Comienza el día en la avenida Fuerzas Armadas de Caracas. Son las 8:00 am y muchos negocios aún no suben las santamarías.
Sin embargo, en la calle, sobre bolsas negras, telas, tablas, cajas apiladas, cestas, mesas plásticas e incluso con algunos carritos, los comerciantes informales se acomodan dispuestos a comenzar su jornada.
Compuestos de hierbas, cambures, conservas; lavaplatos y jabón líquido en botellas de agua; artículos de cuidado personal y comida de primera necesidad como arroz, caraotas, harina de trigo y de maíz, pasta, frijoles, leche son parte de los productos que ofrecen.
La mayoría de los productos son los que vienen en la caja de los supuestos comités locales de abastecimiento y producción, CLAP. Los que traen la pasta de Turquía, las caraotas de Colombia, la leche de México y el azúcar de Brasil, entre otras latitudes.
El volumen de personas en la calle es mayor y los vendedores, ya más desperezados, están atentos a las personas que puedan pasar.
El aire es difícil de respirar, las estelas de smog de los vehículos contaminan el ambiente. Las fresas apiladas a un lado de la calle ya no lucen tan apetitosas.
– ¡Compuesto, compuesto barato!
– ¡Compro y cambio! ¡Compro y cambio!
“Compro y cambio”, el lema que identifica al trueque en la actualidad venezolana. Un intercambio que se originó en el período neolítico, hace más de 10.000 años, cuando el hombre dejó de ser nómada para dedicarse a la agricultura y a la ganadería.
El mismo método que dejó de emplearse por resultar ineficiente, pero que sigue siendo una opción en momento de carestía.
– ¿Qué pides por la leche en polvo?, pregunta una joven con un bebé en brazos.
– ¿Qué tienes para cambiar?, responde el hombre.
– Una harina de maíz y unas caraotas.
– Búscate otro producto y te lo cambio. Eso sí –aclaró- que sea diferente de los que ya tienes.
– ¡Compuesto, compuesto barato!
– ¡Compro y cambio! ¡Compro y cambio!
Unos puestos más arriba, la misma leche de 900gr fue intercambiada por los dos artículos.
El mercado informal se mueve mediante la negociación. La valoración subjetiva de los individuos sobre los productos regula los trueques.
Cada producto se cambia por dos o tres similares. Por un arroz, un kilo de pasta y dos paquetes de granos. Algunos piden que no se repitan los artículos, otros que no sea frijol chino o lentejas.
Los productos por los que se cambian deben ser en presentación de un kilo. “3 pastas de 300 gramos y una mayonesa, te las cambio por una harina de maíz precocida”.
– ¿El arroz? -preguntan mientras señalan la bolsa sobre la tela en el piso.
– ¿Qué tienes por ahí? Te lo cambio por dos de lo que tengas.
La cantidad de rubros disminuye si los bienes intercambiados no son del CLAP. Por una harina PAN y dos lentejas se cambió la leche de antes. Aunque hubiese bastado con la primera y un arroz para lo mismo.
Una señora cambió una mantequilla de medio kilo por medio cartón de huevos. “Salí bien, la mantequilla me costó 31.000 bolívares y los huevos cuestan 35.000 bolívares, algo me ahorré”, expresó aliviada.
Conforme transcurren las horas, algunos vendedores se tornan más condescendientes. Los empaques reflejan el sol y el calor del mediodía resulta asfixiante. Las botellas de agua que en la mañana estaban congeladas ya están a la mitad, a temperatura ambiente.
“Si se lo cambias por un solo producto tiene que ser o un arroz o una pasta de a kilo”, reclama la muchacha del puesto de artículos de higiene a quien debe ser su abuelo, que antes ofreció el desodorante por menos.
– No se preocupe, mija, uno solo, traiga lo que tenga y aquí vemos -afirma el señor de forma apacible.
La historia se repite en cada uno de los puestos improvisados. Ya en las telas se observan huellas de zapatos, el piso luce más sucio porque un jugo se derramó y hubo una que otra discusión porque casi le tumban las cajas apiladas que forman la mesa de la señora que vende especias.
Al finalizar la jornada, unos vendedores llegarán a su casa con más productos. Otros con menos, pero tal vez de mejor calidad o diferentes de su gama.
El señor de los compuestos regresó a su hogar con cambur, el de las conservas con jabón y éste último con harina de maíz.
La avenida Fuerzas Armadas se ha convertido en un mercado donde hay un gran movimiento de efectivo, contados puntos de venta y la forma predominante de comercio es el trueque.
“Lo peor sería quedarse con lo mismo”, aseveró el anciano de los desodorantes.
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