horóscopo de la arquitectura» y el sentido de la ciudad que se estaba creando, recuerda el dicho que dice que en Capri las «arquitecturas emergen de la roca con la que están casadas».
Hoy en día deberíamos volver sobre nuestros pasos y recordar la manera sensible como nacían los edificios junto al mar, como se manifestaban las estructuras frente a las elevaciones del terreno, en las cumbres, en las calas, en los riscos, en esa tierra de Margarita de Austria, quien, no debemos tampoco olvidar, era princesa de Castilla, un reino de sabiduría incomparable cuando se trataba de aposentar respetuosamente arquitecturas y ciudades en el paisaje.
En Margarita, la naturaleza se expresa a sí misma con fuerza incomparable. Ello ha permitido que al menos el paisaje de La Sierra esté protegido. Sin embargo, una totémica predisposición del venezolano que le hace adorar toda formación elevada que recuerde un tepuy, hizo que, mientras el cerro de Guayamurí era decretado bajo régimen de administración especial por sus valores paisajísticos y ecológicos, el morro de Porlamar fuera dejado rebanar inmisericordemente. No es suficiente con confiarse en la majestuosidad de la naturaleza, ni con inventariar sus valores. El potencial constructivo del paisaje debe ser también tomado en cuenta: a través del tamiz de lo ambientalmente ideal. Si no, muy pronto tendremos una costa totalmente afeitada de accidentes naturales… y sembrada de adefesios.
El futuro paisaje de Margarita (así como el de todo nuestro paisaje costanero) deberá ser urgentemente diseñado… para hacerlo entrar en cintura. Como lo fueron una vez el claro acantilado de Matromania, las tres gigantescas rocas de los Farallones, la península de Sorrento, las islas de las Sirenas, con la lejana línea azul de la costa de Amalfi, y las doradas arenas de Paestum, brillando en la distancia. Así, reglamentados, el plateado arco de La Restinga, Macanao y Arapano, Puerto Fermín y El Tirano, la ensenada de La Guardia, la laguna de Las Marites, la playa de El Yaque, los valles de Santa Lucía, de San Juan, de Santa Ana, de Paraguachí, de La Asunción, del Espíritu Santo y de Fuentidueño, Los Robles, las Villas del Norte y todos los Pueblos de la Mar, desde Juan Griego hasta Punta de Piedras, al ser descritos y evaluados por lo que sería el primer Breviario de la Isla, estarían listos para hacerse civilizados.
La Ciudad de la Isla de Margarita es el más bello paisaje del mundo. Su manifiesto, asentado en el derecho urbano y en el Salvis Juribus (la mejor forma de poesía colectiva), traería sin duda orden al desorden, le daría forma a lo amorfo, ayudaría a erradicar lo indeseable. Una verdadera arquitectura podría volver a acompañar el paisaje de la isla.
El Manifiesto de la Belleza de Margarita queda como su única esperanza… ¿Quién redactará estas necesarias Páginas de la Isla?
* Este artículo fue escrito en 1996, pero su vigencia está intacta. A pesar de los años discurridos, la situación de desamparo del paisaje costanero de la Isla de Margarita y de toda Venezuela sigue siendo prácticamente la misma de entonces.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional