El último hit de Bob Abreu ocurrió hace exactamente cinco años, un 28 de septiembre.
El imparable 2.470 en su historial cayó sobre la grama del left, en el Citi Field, en la parte baja del quinto inning. Era lo que estaba esperando el manager de los Mets de Nueva York, Terry Collins, para sacarlo del juego. Aquel fue el último día del aragüeño en el beisbol activo. Cuando dejó el diamante, con lágrimas en los ojos, concretó el acuerdo al que llegó con Collins. Y con un buen recuerdo, otro más en su largo camino, puso fin a una notable trayectoria de 18 temporadas en las Grandes Ligas.
Su hoja de servicios, entonces, lucía redonda. Se retiraba con 574 tubeyes, una de las cifras más elevadas en la historia de las Mayores, y con más de 1.400 bases por bolas, más de 1.300 empujadas, más de 1.400 anotadas, casi 300 cuadrangulares y con 400 robos.
Su OPS de .870 está entre lo más notable para bateadores nacidos en Venezuela. Fue uno de los jugadores más completos que han defendido a los Filis de Filadelfia, al punto de que acaba de ser exaltado al Mural de la Fama de esa divisa. También lloró esa tarde, en ese verano boreal. Y a partir de ahora, porque se cumple un lustro exacto de su retiro, se convierte en elegible para el pabellón más deseado por todo pelotero: el templo de Cooperstown.
Abreu aparecerá por primera vez en la planilla de votación que se repartirá en diciembre. En un proceso del que Derek Jeter posiblemente saldrá como principal ganador, buscará lograr algo que únicamente tres de sus compatriotas han conseguido: mantenerse en las papeletas por más de una oportunidad.
Apenas Luis Aparicio, David Concepción y ahora Omar Vizquel han logrado reunir ese cinco por ciento de apoyo entre los periodistas que participan del proceso. Todos los demás han sido eliminados en su primer intento, incluyendo a Andrés Galarraga, Magglio Ordóñez y Johan Santana, tres de los más renombrados integrantes de la embajada nativa.
La prueba de Google
Aquel 28 de septiembre parecía poner fin a una resplandeciente carrera, de la que muchos dijeron que fue brillante, pero no tanto. Que quizás le faltaron cuadrangulares. Que tal vez le faltó average. Que sería un indiscutible de haber logrado más remolques y anotadas. Muy pocos, poquísimos, asomaron la posibilidad de que su hoja de servicios resultara ser como los grandes vinos, esos que mejoran con el paso del tiempo.
Hoy basta poner en Google su nombre y Cooperstown para encontrar varias notas de aficionados y especialistas de estadísticas hablando de su opción de llegar al Salón de la Fama.
Algunos analistas de nombre simpatizan con su caso. Bill James es el más reputado y fue el primero en asomarlo. En junio de 2017, el padre fundador del nuevo análisis, respetado por la cada vez más creciente legión de periodistas, que emplean los recursos modernos para evaluar el juego, escribió en su cuenta personal en Twitter: “Esta es la observación hecha al azar correspondiente al día de hoy. Bob Abreu fue un pelotero con calibre del Salón de la Fama”.
Ese día de su último hit, quedó en la casilla 24 de todos los tiempos en dobletes, en el puesto 20 en pasaportes recibidos, en el lugar 50 en carreras creadas, entre los 60 mejores en extrabases, en el peldaño 73 entre los máximos estafadores y en el 87 en bases alcanzadas con sus batazos.
Abreu fue mucho mejor de lo que su propia fanaticada creyó entonces. Un toletero tan especial, que solamente él y Barry Bonds han podido combinar una producción de al menos 1.000 anotadas, 1.000 empujadas, 1.000 pasaportes, 250 jonrones, 400 robos y 500 tubeyes.
Cinco años después del adiós, las lágrimas y la nostalgia han dado paso a la expectativa de ver cuántos votos recibirá en su primera aparición en la boleta del Salón de la Fama. Al parecer tendrá el voto de James. Y este 28 de septiembre ha comenzado oficialmente la cuenta regresiva para saberlo.
@IgnacioSerrano
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