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La Ópera imaginaria de Degas, más allá de sus inmortales bailarinas

Por EFE
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Conocido como «el pintor de las bailarinas», Edgar Degas observó la Ópera de París como un mundo completo. Representó tanto la belleza del espectáculo como el ajetreo entre bambalinas. Son obras que ahora recoge el Museo de Orsay en una de las más importantes exposiciones de la temporada en la capital francesa.

Desde sus inicios en los años 1860 hasta sus últimos lienzos de finales de siglo, Degas exploró diferentes temáticas. Se paseó entre retratos y recurrentes paisajes que compartió con sus compañeros impresionistas.

«Pero el universo de la Ópera fue el único que le acompañó durante toda su carrera», contó a Efe la comisaria de la muestra, Marine Kisiel.

En sus lienzos retrató esta institución en todas sus facetas. Desde el escenario hasta los camerinos, por los que tenía predilección, y sobre todo a aquellos que llenaban sus salas y pasillos.

Degas se coló en las bambalinas de la Ópera de París, que este año celebra su 350 aniversario, para observar, más allá de la culminación de las representaciones, a las bailarinas en sus gestos cotidianos inadvertidos: una charla entre ensayos, un bostezo, el ajuste de un corsé…

La exposición explora todos los aspectos de la Ópera como lugar de arte y de sociabilidad. A lo largo de más de 200 obras, se muestra la pluralidad en las técnicas de Degas, que trabajó la pintura, la escultura y el monotipo.

Tras pasar unas semanas en Nueva Orleans, el pintor describía como un auténtico sufrimiento no poder asistir a la Ópera. Esto demostraba el apego que tenía a una institución a la que estaba unido también en lo personal.

Degas pintó a directores y músicos de orquesta, compositores o cantantes, que eran amigos además de modelos.

Laboratorio parisino

La Ópera de París fue también un laboratorio propicio para la innovación en los formatos, como el abanico o los «cuadros a lo largo». Dicho término lo acuñó para designar los lienzos panorámicos en los que representaba los movimientos de varias bailarinas como si fueran una sola.

A lo largo de un eje diagonal muy pronunciado, las bailarinas parecen ser notas de una partitura, un acorde musical que cobra vida, quizá anticipándose a las imágenes animadas que el cine puso en marcha a final de siglo, contó Kisiel.

Degas renegó en ocasiones de su etiqueta de impresionista. Aunque se le enmarca en este movimiento pictórico por haber participado en la mayoría de sus exposiciones, su modus operandi es diferente al de otros representantes de esa corriente decimonónica.

«¿Es Degas impresionista? Puede que no, si nos imaginamos que el impresionista es un pintor que coloca su caballeta al aire libre y representa lo que ve», explicó Kisiel.

Pasó horas en la Ópera parisina, que ya bien conocía como melómano. La convirtió en su terreno de juego, lugar donde presenció escenas que más tarde inmortalizaba en los lienzos de su estudio.

Pero Degas hizo posar a las bailarinas lejos del escenario o de las salas de ensayo. Otorgó protagonismo en su obra a la memoria, por lo que su manera de pintar resulta más distanciada de la realidad que la del impresionismo al uso.

Pintó escenas entre la observación realista y la imaginada: «He hecho tantos de estos estudios de baile sin haberlos visto que estoy un poco avergonzado», escribió alrededor de 1880.

«Degas fue un pintor de su tiempo, al igual que Monet o Renoir. Pero representó el movimiento de su siglo, el flujo y la metamorfosis de las formas, de las costumbres, de los comportamientos», concluyó la comisaria.

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